El corazón de las tinieblas - Aitor Díaz
El corazón de las tinieblas. Perfil psicológico del señor Kurtz.
1. Introducción
En El
corazón de las tinieblas (Joseph Conrad, 1899), Conrad crea a uno de los
personajes más icónicos y complejos de la literatura del siglo XX, y cuyo
nombre aún resuena en la consciencia colectiva gracias a la película Apocalypse Now (Francis Ford Coppola,
1979). Se trata, por supuesto, del señor Kurtz, o el general Kurtz para los
amantes del film.
Técnicamente hablando, Kurtz es el
antagonista de la novela de Conrad, aunque, a su vez, también ejerce las veces
de objeto de deseo del protagonista, el marino Marlow. Al igual que este, Kurtz
viajó a África como empleado de una prominente compañía exportadora de marfil
con espíritu colonizador. Quería llevar a cabo los grandes ideales de dicha
colonización: humanizar, construir, y mejorar,
como él mismo explica en su primer informe, pero en cuanto saborea el poder de
la jungla, Kurtz deja atrás sus ideales filantrópicos para autoproclamarse
señor todopoderoso de su puesto, y, por extensión, de los nativos que allí
habitan. Kurtz llega a África preocupado de extender la civilización, pero muere
con la firme convicción de que hay que exterminar
a todos los salvajes.
No obstante, y pese a esa involución
filantrópica, los resultados de Kurtz para la Compañía son inmejorables, lo
cual pone en entredicho las intenciones humanísticas de sus dirigentes. Él
consigue más marfil que el resto de estaciones juntas, y lo consigue mediante
el salvajismo y el uso brutal de la fuerza. Esto asusta a hombres como el Director, que se queja de sus métodos
abusivos, pero Kurtz solo está haciendo lo que en realidad pretende la
Compañía, salvo que libre de las mascaras bienaventuradas de la colonización.
Marlow remarca en varias ocasiones que toda Europa contribuyó en la creación de
Kurtz, y la mera existencia de un personaje tan cruel y divino confirma
esta suposición. Un personaje como Kurtz da lugar a muchas interpretaciones,
una de las cuales puede considerarlo como la personificación de la lujuria y la
codicia reprimida de los colonizadores. Y es que a Kurtz no le importa la
percepción que tontos nocivos como el
Director tengan de él. Si bien Bruselas es un sepulcro blanco cargado de hipocresía, él, Kurtz, es completamente
consciente de sus deseos y se deja arrastrar por ellos. Le dice al director que
no esta tan enfermo como a él le gusta
pensar, y esa afirmación bien podría aplicarse a todos lo que participan en
la construcción del imperio colonialista: etiquetar a Kurtz como un hombre
moralmente enfermo podía resultar reconfortante a sus congéneres, pero en
realidad no era más que la consecución de sus más íntimos y primitivos deseos.
Kurtz es un personaje simbólico y complejo,
y los matices psicológicos con los que Conrad impregnó su figura resultan casi
inabarcables. Por ello el presente articulo pretende centrarse solo en tres
características fundamentales del perfil psicológico del personaje, que no son
otras que la ambición, el complejo de mesías, y su episodio final de
autoconsciencia.
2. Ambición
y deseo
Kurtz es un hombre civilizado devorado por
su propio salvajismo.
Nueve años antes de los acontecimientos
narrados en El corazón de las tinieblas (Joseph
Conrad, 1957-1924), el joven Kurtz llega al Congo. Es inocente, es civilizado,
pero en África se encuentra con una selva virginal, madura, repleta de
costumbres barbáricas a las que doblegar con sus conocimientos modernos. Y así lo hace. Pronto rinde a
los nativos a sus ordenes, y se erige como un nuevo Dios, ofreciendo a sus
seguidores el camino hacía la luz proverbial de la civilización.
Sin embargo, se topa con un obstáculo: su
propia ambición. En la selva, Kurtz libera su yo primitivo. Descubre que allí, alejado de las leyes sociales,
puede dar rienda suelta a sus deseos. Puede obtener tanto marfil como le venga
en gana, puede poseer a cuantas mujeres quiera, puede establecer alianzas
bárbaras, puede masacrar, puede perdonar. Allí, en la selva, Kurtz es Dios, y
su palabra es deber. Consigue más y más marfil, y acaba tan intoxicado de
avaricia, como de efluvios selváticos. La selva lo posee y lo transforma.
Arranca de él la cultura civilizada y civilizadora, y lo devuelve a los
primeros estratos del salvajismo humano. La
jungla se ha introducido en sus venas, decía Marlow, y por eso distinguía
entre el Kurtz que llegó a la selva y el cadáver que la abandonó.
Además, la involución de Kurtz para
satisfacer sus necesidades no tiene límite. A diferencia de los nativos, cuyo
sentido de la decencia los conmina a
comer carne de hipopótamo en lugar de devorar a los peregrinos, Kurtz antepone
sus deseos a cualquier otra circunstancia. Su transformación va mucho más allá
de adoptar las costumbres locales. Se
convierte en un emisor continuó de deseos, en un niño insaciable, brutal y
egoísta hasta el extremo. Su ambición lo posee, la selva lo posee, y al hacerlo,
él se convierte en la jungla, y extiende su avaricia como la negra espesura que
cubre toda la novela de Conrad.
Kurtz es la involución del hombre
civilizado, el niño sin medida, libre de cualquier restricción social o moral.
Kurtz es libre, es salvaje. Es deseo y ambición.
“Yo
tenía un pequeño lote de marfil que me había dado el jefe del poblado vecino
(…) El caso es que él (Kurtz) lo quería y no estaba dispuesto a atender a
razones. Afirmó que me mataría a menos que se lo diera y me largara de la
región, pues nada en la tierra le impediría matarme cuando le viniera en gana.”
(El corazón de las tinieblas, Posición 1512, Edición
digital/Mondadori)
3. Complejo
de Mesías
En su extraña fascinación hacia el
personaje de Kurtz, Marlow reduce su hechizo a una cualidad particular: su voz.
No imagina cómo será darle la mano en su primer encuentro, o como de arrugados
serán sus ojos, sino que fantasea con el timbre de su voz. Desea oírlo hablar.
Desea encontrarse con un orador que este a las altura de las historias que
hablan de él, y es que la voz de Kurtz es el primer indicio de que se ha
elevado por encima de su figura. En la selva, Kurtz es un ídolo; un mesías.
“Lo
que pasa es que era una persona dotada de muchas cualidades, y de todas sus
dotes, la que prevalecía por encima de todas, la que llevaba consigo una
sensación de existencia real, era su habilidad para hablar, sus palabras…”
(El corazón de las tinieblas, Posición 1289, Edición digital/Mondadori)
Su voz es la que moviliza a los nativos
para arrasar aldeas, y su voz es la que ha llevado a la Compañía a alcanzar
cotas impensables de explotación de marfil. Este aspecto confiere a Kurtz una
característica compartida con muchos tiranos del siglo XX: la oratoria, el
poder de la idolatría. Kurtz no es solo ambicioso, también es inteligente,
locuaz, y utiliza ese poder para controlar a los indígenas que tiene a su
disposición.
Los africanos adoran a Kurtz como a un
Dios, pero, como tal, también es presa de sus súbditos. En la obra de Conrad no
queda muy claro si los nativos atacan a los hombres blancos que vienen del rio
por orden del propio Kurtz, o para evitar que lo alejen de ellos. Kurtz es su
mesías, y su prisionero. Fuera de la selva, Kurtz perdería su poder; volvería a
ser un hombre blanco, civilizado, anclado a las reglas sociales que con tanto
afán dejó atrás, de modo que su propio complejo mesiánico lo mantiene encerrado
en la jungla.
Kurtz puede asolar poblados, puede explotar
el Congo, extraer su marfil hasta dejarlo seco, pero no puede hacer ninguna
otra cosa. Al liberar su yo
primitivo, renuncia a la racionalidad vinculada a los pactos sociales de la
cultura moderna, y al hacerlo, construye una jaula mesiánica a su medida. Kurtz
es preso de la jungla porque es preso de si mismo, y de su rol como Dios
hacedor e inmisericorde.
“Las
cabezas de las estacas habrían tenido un aspecto aún más impresionante si no
hubieran estado con la cara vuelta hacía la casa.” (El
corazón de las tinieblas, Posición 1540, Edición digital/Mondadori)
4. Autoconsciencia
¿Es la autoconsciencia lo que dilapida
finalmente la cordura de Kurtz? ¿Es la significación de sus actos, el horror, lo que hace enfermar su
cuerpo? De sus ultimas palabras, así podría deducirse.
Al final de la novela, Conrad por fin deja
que el lector tope con Kurtz, pero el encuentro es breve, fugaz, y con una
figura muy distinta a la que Marlow imagina. El Kurtz de carne y hueso, el
Kurtz que pronto será cadáver, es un ser débil, loco, anclado a la gloria de días
pasados. Esta locura puede deberse a varios motivos. Por una parte, cabría
pensar que su cordura ha sido consumida por el salvajismo, o por la quietud y
aislamiento al que la selva lo han sometido, o puede que, por el contrario, la
locura sea consecuencia de una degradación física y no al revés. No obstante, también
cabría plantearse otra posibilidad. ¿No es posible que Kurtz pierda la cordura
debido a la autoconsciencia de sus propios actos, a la crudeza de la barbarie
cometida por sus manos? ¿Y no es esta barbarie idéntica a la suministrada por
la maquinaria colonizadora?
Una vez muerto, la Compañía continuará
venerando a Kurtz a pesar de su salvajismo, y él, sin duda, es consciente de
ello. Kurtz es consciente de su legado. Dejará tras su muerte una historia endulzada
de carisma y ambición, un ejemplo a seguir para los jóvenes colonizadores
europeos que verán en él un ídolo al que imitar. Los actos brutales cometidos
en pos de la modernidad serán enterrados con su cadáver, y Kurtz, en sus
momentos finales, lo sabe. Su yo
primitivo se enfrenta al desmembramiento social que él mismo ha propiciado, y
que no es otro que el reflejo de la sociedad que lo envió al Congo. Es
autoconsciente de lo que ha hecho, de lo que le obligaron a hacer, en lo que lo
convirtieron, y de ahí sus celebres palabras finales.
“(…)
el que aquellas cabezas estuvieran allí no era algo precisamente provechoso.
Tan solo demostraban que el señor Kurtz carecía de freno a la hora de
satisfacer sus diversos apetitos, que estaba falto de algo, de algún pequeño
detalle (…) No sé si era consciente o no de ese defecto. Creo que tan solo
llegó a darse cuenta al final, en el último momento.” (El
corazón de las tinieblas, Posición 1551, Edición digital/Mondadori)
5. Conclusión
La novela de Joseph Conrad presenta,
enterrado tras infinidad de capas, un personaje complejo y dolorosamente
humano. Kurtz puede representar el deseo, igual que puede ser símbolo de la
barbarie a la que los hombres tienden a asomarse si las condiciones son
propicias. Es ambicioso, es cruel, es mesiánico, pero también es honesto con su
propio salvajismo. El horror que descubre en el momento de su muerte bien
resume el horror que puede alcanzar la naturaleza humana, libre ya de sus
pactos sociales. Y es que ahí radica el escalofrío, en el fondo, cuando el
individuo va más allá de las leyes cívicas, cuando rompe los acuerdos para sus
congéneres. Quizá Kurtz sea, en ciertos aspectos, uno de los hombres más libres
que pueblan la literatura contemporánea, con todas las consecuencias que ello
conlleva.
6. Bibliografía
· Conrad, Joseph
(1899): El corazón de las tinieblas.
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