El Amante / Un dique contra el Pacífico: Redención familiar - Aitor Díaz
1. Resumen
Marguerite
Duras (1914-1996) decía que “los hombres no soportan a las mujeres que
escriben”, pero ella lo hacía, lo hacía como si la vida le fuera en ello, y de
alguna manera, por su forma de entender la literatura, así era. Duras
impregnaba sus obras de un marcado carácter autobiográfico, y en el caso de “Un
dique contra el pacífico” y “El amante” lo que vertió concretamente fue parte
de su infancia. Marguerite Duras pasó los primeros años de su vida en
Indochina, en las colonias francesas, formando parte de la comunidad blanca que
allí habitaba. Sus padres fueron profesores. Él murió cuando ella aún era niña,
de modo que se crio bajo el fuerte influjo de su madre, acompañada de sus dos
hermanos. La relación de Duras con su madre y con su hermano mayor fue compleja
y ardua, pero a través de las citadas novelas, la autora establece una especie
de “entendimiento” con ellos. Y ese entendimiento es precisamente el objeto del
presente articulo.
En
las siguientes líneas se analizará el modo en que Duras utiliza sus obras como
vehículo de absolución familiar, y se enfatizará la diferencia existente entre
el perdón que Duras otorga a su madre, y el perdón que concede a su hermano
mayor.
Palabras clave: Dique, Marguerite Duras, amante, indochina, Pacífico.
2. Introducción
En Un
dique contra el Pacífico (Marguerite Duras, 1950), la autora narra la
historia de una familia compuesta por una madre y sus dos hijos, Suzanne y
Joseph, en una colonia francesa en Indochina. Es fácil identificar a la autora
con la figura de Suzanne, de modo que son sus propios ojos y sus propias
vivencias los que dan vida a los acontecimientos narrados en la novela. A
través de Suzanne, Duras habla de su infancia, de la crudeza de las colonias, y
describe la difícil relación sostenida con su madre y con su hermano. Es una
novela iniciática, de estructura convencional, donde los vínculos familiares
constituyen el eje de la trama.
Por otra parte, El Amante (Marguerite Duras 1984), es una obra puramente
autobiográfica. Duras habla en primera persona
(o en tercera cuando quiere alejarse de si misma), deja atrás la parte
ficcional, se desembaraza de la estructura clásica novelesca, y construye su
infancia a base de escenas y reflexiones sobre ella misma. Al igual que en Un dique sobre el pacifico, Duras trata
los conflictos surgidos con su madre y su hermano mayor, aunque la figura de
este ultimo es tratada con mayor crudeza que en al obra de 1950, tal y como se
verá a continuación.
3. El
perdón de una hija
La relación de Marguerite Duras (1914-1996)
con su madre nunca fue fácil. Ella misma dijo en una entrevista a la televisión
francesa: “mi madre acabó loca, lo que
significa que siempre lo estuvo”, hecho que Duras refleja vívidamente en
sus novelas. Tanto en Un Dique contra el
Pacífico como en El Amante, Duras
establece una compleja relación con su madre. Muestra las “insensateces” que llevó
a cabo a lo largo de su vida, y como estas llevaron a la familia a la pobreza.
En algunas ocasiones la juzga, en otras la condena, aunque las palabras de
Duras desprenden un halo íntimo de comprensión que la alejan del reproche.
Esta comprensión inherente al texto ocurre
en ambas novelas. Duras construye la figura literaria de su madre de forma
similar en ambos escritos, presentándola como una figura conflictiva y
problemática.
“La
madre decía que no, que al caballo le pasaba lo que a ella que estaba harta de
vivir y que prefería dejarse morir.” (Un dique contra el
Pacífico, Página 15, Fabula/TusQuets editores)
“Siempre
vi a mi madre planear cada día el futuro de sus hijos y el suyo. Un día no fue
capaz de planear grandezas para sus hijos y planeo miserias, futuros de
mendrugos de pan, pero lo hizo de manera que también tales planes siguieron
cumpliendo su función.” (El Amante, Página 11,
Fabula/TusQuets editores)
Otro punto que Duras enfatiza acerca de su
madre es su inestabilidad psicológica. Es una mujer incapaz de afrontar sus
fracasos, y lo que es peor, aprender de ellos. La vida la sacude de forma
incesante, y ella se esconde en la somnolencia y el hastío.
“Ya
solo veía a su madre a la hora de cenar, pues ésta se pasaba el día durmiendo.
Se tomaba sus pastillas y dormía. Durante todos los periodos difíciles de su
vida había hecho lo mismo. Cuando se derrumbaron los diques, dos años atrás,
durmió cuarenta y ocho horas seguidas.” (Un
dique contra el Pacífico, Página 150, Fabula/TusQuets editores)
“Pero
es la manera de ir vestidos nosotros, sus hijos, como pobres, donde noto cierto
estado en el que mi madre caía a veces y del que ya, a la edad que teníamos en
la foto, conocíamos las señales precursoras, ese modo, precisamente, que tenía
de no poder lavarnos, de no poder vestirnos, y a veces incluso de no poder
alimentarnos. Mi madre pasaba cada día por esa tremenda desgana de vivir.”
(El Amante, Página 21, Fabula/TusQuets editores)
Para la joven Duras, su madre es, en
definitiva, un monstruo devastador:
“Carmen conocía bien a la madre, el asunto de
los diques, el de la concesión y todo aquello. La veía como un monstruo
devastador (…) Había sufrido tantos infortunios que se había transformado en un
monstruo de poderoso hechizo, y sus hijos se exponían, para consolarla de sus
desdichas, a no separarse de ella (…) Por más que a Suzanne le incomodase un
poco oír eso de su madre, a la postre no dejaba de ser cierto.”
(Un dique contra el Pacífico, Página 141, Fabula/TusQuets editores)
Pero Duras redime a su madre en ambas
novelas, y lo hace de forma explicita. Ya sea a través del momento de su
muerte, o por medio de fugaces apuntes de comprensión adolescente, Duras
alcanza un estado de equilibrio con la única figura paterna con la que ella y
sus hermanos pudieron contar. No cabe duda que su madre no supo estar a la
altura en determinados momentos de su vida, ni en la de sus hermanos, y que se
dejó llevar por un febril favoritismo hacia el mayor de sus hijos, pero, al fin
y al cabo, hizo lo que pudo. Gracias a la literatura Duras entiende la
humanidad de su madre. Vomita aquello que la hacía enrojecerse de rabia cuando
era niña, y mediante sus palabras da paz y tablas a sus conflictos maternos.
“(…)
Murió poco después de regresar Agosti (la madre). Suzanne se acurrucó junto a
ella, y durante horas, deseo morir también. Lo deseo ardientemente, y ni Agosti
ni el recuerdo tan próximo aún del goce que había obtenido con él le impidieron
retomar por última vez la desordenada y trágica intemperancia de la niñez”
(Un dique contra el Pacífico, Página 268, Fabula/TusQuets editores)
4. El
perdón de una hermana
La relación literaria que Duras (1914-1996)
establece con sus hermanos es sensiblemente distinta a la construida con su
madre. Su hermano menor, al que adoraba, no aparece como tal en Un dique contra el Pacifico y su hermano
mayor aparece “suavizado” en la novela. Podría decirse que, de algún modo, el
hermano mayor de Suzanne, Joseph, reúne características de ambos hermanos de
Duras. Por una lado es mal educado, hosco, un “ladrón sin armas”, como diría la
propia autora, pero, por otro, Suzanne está prendada de él, como Duras de su
hermano menor. Suzanne compara a todos los hombres con Joseph, lo encuentra
guapo, aguerrido, y al final de la novela elige quedarse con un pretendiente
que lo recuerda en muchos aspectos.
En Un
dique contra el Pacífico, Duras redime a su hermano mayor a medias.
Menciona algunas de sus cualidades negativas, pero las endulza con otras tantas
características inventadas o inspiradas en su hermano menor (de hecho, le
otorga un final que bien podría haber sido el de su hermano menor en vida).
Puede decirse que es el tan solo el principio del perdón, el cual concluirá,
años después, a través de El Amante.
“Suzanne
recordaba perfectamente el minuto en el que supo que nunca encontraría a un
hombre que le gustara tanto como Joseph. Otros hubieran podido creer que estaba
un poco loco. Y en efecto, cuando se empeñaba en desmontar el B-12, sin motivo
alguno cabía pensarlo. La madre a veces lo dudaba. Pero Suzanne siempre había
sabido que no estaba loco.” (Un dique contra el Pacífico,
Página 233, Fabula/TusQuets editores)
En El
Amante, sin embargo, Duras se
muestra inmisericorde con su hermano mayor. No ofrece tregua. Lo presenta como
un delincuente, como un borracho y un jugador, responsable de la ruina final de
su madre, y de la familia.
“En
una noche. Robó a mi madre moribunda. Se trataba de alguien que registraba
armarios, que tenía buen olfato, que sabia buscar bien (…) Robó las alianzas,
cosas así, mucho, las joyas el sustento. Robó a Dó, a los criados, a mi hermano
menor. A mí, mucho (…) Sabe aprovecharse del trastorno de la muerte.”
(El Amante, Página 87, Fabula/TusQuets editores)
Y ahí radica la principal diferencia con Un dique contra el Pacífico. En El Amante no hay ningún pasaje explicito
que redima a su hermano mayor, y, sin embargo, hay perdón. El perdón de una
hermana al hablar por fin de las fechorías de su hermano mayor, el perdón de
una autora que escribe con total libertad acerca de los pesares de su vida, y
de sus seres queridos. Dijo Duras en una entrevista que absolvía a todos sus
familiares con esta novela, que los perdonaba, y lo hacía precisamente por eso,
por poder hablar sin tapujos de sus maldades.
“Cuando
amanecía, tenía menos miedo y menos grave parecía la muerte. Pero el miedo no
me abandonaba. Quería matar, a mi hermano mayor, quería llegar a vencerle una
vez, una sola vez y verle morir.” (El Amante, Página 13,
Fabula/TusQuets editores)
5. Conclusión
A través de las novelas Un dique en el Pacifico y El Amante, Marguerite Duras construye la
redención literaria de su familia. Con su madre lo hace de forma explicita,
mientras que para con su hermano se sirve del desahogo. De los pasajes
expuestos previamente se extrae una emoción renovadora, la consecución de un
perdón familiar largamente pospuesto. Duras habla de su vida, de su verdad, de
las tragedias, de las injusticias, de las desdichas y las calamidades sufridas
a causa de su madre y su hermano mayor, y cuando por fin se libera de toda esa
carga, cuando deja atrás el peso que lastró su infancia, es libre. Libre para
contar lo que quiere y cómo quiere. Libre para respirar, para reclamar el amor
por el placer, y el placer por el amor. Libre para ser quien fue, y quien es.
Duras perdona a su familia con y en sus palabras, los evoca, y los convierte en
parte de si misma. Ella también se perdona, y es que, como diría una vez: “en El Amante, todos son absueltos”.
6. Bibliografía
· Duras,
Marguerite (1950): Un dique contra el
Pacífico.
· Duras, Marguerite
(1984): El Amante.
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