La atmósfera creativa en “El corazón de las tinieblas”


Por: Alejandro Manrique

Obra: “El corazón de las tinieblas”
Autor: Joseph Conrad
Año: 1899
Edición: Biblioteca del Viajero, Ediciones  Folio, 2004

La novela El corazón de las tinieblas, del escritor británico de origen polaco Joseph Conrad, narra el viaje de un marinero inglés, Charlie Marlow, al continente africano (se infiere que al Congo bajo dominio belga) para convertirse en capitán de un barco a vapor de una gran compañía comercial. Acto seguido, la historia se centra en el periplo de Marlow y el director de la Estación Central en búsqueda del señor Kurtz, jefe de una estación de explotación y acopio de marfil al interior de la jungla río arriba. Kurtz, quien se halla enfermo, es un personaje sumamente notable, llamativo, misterioso e inusual porque es reconocido como un hombre extraordinario, el “mejor entre todos”, un “genio universal”, aunque habría ido perdiendo su capacidad moral y racional como producto de su larga estadía en la jungla, cayendo en el salvajismo y una avaricia sedienta de marfil motivada por la codicia del dinero y la fama.

La trama, que en sí nos conduce por todas las aristas de la violencia y crueldad humanas, se vale una impresionante atmósfera para mostrar nítidamente el escenario emocional en el que se mueven los personajes, y de esta manera reforzar las imágenes de contradicción y miseria humanas que se derivan a lo largo de las páginas de esta fascinante novela.

En tiempo real, un grupo de marineros se halla en el estuario del río Támesis en una pequeña embarcación llamada Nellie, esperando que baje la marea para ingresar al mar, es decir, a esa amenazadora penumbra que los podría llevar a todos los rincones del planeta. Ello es contado por uno de los marineros. Durante la espera, otro de los tripulantes, Charlie Marlow, cuenta una de sus experiencias en el África (Congo), lo que se convierte en el desarrollo de la historia de El corazón de las tinieblas; es decir, vemos una narración dentro de la narración. Hacia el final de la novela, Marlow termina su historia y el primer narrador detalla que Nellie ha perdido el comienzo de la marea y que “El estuario estaba bloqueado por un negro cúmulo de nubes, y la serena corriente que llevaba a los últimos confines de la Tierra fluía sombría bajo el cielo encapotado; parecía conducir hacia el corazón de una inmensa oscuridad”. (p. 217). Ambas escenas, las de apertura y cierre de la novela son fundamentales porque hacen que la historia se sostenga de inicio a fin y que el lector recuerde todas esas sensaciones de las que ha sido testigo: el descenso del alma humana hasta lo más bajo. En ambas escenas los personajes están a  la espera, de noche, rodeados de niebla, transmitiendo pesadez de espíritu y sensación de estar sujetos a los misterios que esconde la noche, la corriente de agua, el mar, y todo lo que se halla más allá: los confines del mundo. Y en cualquier confín del mundo el ser humano puede volverse inhumano. Sólo con esos detalles, sobre el inicio y el final de  la novela, la historia es redonda y el uso de la atmósfera ha sido ejemplar y sobresaliente. Y el mensaje es duro: la vida es circular y siempre tenderá hacia cierto fatalismo histórico de repetir una y otra vez la decadencia humana.

Pero recordemos que la esencia de la historia se desarrolla en África, lugar donde el hombre puede transitar hasta lo más bajo de sus emociones y perder su condición humana. Conrad busca que el lector visualice un escenario de acciones y emociones denso y abrumador. Para ello, a través de la narración de Marlow, busca que el manejo de la atmósfera narrativa explote en su máxima expresión la descripción de un entorno/escenario físico y emocional que le muestra con vehemencia al lector cuáles son los límites de la razón y la conciencia. Poco a poco nos vamos adentrando en la selva a bordo del barco a vapor en búsqueda de kurtz, lo que es un descenso a los infiernos del corazón e espíritu humanos. Una selva densa e impenetrable, agresiva, como si tuviera vida, como si fuese un personaje que busca atormentar constantemente a aquellos que osan ingresar en sus entrañas para robarle lo que sólo a ella le pertenece: el marfil codiciado.

La jungla, cual personaje, se valdrá de algunas argucias para atemorizar y desmoralizar a los invasores: redoble de tambores, obstáculos materiales que dificultan la navegación, niebla en el río, “árboles vivientes” que abruman visualmente, “hechizos” que exigen esfuerzos para mantener la cordura, gritos humanos, figuras oscuras entre la maleza, salvajes con lanzas y flechas como sombras. La  jungla era una “tierra tenebrosa invadida por aquellos fantasmas viles y codiciosos” (p. 193). Todo el ambiente es fantasmagórico, espectral, donde las almas flotan en un purgatorio eterno dentro del mundo terrenal, donde los corazones caen en las tinieblas. Asimismo, la jungla, como personaje, concreta acciones para vengarse de los invasores y eso hizo en contra de Kurtz: “La jungla lo había descubierto muy pronto, y se había tomado una terrible venganza por su fantástica invasión” (p. 166). En resumen, viajar por la jungla y el río era como hacerlo “hacia la noche de los tiempos” (p. 105) o “hacia los orígenes del mundo, cuando la vegetación se había adueñado de la Tierra y los grandes árboles eran los reyes” (p. 99). El escenario es durísimo para la psicología humana y es inevitable perturbarse.

En este libro de 217 páginas, Kurtz aparece propiamente como personaje en “tiempo real” desde la página 170 hasta la 198, es decir sólo 28 páginas. Ello es significativo porque la narración se ha encargado, durante el transcurso del periplo de Marlow a través de lo inexpugnable de la selva y de la miseria humana, de ir anunciando las características particulares, extraordinarias y contradictorias de Kurtz, llegando el lector a conocerlo y entender la complejidad de su personalidad antes de su aparición en “tiempo real”. Cuando lo hace, el lector confirma que el hombre, como el mismo Marlow señala, ha sucumbido ante la jungla y por ella misma. Para ello, el uso de las atmósferas físicas y emocionales han propiciado el periplo del mismo lector, dejándole introducirse, y también perderse, en la bastedad, soledad, tristeza y la inconmensurable densidad de la selva. El lector entiende que es inevitable que la mente, el alma y el corazón de los personajes no terminen afectados en diferentes grados y consecuencias.

Y es justo en esas 28 páginas que Marlow y kurtz sostienen encuentros y diálogos hasta que éste muere, llevando a Marlow a forjarse una imagen definitiva de Kurtz que había sido adelantada en la narración: era, ciertamente, un hombre notable y único, de inteligencia superior, pero que terminó siendo presa de la lucha interna que llevamos todos y que es la más deletérea porque nos hunde en las capas más bajas de nuestras propias miserias, que es el lugar donde habita la psicología más oscura del ser humano. Los demonios que habitan dentro del hombre afloraron y fueron potenciados por la jungla y la codicia. Así, encontramos expresiones de Marlow sobre Kurtz que condensan todo lo anterior:

“Intenté deshacer el hechizo, el pesado y mudo hechizo de la jungla, que parecía arrastrarlo hasta su despiadado seno al despertar en él los instintos olvidados y brutales, y al recordarle las pasiones monstruosas y satisfechas” (p. 187).

“No había nada ni por encima ni por debajo de él, y yo lo sabía. Se había desprendido de todas las ataduras que lo unían a la tierra. ¡Maldito sea! Había roto en pedazos a la misma tierra. Él estaba solo, y delante de él, yo no sabía si tocaba con los pies en el suelo o si estaba flotando en el aire. […] ¡Un alma! Si alguien ha forcejado alguna vez con un alma, ese soy yo. […] Pero su alma se había vuelto loca. Al estar sola en la jungla, se había mirado en su interior. […] Vi el misterio inconcebible de un alma que no conocía ningún control, ninguna fe y ningún temor, pero que luchaba a ciegas consigo misma” (p. 189).

Kurtz era una sombra pero “tanto el amor diabólico como el odio sobrenatural hacia los misterios que había explorado combatían por el dominio de aquella alma saciada por la posesión de emociones primitivas, ávida de falsa fama, de distinciones de pacotilla, de todas las apariencias del éxito y del poder” (p. 193).

Kurtz “era de una oscuridad impenetrable” (p. 195).

“Vi en aquel rostro de marfil la expresión del orgullo sombrío, del poder despiadado, del terror más abyecto… de una desesperación intensa e irremediable. […] Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión; gritó dos veces, un grito que no fue más fuerte que un suspiro: ¡El horror! ¡El horror!” (p. 196).

“Kurtz era un hombre extraordinario. Tenía algo que decir. Lo dijo” (p. 198).

“Su mirada […] era lo bastante amplia como para abarcar el universo entero, y lo bastante aguda como para penetrar en todos los corazones que laten en las tinieblas. Él había recapitulado, había emitido un juicio. <<¡El horror!>>” (p. 199).

Es importante tener en cuenta, además, sobre las citas anteriores, que el lenguaje ha cumplido, en sí mismo, un rol significativo al momento de reforzar las imágenes propias de esta atmósfera física y emocional. Con referencia a Kurtz, por ejemplo, se utiliza constantemente el uso de adjetivación del tipo calificativo como una figura retórica y literaria de repetición que refuerza la construcción de imágenes: “un hombre extraordinario” de una “oscuridad impenetrable”.

Asimismo, apreciamos escenas puntuales que contribuyen con la recreación de un ambiente y atmósferas de misterio, densidad, miseria, congoja y toda aquella emoción que despierta excitación sobre la comprensión de hallarse en medio de un escenario de dualidad emocional y desenlace inexorable.

Vemos, por ejemplo, la escena de misterio y suspenso en el río cuando la niebla envuelve el barco de vapor y luego empieza el ataque de los salvajes que había sido, luego nos enteraremos, comandado por el mismo Kurtz. Otra, cuando el barco de vapor arriba a la estación de Kurtz y se observan cabezas clavadas en estacas; salvajes que aparecen y desaparecen de la maleza como si fuesen fantasmas; la mujer altiva y de imagen avasalladora recubierta de bronce junto con sus guardias; las reverencias y tratos de los nativos hacia Kurtz como si fuese un Dios e ídolo (que lo era para ellos). Imágenes que reafirman la condición de aura extraordinaria que envuelve a Kurtz. El impacto es tan fuerte que el mismo Marlow expresa “Miré a mi alrededor, y no sé por qué, pero os aseguro que nunca, nunca antes, me había parecido que aquella tierra, aquel río, aquella jungla ni la bóveda misma de aquel cielo llameante tan desahuciadas y sombrías, tan impenetrables al pensamiento humano, tan despiadadas para con la debilidad humana” (p. 159).

En conclusión, en El corazón de las tinieblas se observa el uso magistral de la atmósfera narrativa para escenificar tanto geografías físicas como estados emocionales, siendo ambas instancias imprescindibles porque se retroalimentan continuamente en ese remolino de descripciones sensoriales que llevarán al lector hasta el mismo corazón de las tinieblas, que no es otro sino el lugar donde los personajes sucumbieron ante lo que la misma jungla les mostró: lo más bajo del ser humano. Ese fue el caso de Kurtz. Vemos, para finalizar, una cita sobre el pensamiento de Marlow que refleja lo anterior: “¡Oh, sí, le oí! <<Mi prometida, mi marfil, mi estación, mi río, mi…>>, todo le pertenecía (a Kurtz). […] Todo le pertenecía, pero eso era una menudencia. Lo importante era saber a quién pertenecía él, cuántos poderes de las tinieblas lo reclamaban como suyo. Ésa era la idea que te hacía sentir escalofríos […] Él había ocupado un sitial elevado entre los demonios del lugar, y lo digo en sentido literal” (p. 140).

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