Personajes que inventan personajes.
Algunas reflexiones sobre los niveles de creación en la novela “Molloy”.
Por:
Alejandro Manrique
Obra:
“Molloy”
Autor:
Samuel Beckett
Año:
1961
Edición:
Alianza Editorial / Lumen. 1973.
La
novela “Molloy”, de Samuel Beckett, es considerada por la crítica literaria
como una de las obras más importantes en el siglo XX. Consta de dos partes. En
la primera, Molloy, recuerda un viaje que emprendió para llegar a la casa de su
madre, experimentado numerosas aventuras en el camino. En la segunda, Moran, una
suerte de agente-detective, recibe la misión de encontrar a Molloy. Ambas
partes son narradas desde el monólogo interior, aunque por momentos se narra de
manera intercalada en primera y tercera persona, lo cual, ciertamente, llama la
atención por la capacidad del autor de permitir que la narración fluya y tenga
su ritmo propio y auto-sostenido.
Lo
peculiar, lo particular, lo interesante en “Molloy” es que ha despertado una
serie de estudios, análisis y debates apasionantes que complementan una obra
que, en sí misma, se lee con interés debido a las particulares personalidades
de Molloy y Moran, así como de sus vivencias e historias. Hay quienes
consideran, y así lo demuestran, que la primera parte del libro es una analogía,
una metáfora, un juego de espejos con la Odisea de Homero, mientras que la
segunda parte con el Antiguo Testamento de la Biblia. Se considera también que
Molloy y Moran son alter egos entre sí, que se complementan, tal vez son una
sola persona, o quizá dos personajes distintos pero que se retroalimentan. Para
muchos, el segundo libro, que es la historia de Moran, antecede al primero, es
su precuela. Para otros, por ejemplo, Molloy es un personaje creado por Moran.
Con todas estas aproximaciones y estudios, la lectura de “Molloy” se enriquece
exponencialmente, pero también nos indica, lo que seguro fue la intención de
Beckett dentro de un criterio de literatura moderna, que sea el mismo lector el
que saque sus propias conclusiones.
En
ese sentido, nos valemos de nuestra condición de lectores para intervenir en la
historia, apropiárnosla y sacar nuestras propias visiones y hasta conclusiones
sobre algunos aspectos de la novela, en particular en lo que respecta a la
creación de los personajes. Consideramos que el personaje Molloy es una
creación del personaje Moran. Y que Moran, consciente de que escucha una voz, intuye
luego, sabe, admite que hay un creador, acaso una suerte de escritor-dios por
encima de todo y que éste le da instrucciones. Es decir, Beckett crea a Moran y
Moran crea a Molloy en todo un despliegue de un universo de fina, elegante e
interesante metaficción. El juego de la auto-referencia, la auto-reflexión y la
auto-consciencia, propios de la metaficción, cobran gran presencia en la obra
de Beckett.
En
la primera parte, Molloy se halla en la habitación de su madre. No sabe cómo
llegó. No sabe si su madre está viva o muerta. Le ayudaron a llegar hasta ese
lugar. Hay un hombre que viene todos los domingos y recoge papeles en los que
Molly trabaja. Molloy vuelve a trabajar y quiere hablar de las cosas que aún le
quedan. Empieza a narrar el viaje que realizó, tiempo atrás, para llegar hasta
donde se encuentra ahora. Molloy es una persona adulta mayor, su cuerpo sufre y
decae, viaja en bicicleta, tiene problemas con la policía, conoce a una mujer (Loy,
Lousse o Sofía) luego de atropellar a su perro, conoce a una amante (Ruth o
Edith) y describe el sexo con ella, vaga por un sinfín de caminos (puede estar
en un lugar o en otro), reflexiona sobre diferentes temas, chupa guijarros y
elabora estrategias sistematizadas para ello y, hacia el final, se interna en
un bosque donde golpea a un hombre, toca la bocina de su bicicleta, escucha un
gong en medio de la nada, se arrastra hasta una zanja y, eventualmente, es
rescatado y ayudado para ser llevado hasta la casa de su madre. Es decir, la
historia termina como empieza. Nos damos cuenta que Molloy es un escritor que
escribe su historia (como se evidencia al inicio de la primera parte) y que se
dirige a un lector, a un interlocutor, a alguien que lo escucha.
En
la segunda parte, el agente-detective Moran recibe la instrucción de buscar y
encontrar a Molloy. La misión es comandada por el jefe Yudi y es trasmitida por
el mensajero Gaber. Molloy, patriarca de carácter autoritario, religioso y
entregado a los auto-placeres sexuales, deberá partir junto con su hijo Jacques
a quien desprecia. En medio de los preparativos, mientras se organiza y
sostiene encuentros con la sirvienta Marthe, escucha un gong que da la hora.
Moran finalmente parte con Jacques, llegan a un bosque, su cuerpo decae
terriblemente (al igual que Molloy). Su hijo consigue una bicicleta. Llegan al
pueblo de Molloy, el hijo huye y Moran recibe la orden de regresar a casa. Y
regresa. Luego escucha la voz. “Ya he hablado de una voz que me decía esto y lo
otro. En aquella época comenzaba a actuar de acuerdo con ella, a comprender sus
deseos. […] Pero he terminado por comprender
su lenguaje […] ¿Es decir, que ahora soy más libre? No lo sé. Ya aprenderé.
Entonces entré en casa y escribí, es medianoche. La lluvia azota los cristales.
No era medianoche. No llovía”. (p. 215). Apreciamos aquí la conciencia de Moran
sobre la existencia de Beckett, o del escritor-dios. Apreciamos que Moran se
sienta a escribir la historia del personaje Molloy. Apreciamos el carácter,
hasta la última línea del libro, de la constante negación y contradicción en el
lenguaje: “Es medianoche y llueve / No es medianoche y no llueve”. Esta
constante de Beckett es utilizada para ejemplificar el carácter binomio y
dialéctico (oposición que da origen al movimiento) del ser humano para
transmitir el mensaje que todo es posible, todo es interpretable, todo vale,
incluso el juego de la metaficción. Beckett crea a Moran. Moran crea a Molloy.
Molloy es creado por Moran quien es creado por Beckett. ¿O quizá no?
Moran también es un escritor que se dirige a un lector y/o interlocutor.
Molloy y Moran son escritores. Beckett también. Vemos tres escritores y que
cada uno de ellos es producto y creación del anterior hasta llegar a la raíz. Beckett
escribe la novela “Molloy”. Moran escribe la segunda parte de la novela “Molloy”
como una suerte de precuela a la primera parte que es escrita por el personaje
Molloy, pero que en realidad es escrita por el mismo Moran. ¡Y encima Moran
escucha la voz de Beckett! Metaficción pura. No nos sorprendería incluso que
Beckett, en su vida real y durante sus contemplaciones metafísicas, haya
aceptado que la vida es irreal y que quizá él era producto de un escritor-dios.
Tal vez imaginarse ello le haya dado la idea y sensibilidad de manejarse
brillantemente en este juego de metaficción que es “Molloy”.
Regresemos a nuestro argumento. Líneas arriba hemos
mencionado deliberadamente la palabra “gong” y precisado que tanto Molloy como
Moran escuchan el sonido proveniente de un “gong” en algunos pasajes de la
historia. Parecerá, tal vez, un elemento sin mayor trascendencia, pero para
nosotros es, al contrario, uno de los momentos más reveladores en nuestra
creencia que Molloy es un personaje creado por Moran.
En la primera parte del libro encontramos lo siguiente sobre
el personaje Molloy: “Pero antes de proseguir, permitidme unas palabras sobre
los murmullos del bosque. Por más que me esforzara en escuchar no percibía ni
asomo de ellos. Sino más bien, con muy buena voluntad y un poco de imaginación,
de vez en cuando un golpe lejano de gong. Un cuerno de caza es previsible que
suene en el bosque, es lo previsible ¡Pero un gong! […] ¡Pero un gong! Era decepcionante, tratar de
aprovecharse al menos de los célebres murmullos y no llegar a oír más que un
gong de vez en cuando. Por un momento pude albergar la esperanza de que se trataba
sólo de mi corazón aún palpitante” (p. 109).
En la segunda parte del libro, mientras Moran organiza los
preparativos de su viaje en su habitación, manifiesta que conoce a Molloy. Juega
con la posibilidad de que, tal vez, no sepa mucho sobre él pero sí lo sabe pues
incluso narra lo que Molloy ya se encuentra realizando en tiempo real en el
mundo donde éste vive y que luego Moran escribirá. Incluso estos pensamientos
sobre Molloy interpelan por momentos al mismo Moran: “Se apresuraba sin cesar,
como impulsado por la desesperación… […] Unas veces, prisionero, chocaba con no sé qué estrechos
límites… […] Incluso en campo abierto parecía estar abriéndose camino
penosamente. […] avanzaba penosamente. […] Siempre iba de camino.
[…] Así me visitaba, a intervalos muy espaciados. Entonces todo yo era
ruido, pesadez, cólera, ahogo, esfuerzo… […] Me cambiaba totalmente. […]
El Molloy a quien así me iba acercando con precaución sólo debía tener un
lejano parecido con el verdadero Molloy, aquel con quien debería enfrentarme
dentro de poco a través de montes y valles. […] Había, en suma, tres
Molloy, no, cuatro. […] Debo, pues, añadir un quinto Molloy, el de Yudi.
[…] Evidentemente, habría otros”. (pp 141, 142 y 143).
Moran va pensando e imaginando a Molloy y de pronto: “Poco
más o menos en aquel momento el sonido de un gong fuertemente percutido se dejó
oír por toda la casa. En efecto, eran las nueve. Me levanté, puse en orden mis
vestidos y bajé precipitadamente” (p. 143). Es decir, mientras Moran piensa en
Molloy suena en un gong que da la hora y ese mismo gong es escuchado por Molloy
mientras se encuentra en el bosque. Cuando un creador-narrador-escritor piensa
en su personaje, éste puede llegar a escuchar y percibir trazos de dicho
pensamiento. Suena el gong en tiempo real en la habitación de Moran y el sonido
retumba, resuena, como un eco, como una conexión metaficcional, en el mundo que
Molloy también viene viviendo en tiempo real en la cabeza de Moran y que será
recién escrito luego. La primera parte de “Molloy” se escribirá luego, pero ya
viene ocurriendo en la mente de Moran. La interconexión se aprecia en el sonido
del gong escuchado por ambos en simultáneo.
En conclusión, el juego de espejos propuesto por Beckett se
realiza ad infinitum y dependerá de
cada lector darle su propia interpretación a la novela, como señalamos más
arriba. Para nosotros, la riqueza de la obra “Molloy” nos ha permitido
imaginar, a través de los mismos pensamientos de Moran e incluso de la
arbitraria aparición de un sonido de un gong, sobre los niveles de la
metaficción presente y de la creación de los personajes. Siguiendo nuestra
línea de argumentos, “Molloy” sería pues una novela dentro de otra novela y
ésta dentro de otra novela. Beckett-Moran-Molloy. Tres historias semejantes a
una matrioshka rusa.
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