Cosmos: el poliedro caótico de la existencia


Cosmos. Witold Gombrowicz. Ed. Planeta, 1997.



Por: Álvaro Jarillo - Turno de tarde 


Cosmos: el poliedro caótico de la existencia.

Cosmos es una novela que no deja indiferente por la forma en que interpela al lector sobre un tema tan relevante como la realidad y el caos en la propia existencia. ¿ Responde nuestra existencia a una realidad ordenada o caótica? ¿Hay un orden dentro del caos? El elemento central de la obra y objeto de más interpretaciones es la relación entre el orden y el caos. Para comentarlo vamos a acudir a la figura del poliedro como metáfora de una existencia compleja formada por varios planos.


Las cosas y los planos del caos.

Por la temática elegida podría pensarse que estamos ante una novela de tesis o un texto ensayístico pero nada más lejos. El autor elije una estructura de novela policiaca que no es tal en realidad, jugando así desde el principio con la propia contradicción entre lo que podría ser pero no es.

El argumento de la trama se vuelve casi irrelevante a partir de la fuerza narrativa que van adquiriendo los detalles. Esa acumulación de cosas y hechos (gorrión-palito-flecha) permite las reflexiones y conjeturas del personaje-narrador. Desde las primeras páginas en las que Witold y Fuks se encuentran el gorrión muerto, los detalles nimios y aparentemente irrelevantes adquieren una identidad propia para decir al lector ese algo más tan característico de esta obra.

Gombrowicz interpela al lector a través de las preguntas directas pero también a través de la reiteración delirante y absurda de elementos causales que puedan llevar a resolver preguntas tan (a priori) banales como la muerte del gorrión. No es una novela policiaca, no es un ensayo, no sigue un discurso narrativo previsible, es sencillamente Cosmos y eso es lo que la hizo única y objeto de constantes interpretaciones hasta nuestros días.

Queremos destacar las referencias permanentes que se hacen en la novela a los distintos planos que utilizaremos para comentar la obra a través de la figura del poliedro. Así, por ejemplo, una de las primeras distinciones entre los planos se produce cuando compara el interior y el exterior de la casa. Witold cae en una de sus observaciones obsesivas de la pared de la habitación observando las manchas y llega a decir que lo hace con obstinación "hasta que por fin sentí como si ya hubiera cruzado una frontera y estuviera caso del otro lado" (p.37). Sus reflexiones sobre el interior y el exterior de la casa se convierten en obsesivas y los dos lados se muestran con las ventanas y cristales actuando como ojos: "¿sería posible que alguno de esos cristales me mirase con ojos humanos?" (p.44). En ocasiones, también distingue un comportamiento más o menos caótico según se esté dentro o fuera de la casa: "Fucks y yo estábamos al otro lado de aquel absurdo y actuábamos y nos movíamos con una lógica absoluta" (p.44).

En esas primeras referencias a las cosas y a los elementos materiales, el autor adopta un enfoque fijado en las cosas materiales de esa realidad cercana (gorrión, palito, flecha, bocas, etc.), si bien posteriormente "saldrá" un poco de esa realidad cuando hacen la excursión a la otra casa y adopta un enfoque más abierto a la naturaleza y al resto de la realidad circundante. En la cercanía de la primera casa Witold se obsesiona por encontrar la relación entre el gorrión y el palito y vuelve a relacionar el mundo de dentro de la casa con el mundo de fuera. Respecto de esta obsesión, afirma: "a esto también me entregaba, pues me permitía estar ahí y en el otro lado al mismo tiempo, me hacía sentir libre." (p.61). En una de las preocupaciones del Witold por encontrar la relación entre el gorrión y el palito,  vuelve a relacionar el mundo de dentro de la casa con el de afuera afirma que "a esto también me entregaba, pues me permitía estar ahí y en el otro lado al mismo tiempo, me hacía sentir libre." (p.61)

Según avanza la historia, las referencias a ambos lados aparecen en cursiva. Así ocurre cuando miente sobre la muerte del gato y afirma que "a medida que decía estas mentiras me sentía satisfecho de estar mintiendo, de no estar ya con ellos sino en su contra, del otro lado." (p.100). Esas referencias al interior y al exterior de la casa, como el lado de acá y el lado de allá, podrían recordarnos a otras dicotomías clásicas de la literatura como mundo sensible y el mundo imaginario, Buenos Aires y el París de Rayuela o el caos frente al orden en las obras de Borges. No obstante, preferimos darle una interpretación más compleja como si se tratara de una visión de la realidad, como si fuera un poliedro donde no solo hay dos planos sino una multiplicidad de lados que configuran la realidad poliédrica.


Los lados del poliedro y los vértices de la existencia.

La novela inspira la idea de la búsqueda de certidumbres a partir del caos. Ironizando y bromeando sobre distintos elementos que los personajes encuentran al azar, les otorga una relación de causalidad a partir de su propia lógica. Pero recurre al humor y las contradicciones para mostrar que podría ser esa lógica o cualquier otra.

En la excursión que hacen en el Capítulo sexto de la obra, vuelven las referencias a los dos lados según se alejan de la casa: "La casa se alejaba con sus constelaciones y sus figuras, con toda aquella historia, y ahora está 'allá' y 'allá' quedó también el gorrión". En este caso lo relaciona no solo con la dimensión espacial sino también con la dimensión temporal: "Aquél allá no era actual; sí, pero precisamente por no se actual seguía siendo actual." (p.135)

En principio, podría pensarse que puede ser esa lógica y cualquier otra. Así, aparecen de forma desordenada distintos objetos que configuran una nueva realidad de la que el personaje se siente parte. En su obsesión por descubrir la relación entre las bocas ("qué hay de extraño en que una boca me llevase a la otra", p.75), reflexiona sobre la relación casual que observa entre los objetos con referencias a los dos lados, en este caso separados por un biombo ("tras una taza había un vaso, tras una raya en el techo se veía una isla; el mundo era en realidad una especie de biombo y no se presentaba de otra manera sino enviándome cada vez más lejos" p.75). Lo más relevante es dónde sitúa al hombre dentro de ese juego de planos y mundos: "Los objetos jugaban conmigo como si yo fuera una peonza"" (p.75)

A través de la reiteración y mediante un discurso libre y experimental, el narrador sitúa al lector en un plano de contradicciones e incertidumbres donde el personaje analiza la realidad que le rodea. Planos o lados que están llenos de cosas que determinan, en cierta forma, el caos que le rodea. Esta influencia del caos se aprecia en cada uno de los planos. Así, se puede observar cuando afirma "Estaba tan fatigado por el desorden, allá, en la casa, por esa mezcla, ese caos de bocas." (p.138) o cuando dice "Acumulación, torbellino, caos ... un millar de detalles, de conjuntos, de masas, de quién sabe qué, en un caos que pugnaba por reunirse de nuevo, por englobar todos aquellos detalles en una forma suprema." (p.137)

Sin embargo, el transcurrir del personaje en el caos a través de los distintos planos o lados se ve interrumpido bruscamente cuando aparecen elementos como la tetera. La tetera surge como uno de esos vértices necesarios donde las aristas del poliedro se cruzan. El cruce se produce de forma abrupta, rompiendo con gran impacto la linealidad de los planos y marcando la complejidad de la propia existencia. En palabras del propio Witold: "Y por fin vi. Quedé aniquilado. Él le enseñaba una tetera ... Estaba preparado para todo. Para todo menos para ver una tetera" p.91). Lo más relevante es que lo caracterice ese encuentro como "un exceso de realidad, una abundancia que ya no se puede soportar" (p.91).

Siguiendo con nuestra comparación de Cosmos con el poliedro de la existencia, podemos decir que el personaje se mueve entre los distintos lados o planos hasta el límite marcado por las aristas (como las ventanas de la primera casa). Se siente asombrado por la relación existente entre los objetos y las relaciones causales que pueden dar forma a su existencia dentro de esos planos y siente un mayor impacto cuando se encuentra con elementos como la tetera que  le anclan a una realidad que siente como presente. La tetera aparece tras una recapitulación de objetos y la concibe como "algo extra, gratuito, como un lujo del desorden, como un donativo, como un presente del caos" (p.92).


El movimiento del poliedro y la lluvia.

En la segunda parte de la obra, a partir de la excursión a la otra casa, Witold se hace preguntas que llevan al lector a cuestionarse las fuerzas que pueden generar las relaciones de causalidad entre las cosas o cuál es el papel del hombre dentro de esa caótica realidad. En nuestra interpretación a través de la imagen del poliedro, la pregunta a responder sería qué es lo que mueve los elementos de ese poliedro o qué impulsos hay dentro del poliedro mismo.

El narrador muestra una realidad compleja que guarda una cierta unidad. Así, por ejemplo, cuando cambia de casa reflexiona sobre la permanencia de algunos elementos de la casa que han dejado atrás en la excursión. "Nuestra presencia aquí era una presencia 'de otro lugar' ... y esta casa era simplemente otra casa ... y no aquella, la que habíamos dejado 'allá'". (p.145). En el comienzo del capítulo siete se repite esta referencia: "esta nueva casa, la de acá" (p.146) ... otra referencia a cómo cambian de casa pero les siguen acompañando las cosas y experiencias que han vivido: ""cristalizaban y consolidaban las cosas, como si hubiéramos vivido durante años enteros con el gorrión, el gato ... permanecimos ahí, pero en relación con las cosas de allá." (p.152) ... Allá, en la casa, existía siempre, inmutable, todo lo otro, lo que habíamos dejado" (p.153)

A la hora de buscar un cierto sentido al conjunto de esa realidad, Gombrowicz acude a las imágenes de ríos y laberintos para mostrar su complejidad y el dinamismo de la propia existencia. Describe la concatenación de objetos como algo más que una duplicidad de lugares o planos y acude a la imagen del laberinto para reforzar el carácter incierto de la existencia: "El laberinto crecía, un sinfín de objetos, de lugares, de acontecimientos. ¿Acaso no es cierto que cada vibración de nuestras vidas se compone de billones de pequeños destellos? ¿Qué hacer?" (p.119). En el último capítulo, Witold se pregunta por la causa de la muerte de Ludwik y se refiere a la suma de cosas como una suerte de remolino de un río: "De algún modo debió haber ocurrido, seguramente había causas, sólo que no podía encontrarlas, nada, nada, sin embargo el río en el que fluyen todas las cosas debió de haber formado un remolino que yo no conocía, algo tenía que haber ocurrido."

Ante esta masa confusa de objetos que conforman la realidad poliédrica, Gombrowicz muestra la incertidumbre que siente el hombre a la hora de tomar decisiones o de influir en esa realidad. Así, frente a una decisión (aparentemente) irrelevante, como el hecho de pasar entre dos piedras y tener que elegir el camino, Witold se pregunta: "¿Cuál era la diferencia entre pasar por aquí o por allá? ... ¿cómo decidirse si no hay diferencia alguna?" (p.186)

El capítulo final reitera la relación existente entre los distintos planos, lo cual confirma nuestra hipótesis del poliedro de varios lados unidos por aristas que se cruzan en los vértices y permiten pasar al plano siguiente: "Era dificilísimo darse cuenta de que esto, lo de aquí y ahora, se desarrollaba en relación con aquello, lo de allá y entonces, a cerca de treinta kilómetros de distancia." (p.233). Todo ello tomando como referencia una realidad que se concibe como  ilimitada: "Se toma uno un poco de arena en la mano y ya está uno perdido en una masa inconcebible, inmensa, inconmensurable., incalculable." (p.225).

En conclusión, la obra es un ejemplo de cómo una novela experimental quiebra las formas existentes y juega con ellas hasta que todo termina barrido por la lluvia en la escena final. Tal como afirmó después el propio Gombrowicz: "Cosmos [...] es negro, ante todo negro, algo así como una corriente negra, burbujeante, llena de remolinos, de paradas, de aguas estancadas, un agua negra cargada de mil residuos y que el hombre observa tratando de descifrarla, de comprender."[1]


[1] Gombrowicz, W., Testamento, Ed. Anagrama, 1991, p.148.

Comentarios

Entradas populares