Narradores anidados en "El corazón en las tinieblas"
Joseph Conrad.
El corazón de las tinieblas (y otros textos africanos)
Meetok, 2013.
Traducción de Jon Bilbao.
Por Sonsoles García-Albertos.
El propósito de este trabajo es
mostrar, siempre con ejemplos directos del texto, por qué Conrad no escogió a
Marlow para que contará directamente su aventura africana, sino que se decantó
por interponer entre él y nosotros los lectores a un grupo de marineros que
hacen tiempo una noche sobre una barca en el Támesis. Conrad explotó así todas
las posibilidades narrativas que surgen de tener al narratario dentro de la
historia, entre otras cuestionar la historia principal desde dentro del propio
texto y provocar en el lector una doble identificación, con el héroe y con el
destinatario del relato oral que se recoge.
Además, a la vista de las aventuras
que se relatan y en especial de la relación del protagonista con Kurtz, se
demostrará que la única posibilidad coherente es que el relato de Marlow fuera
oral. Y veremos también cómo ambos narradores, aparentemente tan distintos, sutilmente
apuntalan las mismas ideas y se contaminan de las mismas emociones.
Para ello identificaremos los
aspectos significativos de la interacción de los dos narradores y los iremos
exponiendo en este trabajo siguiendo el mismo orden en que Conrad los dispone
en la novela.
La narración se inicia con el
fragmento más largo de todo el libro a cargo del narrador que llamaremos en
este documento narrador-marco, ya que abre y cierra la novela y no se nos
indica en ningún momento su nombre. Desde la página 29 hasta el final de la
página 38, su tarea es mostrarnos tanto el escenario y la situación en los que
Marlow relató su historia como algunas pinceladas de sus oyentes. Nos incluye
descripciones precisas de la yola de paseo y de la noche en el río y suena
objetivo en todo lo que nos cuenta. De hecho, a lo largo de estas nueve
páginas, las pocas veces que habla de él mismo, no utiliza la primera persona
del singular sino del plural, y este hablar como nosotros refuerza su
credibilidad, ya que todo lo que nos cuenta lo consideramos validado por la
experiencia de varios y no de uno solo:
“De inmediato se produjo un cambio en
las aguas, y la serenidad se volvió menos brillante pero más profunda. El río,
en su ancho cauce, se mantuvo imperturbable con el declinar del día, tras eras
de beneficioso servicio prestado a la raza que poblaba sus orillas,
extendiéndose con la serena dignidad de una vía acuática conducente a los más
distantes confines de la Tierra. Contemplábamos la venerable corriente no bajo
el vívido resplandor de un breve día que concluye para siempre, sino bajo la
luz augusta de los recuerdos perdurables”. (Páginas 31 y 32)
Sin embargo, este narrador ha sido
transformado por la historia que va a contar. Nos habla en pasado y, por lo
tanto, conoce perfectamente el desarrollo de la aventura de Marlow en África y
con qué palabras la relató aquella noche. Vemos, tanto en el ejemplo anterior
como en los que siguen (y que son una pequeña muestra), que él también utiliza
la luz de manera connotativa, como hará Marlow a lo largo del libro en cuanto
tome la palabra:
“Costaba hacerse a la idea de que no
desempeñaba su trabajo allá afuera, en el luminoso estuario, sino tras él, en
el seno de las amenazadoras tinieblas” (Página 30)
“Y más hacia el oeste, río arriba, el
emplazamiento de la monstruosa ciudad se hallaba todavía señalado en el cielo,
una siniestra oscuridad durante las horas del día, un resplandor chillón bajo
las estrellas”. (Página 33)
También la elección que toma el narrador-marco
de describir el río Támesis tiene un propósito: busca amplificar el contraste
entre este río civilizado y el río Congo (aunque nunca se menciona su nombre).
En este caso, el contraste se ve magnificado por participar en su construcción
dos voces narrativas distintas y apariencia bastante diferentes.
Hay que señalar que, a pesar de su
aparente objetividad al introducir a Marlow, este narrador, en el tiempo que
media entre que escuchó la historia y la transcribió, ha admirado tanto al
protagonista que ha llegado a identificarse con él hasta el punto de mostrarnos
sus pensamientos:
“Pero, como se ha dicho, Marlow no
entraba dentro de lo típico (si puede excluirse su propensión a contar
historias), y para él el significado de un episodio no residía en su interior,
como el fruto de la almendra, sino fuera, envolviendo el relato del que tal
significado surge como la luz solar que brilla a través de la niebla poniéndola
en evidencia, a semejanza de uno de esos halos místicos que, en ocasiones, se
hacen visibles por la espectral iluminación de la luna”. (Página 34).
Poco a poco va trascribiendo el
relato de Marlow en parlamentos más largos y reduciendo sus interrupciones.
Justo antes de cederle el testigo para las siguientes cuarenta y dos páginas,
nos dice:
“Entonces supimos que estábamos
condenados hasta el descenso de la marea, a escuchar otra de las poco
convincentes historias personales de Marlow.” (Página 38)
Abandona así al lector a las palabras
de un embaucador o mentiroso o simplemente alguien dispuesto a modificar la
verdad para embellecerla; en cualquier caso, a un narrador poco fiable (si
creemos al narrador-marco). Esta duda provoca en el lector cierta resistencia a
abandonar la identificación con el nosotros que escucha una historia y entregarse
al narrador yo que es Marlow, así que Conrad le hace desaparecer casi
completamente durante más de cuarenta páginas. Al principio, Marlow se dirige
al grupo incluyéndole en su narración —“Sabéis que era un proyecto continental”
(página 40), por ejemplo— y poco a poco sólo queda él. Podemos decir que el
narrador-marco se transforma en narratario para luego diluirse en la niebla del
relato de Marlow.
Unas líneas antes de que el
narrador-marco vuelva dirigir el relato, se hace presente en las siguientes palabras
de Marlow: “Sabéis que odio, detesto, no puedo soportar una mentira, no porque
me crea más recto que el resto de nosotros, sino porque simplemente me
horroriza.” (Página 80). En esta frase, Marlow intenta reforzar su credibilidad
ante sus oyentes, los cuatro personajes que hasta ese momento configuran el
narrador-marco. Y esto es algo que provoca más dudas en el lector, que vuelve a
identificarse con el nosotros que abrió la novela, y esto solo es posible
porque el narrador-marco no es un narrador en tercera persona, siempre más
distante del lector.
En la página siguiente, la primera
voz narrativa abre con esta frase: “Guardó silencio un momento” (Página 81).
Conrad utilizará más veces a lo largo del texto esta manera de callar a Marlow.
De hecho, es la única manera posible, que hable otro. Cuando un narrador en
primera persona dice: “Guardé silencio por un momento”, la duración del momento
no es más que la duración de la frase. Utilizando un narrador-marco, Marlow
calla exactamente el tiempo que el escritor decide.
A continuación, escuchamos a Marlow
alternar la duda al silencio. El narrador-marco aprovecha estos momentos para
llevarnos de vuelta a la noche en el Támesis:
“Había oscurecido tanto que nosotros,
los oyentes, apenas nos veíamos unos a otros. Hacía ya largo rato que él,
sentado aparte, no era para nosotros más que una voz” (Página 81). Más
adelante, comprobaremos en boca de Marlow que Kurtz es solo una voz. Por
ejemplo, cuando muere: “La voz se había desvanecido. ¿Había habido algo más?”
(Página 170). El narrador-marco nos está anunciando, porque él conoce la
historia completa, cómo la admiración, incluso devoción, con sus
contradicciones, de Marlow hacia Kurtz, le ha hecho parecerse a él, de manera
análoga a lo que le ha sucedido a ese mismo narrador según se ejemplificó
anteriormente.
Hay que señalar también que en esta
segunda aparición del narrador-marco habla por primera vez en primera persona: “Escuchaba,
escuchaba a la espera de la frase, de la palabra, que me diera la clave de la tenue
inquietud inspirada por el relato que, en la densa atmósfera nocturna del río,
parecía conformarse a sí mismo sin necesidad de labios humanos.” (Página 81) Y a partir de ahí vuelve a dejar
a Marlow solo en el relato. Tanto por el contenido de esta frase como por usar
el yo para decírsela al lector, parece susurrarnos en secreto que sigamos
leyendo buscando algo más allá de la peripecia en África. En cierta manera,
este narrador-marco, justo antes de volver a desaparecer, nos avisa de la
actitud con la que debemos enfrentar el texto hasta que él vuelva.
La primera aparte acaba en boca de
Marlow y la segunda empieza con sus palabras. No deja de resultar sorprendente
que, en una novela escrita para ser publicada por partes, no sea el
narrador-marco quien cierre y abra cada entrega. Al proseguir la lectura semanas
después, ¿quién se acordaría de que la historia no la cuenta directamente
Marlow? Para reconstruirnos la estructura narrativa, Conrad introduce apenas
dos páginas después del inicio de la segunda parte una apelación de Marlow al
narratario de su historia (y al que en este trabajo llamamos narrador-marco): “Su
nombre, comprended, no se había pronunciado ni una vez” (Página 91); y cuatro
páginas después interrumpe para recoger una frase de uno de los cuatro
personajes que escuchan la historia, aunque primero es Marlow el que lo hace
presente:
“[...] Pero aun así la sentía; sentía
a menudo que su misteriosa inmovilidad me observaba mientras yo hacía mis
monerías, como os contempla a vosotros, amigos, cuando tironeáis de vuestros
cabos por... ¿Cuánto? ¿Media corona?
—Se respetuoso, Marlow —gruñó una
voz, y supe que al menos había otro oyente despierto además de mí.
—Os pido disculpas. Olvidaba el dolor
incluido en el precio. Y en realidad, ¿qué importa el precio si la tarea se
hace bien? Vosotros hacéis bien las vuestras. Y yo tampoco lo hice mal [...]”
Con esta pequeña incursión en la que
Marlow provoca a sus oyentes para asegurarse de que le escuchan e insultarles
levemente para garantizar que mantendrán su atención, Conrad también nos está
recordando que el relato es oral, que lo que estamos leyendo es una
transcripción, tan literal como confiemos en el narrador-marco.
En las siguientes treinta y dos
páginas sólo escuchamos a Marlow contar cómo atraviesan la niebla. Hay alguna
apelación al narratario en segunda persona del plural, recurso que ya hemos
ejemplificado anteriormente.
La siguiente aparición del
narrador-marco es muy similar a una anterior. Conrad la utiliza para callar a
Marlow y subir la tensión entre éste y sus oyentes, al sentirse cuestionado por
ellos. La tensión llega al punto de que nos avanza que al final, mintió a la
chica (páginas 123 y 124). De hecho, sólo porque existe el narrador-marco,
puede Conrad provocar que Marlow cambie de estado de ánimo según avanza el
relato. Si lo hubiera escrito él directamente, lo natural sería que nos lo
encontráramos siempre con la tranquilidad que requiere la escritura en soledad.
En realidad, en esta aparición del
narrador-marco, sus palabras se limitan a describir el aspecto de Marlow y a
informar de sus silencios:
“Hubo una pausa profundamente
silenciosa, después brilló una cerilla y el rostro de Marlow se hizo visible;
fatigado, con las mejillas hundidas, recorrido por arrugas descendentes y con
los párpados caídos, con un aspecto de concentrada atención; [...]” (Página
123)
Es interesante comprobar que el
narrador-marco nos recuerda la corporeidad de Marlow entre dos descripciones de
Kurtz como simplemente una voz, recuperando así cierto contraste entre lo que
sucedía en el río Támesis y en el río Congo.
“[...] y me di cuenta de que eso era
exactamente lo que había anhelado, una conversación con Kurtz. Hice el extraño
descubrimiento de que nunca lo había imaginado como un ser provisto de entidad
física, sino como un discurso. No me dije: “Ahora nunca lo verás”, o “Ahora
nunca estrecharás su mano”, sino “Ahora nunca lo oirás”. El hombre se
manifestaba en forma de voz.” (Página 122)
“Me sobrecogía la idea de haber
perdido el privilegio inestimable de escuchar al agraciado Kurtz. Por supuesto,
me equivocaba. El privilegio de escucharlo seguía aguardándome. Oh, sí, oí más
que suficiente. Y estaba en lo cierto, también. Una voz. Él era poco más que
una voz. Y yo lo escuché, a él, a esa voz, a otras voces [...]” (Página 124)
Y de aquí al final de la segunda parte
(página 137), sólo encontramos alguna apelación al narratario por parte de
Marlow y alguna justificación personal que solo tiene sentido cuando el oyente
está presente durante la narración y puede cuestionar lo que escucha:
“Tu poder de devoción, no a ti mismo,
sino a una labor oscura y extenuante. Y eso ya es lo bastante difícil. Daos
cuenta, no trato de disculparme, trato de pedirme cuentas a mí mismo acerca
de... acerca de... el señor Kurtz... la sombra del señor Kurtz.” (Página 127)
Marlow abre la tercera parte y
enseguida, en una vuelta de tuerca más, aparece una nueva fuente de información
relevante: el personaje del ruso. No llegará a ser un narrador ya que no
alcanza a tomar el relevo total del protagonista sino que trabaja en un
permanente diálogo con él para darnos que nos da a conocer momentos de la vida
de Kurtz situados en el pasado de la narración principal del libro. De manera
similar a como lo hace el narrador-marco con Marlow, éste último le cuestiona y
reacciona a los acontecimientos que está escuchando:
“ “¿Dispararle?, exclamé. “¿Por qué?”
“Bueno, yo tenía un pequeño lote de marfil que el jefe del poblado que había
junto a mi casa me había dado; yo solía cazar para ellos. [...]”” (Página 142).
La credibilidad de este personaje pseudo-narrador es composición de la de
todos los narradores que lo contienen. En este ejemplo, la credibilidad del
ruso depende de la que asignemos al narrador-marco, de la que asignemos a
Marlow y de la que le asignemos a él. Si dudamos del narrador-marco, dudamos de
todo el libro. Si dudamos de Marlow, dudamos de toda la aventura en África y si
dudamos del ruso, dudamos de los acontecimientos que nos relata sobre el pasado
de Kurtz. Podemos ver cada narrador como una caja de tamaño proporcional a su
profundidad dentro de la historia, y cuyas características colonizan todo su
contenido, incluido el interior de las cajas que contiene.
De cualquier forma, en una
composición narrativa como esta, cada narrador reduce la credibilidad aunque no
le guíe en su relato más que trascribir fielmente los hechos acaecidos. Es lo
que en el lenguaje cotidiano llamamos “teléfono escacharrado”, que no deja de
ser la pérdida de información inherente a cualquier acto comunicativo, y es que
cada narrador interpuesto entre el lector y los sucesos que se cuentan implica
más pérdida de información de manera inevitable.
El uso del narrador-marco dota a esta
novela de un nivel más de narrador comparado con lo que suele ser habitual y
añade a todo el libro una niebla comunicativa adicional que lo envuelve como le
sucede al barco de Marlow y traslada la historia a un territorio un poco más
inestable, como pudiera ser el de los sueños. De hecho, este último es un campo
semántico profusamente utilizado tanto por Marlow como por el narrador-marco.
El narrador-marco no toma de nuevo la
palabra hasta el final del libro (página 185). En esta parte notamos su
presencia sobre todo en la necesidad que tiene Marlow en algunos momentos de
justificar su postura moral, como ya ha hecho con anterioridad, y en una
reflexión que realiza sobre su propia condición de narrador:
“Os cuento lo que dijimos, repitiendo
las frases pronunciadas, ¿pero de qué sirve? Se trataba de palabras comunes;
los sonidos vagos y cotidianos que intercambiamos en un día cualquiera de
nuestras vidas. Pero ¿y qué? Para mí, tras ellas se ocultaba la terrible
capacidad de sugerencia de las palabras oídas en sueños, de las frases dichas
en las pesadillas. ¡Un alma! Si alguna vez alguien ha luchado contra un alma,
ése soy yo.” (Página 163)
Vemos en este fragmento cómo para
Marlow es la palabra dicha la que transporta la emoción de la pesadilla, el
terror.
Más adelante, al igual que se produjo
en la primera parte entre el narrador-marco y Marlow, este último parece
transformarse en un narrador equisciente sobre Kurtz, fruto sin duda de la
fascinación que le provoca:
“Kurtz discurseaba. ¡Qué voz! ¡Qué
voz! Resonó profunda hasta el mismísimo fin. Sobrevivió a sus fuerzas para
refugiar la árida oscuridad de su corazón entre magníficos dobleces de
elocuencia. ¡Oh, él luchó! ¡Luchó! Los restos de su cerebro fatigado se veían
acosados por imágenes sombrías, imágenes de riqueza y fama que se arremolinaban
obsequiosas alrededor de su inextinguible don: una capacidad de expresión noble
y altiva. Mi prometida, mi marfil, mi estación, mi carrera, mis ideas, tales
eran los temas de las ocasionales verbalizaciones de sus elevados sentimientos”.
(Páginas 166 y 167)
En este ejemplo, como hemos visto en
muchos otros, Marlow insiste en que Kurtz era sobre todo voz, lenguaje oral,
palabras habladas.
La novela se cierra con la única
aparición del narrador-marco en la tercera parte:
“Marlow calló, y sentado aparte,
apenas entrevisto y silencioso, en la postura de un Buda meditabundo. Nadie se
movió durante un rato. «Hemos perdido el comienzo de la marea», dijo el
director de repente. Alcé la cabeza. La desembocadura estaba bloqueada por un
negro banco de nubes, y la serena vía de agua conducente a los más lejanos
confines del mundo fluía sombría bajo un cielo cubierto. Parecía dirigirse al
corazón de unas inmensas tinieblas.” (Página 185)
Sus últimas palabras son la elección
del título, título que bien podría haber puesto Marlow, ya que tiene su
emotividad y usa su metáfora más recurrente a lo largo de la novela.
Hemos visto a lo largo de este
trabajo multitud de ejemplos en los que Conrad se ha servido del uso del
narrador-marco para crear efectos narrativos que con Marlow directamente no
hubiera sido posible. Entre ellos, la potenciación de la credibilidad cuando
algo se refuerza con dos voces narrativas distintas, la disolución de la
credibilidad propia de la anidación de narradores, el cambio de identificación
del lector a lo largo de la primera parte entre el narrador-marco y Marlow y
las reacciones y justificaciones de Marlow según cómo sus oyentes reciben su
historia.
También hemos ejemplificado cómo el
narrador-marco llega a identificarse con Marlow y como Marlow llega a
identificarse con Kurtz. Y si Kurtz es sobre todo una voz, Marlow, que nunca le
va a traicionar, debe de convertirse él en una voz al contar su historia. Por
eso este relato solo tiene sentido de manera oral. Si Marlow se hubiera sentado
a escribirlo, Kurtz apenas le hubiera transformado. Y si alguien cuenta una
historia, para que llegue a los lectores, alguien debe de transcribirla. En
este caso, el narrador-marco.
Comentarios
Publicar un comentario