Hamlet: una lectura en el siglo XXI

16 de octubre de 2018

Shakespeare, William
Hamlet
Editorial Millenium (1999)

Por: Alejandro Manrique


La tragedia Hamlet de inicios del siglo XVII, del dramaturgo William Shakespeare, responde a un interés del afamado artista inglés en recoger una leyenda medieval escandinava sobre la figura de Amleth, para llevarla luego al éxito teatral durante las épocas isabelina y jacobina, periodo de auge económico inglés en el que las obras teatrales empezaron a cobrar mayor notoriedad, relevancia y demanda.

A dicho contexto se añade el particular toque de estilo, estructura y belleza literarios otorgados brillantemente por el dramaturgo inglés, catapultando a su obra hacia la trascendencia e inmortalidad en la historia de la literatura humana. Así, observamos una serie de elementos temáticos dentro de la pieza Hamlet que han permitido conquistar el espíritu crítico, artístico y estético de un sinnúmero de épocas, sociedades, culturas, idiomas y  personas que, por más de cuatrocientos años, no han dejado de admirarla.

Entre estos elementos destacan, principalmente, la majestuosidad con la que Shakespeare retrata la ambigüedad de las emociones y sentimientos del ser humano, lo que recae en la constante y reiterada duda del hombre sobre su capacidad de tomar decisiones y actuar en consecuencia, situación que, finalmente, lo puede empujar al decaimiento emocional: ser o no ser, matar o no matar, amar o no amar, luchar o no luchar, rendirse o no hacerlo, dejarse arrastrar por la locura o jugar con ella. Mentir, fingir, manipular, herir, llevar situaciones a diferentes extremos porque no se sabe cómo actuar en momentos determinados, desencadenando desenlaces más que dañinos, y hasta mortales, como en este caso entre los personajes que conforman Hamlet.

Un segundo elemento a destacar y subrayar es la capacidad deslumbrante de la pluma de Shakespeare, a través del pensamiento del Príncipe Hamlet, para hacerle recordar a todo ser humano lo fugaz de la vida y la inexorabilidad de la muerte. Las metáforas empleadas en las reflexiones del personaje de Hamlet sobre los gusanos que son alimentados tanto por reyes como por mendigos, así como la de la calavera, que es la del bufón Yorick,  donde antes yacían unos labios, son las imágenes más intensas e imponentes que llegan a apremiar cualquier tipo de reflexión sobre la arbitrariedad e imposición de la muerte. Nadie escapa a ella. Aunque, a pesar de la conciencia sobre ello y de, tal vez, el deseo o intento de querer llevar una vida digna y significativa, cualquier persona es abatida por la duda y la ambigüedad existenciales mencionadas arriba. La fatalidad es por partida doble: Moriremos y, mientras tanto, no sabremos cómo actuar.

Finalmente, al reiterar sobre la inmortalidad de Hamlet debido a sus cualidades y características atemporales y esenciales sobre la condición humana, nos permitimos atraer la atención, esta vez de manera subjetiva, sobre un elemento rico en técnica y estilo narrativos que es la capacidad de Shakespeare de llevarnos hacia a un estado mágico de darle la facultad, a aquel que pueda leer la obra dramática, de realizar interpretaciones que aporten a la ya manifiesta, evidente y más que rica simbología en la obra de Hamlet. De esta forma, uno podría, basándose en una lectura minuciosa y entre líneas, creer que el Príncipe Hamlet, en tanto personaje, decide ejecutar una obra teatral dentro de la hecha por Shakespeare (elemento metaliterario). Su duda existencial lo lleva a elaborar una compleja puesta en escena en la que, bajo el juego de hacerse el loco, busca querer anticiparse a sus rivales y oponentes. El Príncipe Hamlet sabe cuándo lo oyen, cuándo  lo ven, y quiénes lo hacen. Él conoce que durante sus reflexiones sobre el ser o no ser, él es escuchado y observado. Él sabe que Polonio se halla escondido detrás de la cortina cuando lo mata sin más. Él le informa a su madre que el Rey Claudio lo enviará a Inglaterra cuando nadie se lo había dicho. En el momento en que Claudio se lo instruye, Hamlet reacciona sin más, haciendo que Claudio se pregunte si Hamlet conoce (ve) sus propósitos. “Yo veo un Querubín que los ve”, responde el Príncipe. A fin de cuentas, es como si en una representación teatral, el espectador (lector) tuviese la oportunidad de ver al personaje de Hamlet tras bambalinas, fuera de las escenas (pero dentro de ellas), escuchando, observando, anticipando. Con todo ello, ¿por qué no asesinó a Claudio y acometió la venganza exigida por la sombra de su padre? Porque todos morimos y en el camino sucumbimos a nuestras dudas existenciales; pero ante ello, al menos contamos con la oportunidad de jugar en escena.

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