Cosmos, innovación narrativa para todos los públicos. Manipulación del tiempo en la novela
Montserrat Iglesias Berzal
Witold Gombrowicz. Cosmos
Buenos Aires. 2015
Traducción de Sergio Pitol

La aparente contradicción entre la falta de
grandes escollos para la comprensión del texto y su radical modernidad es lo
que ha motivado el contenido de este artículo. Más aún si la comparamos con
otras obras con el mismo aliento de experimentación literaria publicadas en la
misma época. Acudiendo solo a la literatura en nuestro idioma, podríamos
encontrar, entre otras, El Mercurio,
de José María Guelbenzu, Conversación en
La Catedral, de Mario Vargas Llosa, o Reivindicación
del conde don Julián, de Juan Goytisolo. Todas ellas tienen en común juegos
temporales y manipulaciones de las voces narrativas que parecen estar ausentes
de las páginas de Gombrowicz. Entonces, ¿por qué reconocemos rasgos vanguardistas
-entendiendo vanguardia en el sentido más amplio del término- en Cosmos? En mi opinión, el novelista polaco realiza una búsqueda formal
alejada de los patrones de la tradición narrativa, pero planteando una
propuesta más sutil que las de otros escritores, ya que Gombrowicz necesita una
impostada simplicidad para comunicar con garantía la idea que sostiene toda la
novela: la falta de sentido del hombre y del mundo.
Para intentar demostrar mi tesis me centraré
en el estudio del tiempo en el relato de Cosmos,
siguiendo los conceptos y la terminología de los narratólogos Gérard Genette y
Mieke Bal[i]. Aunque es imposible fijar
con precisión el lapso temporal en el que transcurre la novela, se podría
suponer que desde que Witold y Fuks llegan a la casa de la familia Wojtys hasta
la tormenta final en la excursión a la montaña, han pasado alrededor de quince
días de un verano anterior a la Segunda Guerra Mundial. Gombrowicz no incluye
apenas datos de lo que pudo suceder antes de este período y de las
consecuencias posteriores[ii]. Al lector se le escamotean
hechos significativos que le ayudarían a entender lo que ocurre. De hecho, la
novela comienza como si se continuase un discurso anterior: “Voy a contar ahora
otra aventura aún más extraña” (p. 7), pero
jamás se aclara lo que supuestamente se nos tendría que haber narrado antes.
La distribución de estas probables dos semanas
en el relato divide con nitidez el texto en dos partes, que además se ubican en
escenarios distintos: los primeros días en la casa de Zakopane -del capítulo
primero a casi la mitad del sexto (pp. 7-106)-, y las últimas diecisiete horas
de la historia en las montañas -de la mitad del capítulo sexto a las últimas siete
líneas del noveno de la novela (pp. 106-190).
El siguiente cuadro puede ayudar a entender mejor
el contraste en el tratamiento temporal entre la primera y la segunda parte de
la obra:
CAPÍTULO
|
TIEMPO DE LA HISTORIA
|
PÁGINAS
|
Total págs.
|
PRIMERO
|
Aproximadamente cinco días
|
23
|
91
|
SEGUNDO
|
Aproximadamente tres horas de la tarde de
un viernes.
|
10
|
|
TERCERO
|
Aproximadamente cuatro horas de la
tarde-noche del mismo viernes.
|
10
|
|
CUARTO
|
Aproximadamente 48 horas. De la noche del
viernes a medianoche del domingo.
|
22
|
|
QUINTO
|
Aproximadamente diez horas. Noche del
domingo y primeras horas del lunes.
|
17
|
|
SEXTO
|
El resto del lunes y aproximadamente los
cinco días siguientes
|
9
|
|
Siete horas. De las 7:00 a las 14:00
|
12
|
81
|
|
SÉPTIMO
|
Dos horas. De las 14:00 a las 16:00
|
9
|
|
OCTAVO
|
Siete horas. De las 16:00 a las 23:00
|
45
|
|
NOVENO
|
Una hora. De las 23:00 a las 24:00
|
15
|
Del anterior esquema derivan dos afirmaciones
fundamentales: el orden del relato no se desvía del orden de la historia, es
decir, apenas se reconocen analepsis y no hay ni una sola prolepsis; y, lo que
es mucho más destacable, entre la primera y la segunda parte hay un notable
cambio en la manipulación de la velocidad.
Las causas que motivaron la falta de
distorsión temporal son fácilmente explicables. Un puzle cronológico no tendría
ninguna función narrativa en una historia cuyo narrador protagonista está obsesionado
por buscar un sentido a los acontecimientos. El respeto al orden cronológico de
los hechos es parte de ese esfuerzo por organizar de manera lógica, con una
relación causa-efecto, los elementos dispares. La circunstancia de que, a pesar
de ese esfuerzo, lo que ocurre siga pareciendo totalmente arbitrario, intensifica
la sensación de absurdo en el lector. Del mismo modo, Gombrowicz es consciente
de que cualquier analepsis podría introducir claves reveladoras que distorsionaran
ese mensaje. Si se explicara con detalle que Witold ha tenido problemas en el
pasado, el lector llegaría a conclusiones tranquilizadoras, como que las ideas
delirantes del protagonista son el fruto de una mente previamente enferma o de
una personalidad problemática. La obra no puede dar esa escapatoria. Por ello,
las analepsis se limitan a meras pinceladas en la primera y segunda página de
la obra:
“La verdad es que estaba harto de mis padres
y de toda mi familia; quería superar al menos un examen y disfrutar del cambio;
alejarme, pasar algún tiempo en otro sitio. Me fui a Zakopane” (p. 7).
“¿Cuál podía ser la causa?, pensaba yo
confusamente en medio de aquella vegetación que se excedía en miles de
combinaciones; por otra parte estaba el fatigoso viaje en tren, la noche llena
de ruidos ferroviarios, el sueño, el aire, el sol, la marcha con Fuks, mi
madre, Jasia, el conflicto provocado por aquella carta, mi frialdad hacia
Román, mi padre, incluso el problema de Fucks con el director de su oficina
(problemas de los que me había hablado), las huellas dejadas por las ruedas,
los terrones, los zapatos, pantalones, piedras, hojas, todo se concentraba de
golpe en ese gorrión, como una muchedumbre arrodillada. Y él reinaba en su
total excentricidad… Reinaba en aquel sitio” (p. 8).
En cuanto al cambio de velocidad, aunque es
verdad que resulta improbable la existencia de textos, y más aún si son largos,
que respeten una perfecta isocronía (es decir, la misma cantidad de texto para
períodos temporales idénticos), los autores suelen articular la anasicronía de
su relato con unos patrones rítmicos que se mantengan durante toda su obra. Por
ello, el cambio de velocidad en Cosmos
a mitad de la novela debe llamarnos la atención: 91 páginas para casi quince
días, y 81 páginas para diecisiete horas. El sentido de la obra no cambia, ¿por
qué si el juego temporal? Porque lo hace la perspectiva: en la primera parte
Witold está volcado en sus propias impresiones mientras que en la segunda se
hacen más presentes las de los otros. Necesita ser más detallado para “prestar
más atención”, para escuchar más. Es este ver a los demás lo que permite
generalizar el significado de la obra: nada tiene sentido desde cualquier punto
de vista.
Pero aún más relevante que la ralentización de
la segunda parte del libro y sus motivos, las peculiaridades en el uso de la
velocidad se centran sobre todo en el tratamiento que se da a los distintos tempos narrativos. La Narratología
reconoce cuatro posibles relaciones entre la velocidad del tiempo en la
historia y en el relato. La velocidad máxima es la elipsis, en la que un
segmento nulo de relato corresponde a una duración cualquiera de historia;
mientras que la lentitud absoluta es la pausa, en que un segmento cualquiera
del discurso narrativo corresponde a una duración diegética nula. Entre elipsis
y pausa, se reconocen dos movimientos narrativos intermedios: la escena, la
mayoría de las veces dialogada, donde se supone que son iguales el tiempo del
relato y el de la historia; y el sumario, forma de movimiento variable, que
convencionalmente se considera a todo aquello que no es ni escena ni elipsis.
Teniendo en cuenta que una pieza narrativa no debe exponer ideas sino
mostrarlas encarnadas en hechos, un relato tradicional se configura con una
sucesión de escenas, separadas por sumarios de extensión variable para los
momentos intermedios y más o menos veteadas por pausas para las descripciones
de ambientes y personajes.
En Cosmos no se respeta esta distribución
típica. Lo primero que destaca es la falta de sumarios, seguramente motivada
por la misma razón por la que no se introducen analepsis: para evitar que el
lector se “explique” lo que está pasando. De ahí, que la obra concluya con un
sumario sorprendente que no aclara ninguna de las consecuencias del suicidio de
Ludwik y ni del regreso del protagonista a Varsovia:
“En conclusión: escalofríos,
reumas, fiebres, Lena enfermó de anginas, fue necesario llevar un taxi de
Zakopane, enfermedad, médicos, en fin todo cambió y yo volví a Varsovia, mis
padres, el conflicto permanente con mi padre, y otras historias, problemas,
dificultades, complicaciones. Hoy en el almuerzo comimos pollo relleno” (p
190).
Sí que encontramos sumarios en el capítulo
primero y en el comienzo del sexto. Pero en ambos momentos su existencia responde
a la necesidad de establecer el pacto con el lector tanto en el planteamiento
de la historia (las analepsis de las que ya se ha hablado más arriba), como en la
continuación de esta tras una elipsis abrupta[iii]. Tampoco las elipsis son
un recurso habitual, y se limitan a los momentos en el que el narrador
protagonista duerme: las noches de la primera parte de la historia y apenas una
hora de siesta en la segunda parte.
Lo que nos queda es que la novela se
desarrolla mediante escenas y pausas. El propio narrador es consciente de que
contará su historia desarrollando ciertos acontecimientos y no otros:
No sé cómo contar esto… esta historia… pues
tengo que contar todo a posteriori. La flecha, por ejemplo… Esa flecha
entonces, a la hora de la cena, no era de ninguna manera más importante que el
ajedrez de León, el periódico o el té; todo tenía la misma importancia, todo
formaba parte de ese momento, como un enjambre. Pero ahora, a posteriori, sé
que la flecha era la más importante y por eso al narrar esta historia la sitúo
en primer plano, extrayendo así la configuración del futuro de entre esa masa
informe de acontecimientos diversos” (p. 31).
Es decir, desarrollar momentos concretos es la
manera elegida por el narrador protagonista para dar un pretendido y finalmente
imposible sentido a lo que está sucediendo. Por lo tanto, la manipulación
temporal vuelve a contribuir a transmitir el mensaje de Gombrowicz en su
creación: por mucho que el narrador se esfuerce en ofrecer una explicación del
caos, lo único que se muestra evidente es el absurdo que lo inunda todo.
Escenas y pausas se combinan en la obra de
forma muy interesante. Desde el capítulo inicial, la escena queda reducida a la
meramente esquemático. Lo que llena estas escenas de contenido son las pausas, pero
no aquellas centradas en descripciones de ambientes o personajes, sino en los pensamientos
del protagonista que vocaliza la historia. Estos pensamientos interpretan los
datos esquemáticos de la escena, pero el hecho de que estén intercalados y versen
sobre los hechos de la escena permite que este libro se siga viendo como un
texto narrativo, y no como un largo discurso expositivo sobre el sentido de la
vida contemporánea. Este es, bajo mi punto de vista, uno de los grandes logros
de Cosmos: dar valor novelístico a lo
que parecería, en principio, una larga digresión.
Una de las muestras más claras de lo anterior,
sobre todo en la primera parte del relato, es en el capítulo tercero, donde de
las diez páginas que ocupan en la novela, nueve y media se emplean en la escena
de la cena del viernes. Las anécdotas de la cena se presentan de manera
esquemática, incluidos los diálogos más relevantes[iv], y lo auténticamente
relevantes son las reflexiones sobre las manos de Lena o sobre los celos que
siente Witold.
Pese a que las últimas trece páginas del
capítulo cuarto presentan hechos especialmente importantes: la inspección del
cuarto de Katasia, el espionaje al matrimonio de Lena y Ludwik y el ahorcamiento
del gato, también permiten ver buenos ejemplos de esta manera de integrar
escena y pausa. Se puede comprobar leyendo fragmento en el que aparece la
tetera:
“Una tetera.
Estaba preparado para todo. Para
todo menos para ver una tetera. Hay una gota que hace derramar el vaso, algo
que resulta ya ‘demasiado’. Existe algo así como un exceso de realidad, una
abundancia que ya no se puede soportar. Después de tantos objetos que no soy
capaz de enumerar: agujas, ranas, gorrión, palito, vara, puntilla, cáscara,
cartón, etcétera, etcétera, chimenea, corcho, ranura, canalón, mano, pelotitas
de miga, etcétera, etcétera, terrones, red, alambre, cama, piedrecillas,
mondadientes, pollo, eczemas, bahías, islas, agujas, y así por el estilo, sin
parar, hasta el aburrimiento, hasta el hastío, y ahora esa tetera, sin venir a
cuento, sin que tuviera nada que hacer, como algo extra, gratuito, como un lujo
del desorden, como un donativo, un presente del caos. Basta. Se me cerró la
garganta. No podía tragar eso. No podía. Basta ya. Volver. A la casa.
Se quitó la toalla del encima.
Estaba sin blusa. Me impresionó la desnudez de sus pechos y brazos. Con esa
desnudez de la parte superior empezó a quitarse las medias, su esposo volvió a
decir algo y ella le respondió, se quitó la otra media, él apoyó un pie en la
silla y se desató el zapato. Pospuse mi retirada; pensé que ahora sabría cómo
era, cómo era cuando estaba a solas con él, desnuda, ¿era degenerada, perversa,
sucia, untuosa, sensual, casta, tierna, pura, fiel, fresca, graciosa o coqueta?
¿Quizá era sencillamente fácil? ¿O profunda? ¿O acaso terca, desencantada, hastiada,
indiferente, cálida, astuta, mala, angelical, tímida, desvergonzada, rapaz?
¡Por fin iba a saberlo! Ya mostraba los muslos; un momento más solamente e iba
a saberlo; por fin me enteraría, por fin vería yo algo…
La tetera.
Ludwik tomó la tetera, la puso
sobre un anaquel y se dirigió hacia la puerta.
Apagó la luz.
Agucé la mirada, pero no vi nada;
con ojos ciegos, clavados en la oscuridad de esa cueva, intentaba ver algo.
¿Qué estarían haciendo? ¿Qué hacían? ¿Y cómo lo hacían? Ahora todo era posible
allá. No había gesto o caricia imposible, la oscuridad era realmente
indescifrable; se revolcaba, o no se revolcaba, se avergonzaba, o amaba, o nada
de nada, o cualquier otra cosa, actos de infamia, de horror, nunca sabré nada.
Empecé a bajar del árbol y al descender pensé largamente que si Lena fuera una
niña de ojos muy azules podría ser igualmente un monstruo, solo que un monstruo
infantil de ojos muy azules. Por lo tanto, ¿qué es lo que nos permite saber?
Nunca sabré nada sobre ella” (p. 74-75).
En el capítulo quinto, cuya estructura recuerda
bastante a la del penúltimo capítulo de la obra, escenas y pausas aparecen mucho
menos imbricadas. La escena es más pura, y, por lo tanto, más convencional, ya
que lo que se desarrolla es un diálogo dirigido por Fuks en el que este intenta
averiguar quién ha sido el responsable de la muerte del gato. Las pausas-digresiones
se introducen a raíz de lo que declaran los personajes y ponen el contrapunto
disparatado al esfuerzo lógico del resto de los personajes, ya que en estas reflexiones
Witold declara sus hipótesis sobre el posible autor del “gaticidio”, cuando
sabe mejor que nadie que el “gaticida” ha sido él mismo. El narrador
protagonista vuelve a buscar un orden general, que no compagina bien con el
hecho de que él haya sido el responsable de la muerte de la mascota, por eso en
sus pensamientos prueba con estas “combinaciones”. Estas pausas en la escena
son poderosísimas, pues el lector se da cuenta de la imposibilidad de este
orden tal y como lo plantea el diálogo, que no llega a ninguna conclusión
cierta, ni tal como lo plantea Witold, que es un puro absurdo.
Como ya se ha señalado, a partir de la mitad
de la novela (p. 103) el ritmo cambia de una forma casi abrupta. Se pasa de una
selección de escenas a un desarrollo casi detallado de las últimas horas que
abarca el relato. Sobre todo al comienzo de esta segunda parte, la urdimbre
entre escenas y pausas es mucho menor, y entre estas últimas las descripciones asumen
mayor protagonismo, aunque siguen apareciendo larguísimas reflexiones del
narrador, como la que relaciona el sacerdote con la tetera (p. 114-115). En el capítulo
siete se refuerza el alejamiento de la subjetividad de Witold. Por ejemplo, las
descripciones no se apoyan en su percepción sino en el propio curso de los
acontecimientos, como ocurre con el dibujo que se hace del personaje de
Jadeczka. Estos cambios en el manejo de la perspectiva y el tiempo son
necesarios para hacer narrativamente viable el capítulo octavo, tal vez el más
importante de la novela, pues contiene la conversación entre Witold y León. Esta
conversación, que ocupa un tercio del capítulo, se trata de una escena
perfecta, ya que si se leen en alto sus quince páginas, se comprobará que la
duración de la lectura es de una media hora, más o menos lo que se establece
para la entrevista, que comienza a las cinco y media y termina a las seis de la
tarde.
En esa conversación sigue primando lo
expositivo a lo narrativo, y, aunque lo que importa ahora no son las
reflexiones del protagonista sino las de uno de los personajes, la conclusión a
la que se llega es la misma: la ya reiterada falta de lógica:
- ¿Ha visto, hermoso señoritín, cómo al final
hemos acabado por entendernos…? Es muy sencillo. El hombre… ama ¿no es así?
Ama. Amórulo. Amorúloberg.
- ¡Berg!
- ¿Qué dice?
- ¡Berg!
- ¿Cómo entenderlo?
- ¡Berg!
- ¡Basta! ¡Basta! No…
- ¡Berg! (p. 146)
Conforme se va
llegando al final de la obra, a partir de la mitad del capítulo octavo, no se
elide ningún acontecimiento, por lo que se da la sensación de un avance
narrativo; pero este curso final es solo una manera de maquillar las ya omnipresentes
reflexiones del protagonista narrador. De esta manera, en las últimas quince
páginas Gombrowicz consigue que el contraste entre el absurdo de las
situaciones (encuentro con el cuerpo colgado de Ludwick, profanación de la boca
del supuesto suicida, decisión de no contar a nadie su hallazgo, regreso con el
grupo, profanación de la boca del sacerdote y apoteosis final/masturbación de
León) y la certeza de Witold de haber hallado un sentido transmita al lector el
estupor del absurdo:
Y ¡pam, pam, pam, pam! ¡Uno, dos,
tres, cuatro! El gorrión colgado, el palito colgado, el gato estrangulado-colgado,
Ludwick colgado. Todo se volvía coherente. Todo encajaba a la perfección. Un
cadáver absurdo que de pronto se convertía en un cadáver lógico. Solo que
aquella lógica era densa… demasiado mía… personal… especial… privada (p. 178).
Y por encima de todo, la íntima
satisfacción de que las bocas se hubieran unido con los ‘colgamientos’. ¡Era yo
quien al fin había logrado esa unión! Finalmente. Sentí que había cumplido un
deber.
Ahora era necesario colgar a Lena
(p. 183).
El último aspecto en
el que la Narratología se centra en su estudio del tiempo es la frecuencia o,
lo que es lo mismo, la coincidencia o no entre las repeticiones de la historia
y las del relato. Genette señala que la repetición, en realidad, es una
abstracción mental, porque nunca hay un calco absoluto de nada (el sol sale
todas las mañanas, pero no exactamente igual). Por eso, cuando decimos que se
reproducen acontecimientos de una historia en el relato, no significa que éstos
sean idénticos. Adoptando, no obstante, un concepto esquemático de reiteración
intenta clarificar las diferentes clases de redundancias en la historia y en el
relato:
Muy
esquemáticamente, podemos decir que un relato, sea cual sea, puede contar una
vez lo que ha ocurrido una vez, n veces lo que ha ocurrido n veces, n veces lo
que ha ocurrido una vez, una vez lo que ha ocurrido n veces (Genette 1989:
173).
A un texto que cuenta
una vez lo que ha sucedido una vez se le denomina escena singulativa; al que
reproduce n veces lo que ha acontecido n veces, escena singulativa múltiple;
los fragmentos que insisten n veces en lo que ha ocurrido una sola vez reciben
el nombre de recurrencias; y llamamos relato iterativo a la parte del discurso
que presenta una sola vez lo que se ha producido n veces.
En este aspecto también Gombrowicz se desvía
de lo convencional. Una novela clásica se compone de una sucesión de escenas
singulativas y de relatos iterativos que extractan hechos parecidos que sean
relevantes. Las recurrencias y las escenas singulativas múltiples se utilizan para
dar a un fragmento o fragmentos de la historia una especial carga expresiva. El
narrador polaco, por el contrario, apoya su texto en las estas dos frecuencias.
Es cierto que hay escenas singulativas y, sobre todo, relatos iterativos muy
logrados (por ejemplo, el que encontramos al comienzo del capítulo dos sobre cómo
la boca de Katasia se acercaba a Witold todas las mañanas al despertarlo). Pero
lo que llama la atención es la obsesión por mencionar una y otra vez los mismos
acontecimientos. El ejemplo más obvio es la referencia constante a los
distintos tipos de colgamientos que se suceden en la obra. Menos obvia, pero
creo que igual de interesante, es la fijación por las escenas singulativas
múltiples en la insistente aparición de cenas en la novela, parecidas unas a
otras como auténticas gotas de agua. Ese esfuerzo por centrarse en momentos de
historia casi idénticos abunda en la idea de rutina que en la novela va de la
mano de la de absurdo.
En conclusión, la tratamiento que Gombrowick
hace del tiempo en Cosmos, en sus tres facetas básicas –orden, velocidad y frecuencia,
ayuda, por un lado, a alejarla de los esquemas de la novela tradicional y, por otro,
y mucho más relevante, a transmitir el mensaje último de la creación: el hombre
vive en un mundo de rutinas sin sentido y no hay mayor locura que el de intentar
buscar al magma caótico de nuestra existencia el menor sentido.
[i] En
concreto, el aparato teórico de este trabajo se extrae de:
BAL, Mieke. Teoría
de la narrativa (Una introducción a la Narratología). Madrid: Cátedra,
1995, pp. 57-87.
GENETTE, Gerard. Nuevo
discurso del relato. Madrid: Cátedra, 1998, pp. 9-32.
[ii] En
ningún momento se aclara por qué Fuks y Witold están en Zakopane, una pequeña
ciudad turísticas de los Cárpatos polacos, fronteriza con Eslovaquia y a
cuatrocientos kilómetros de Varsovia. Residen en la capital, allí ya se
conocían y se reencuentran en Zakopane casualmente. Pese a tal ambigüedad, se
puede deducir que ambos han salido de la Varsovia para disfrutar de unos días
de descanso. Fuks tiene varias semanas de vacaciones de su trabajo en una
oficina y es probable que Witold sea estudiante y haya huido de su casa por
razones que no se concretan.
[iii] El
sumario de los días de historia que se han elidido se convierte en un relato
iterativo, algo tan extraño a la novela como los propios sumarios.
[iv] Hasta
que no se llega al capítulo octavo apenas se oye la voz de Witold en estos
diálogos. A Gombrowicz le interesa más reproducir el discurso del resto de los
personajes. Por ejemplo, en este capítulo se producen tres intervenciones
fundamentales: León contando sus experiencias absurdas mientras trabajaba en el
banco; Fuks, que intenta hacer saber al posible “bromista” que han descubierto
su trama del palito; y León y Lubwick, quienes mantienen una interesante
conversación sobre la posibilidad o no de que el mundo se pueda organizar
científicamente.
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