Lectura crítica. Primer semestre                                                                                  Prof. Ignacio Ferrando

Novela: El extranjero

Alumno.: Ramón Hermosilla



                EL EXTRANJERO DE ALBERT CAMUS Y LA INSENSIBILIDAD DE LA SOCIEDAD ACTUAL.



                La última lectura de El Extranjero de Camus me ha asustado. Viendo el comportamiento de su protagonista (Meursault) no me ha parecido tan lejano al actuar de muchas personas y, por qué no decirlo, incluso de mí mismo.

                La sociedad occidental moderna está plagada de escenas que incomodan, de conflictos, unos latentes y otros no tanto, que nos provocan miedo, rechazo o simplemente nos hacen girar la cabeza. De alguna manera vivimos como extranjeros en la realidad actual y nos encerramos en nuestro “mundo pequeño” que nos hace sentir bien.

                Albert Camus nos muestra en su novela a un personaje absolutamente distante de la realidad. Meursault es un personaje que, desde la frialdad, observa (y vive) todo lo que experimenta actuando de una manera que se ha dado en llamar “absurda”. Sin embargo, ese mismo actuar absurdo, frío y distante no es más, que el reflejar una posición y una manera de enfrentarse a la vida. Todo menos absurda.

                En realidad, en el mundo actual, todos somos “extranjeros” de aquello que, aunque sea inconscientemente, nos incomoda o nos es indiferente.

                De alguna manera todos somos ese tipo de “extranjero”. Todos somos Meursault en la sociedad actual. Evidentemente en la construcción del Meursault, Camus exagera los comportamientos y las reacciones para llamarnos más la atención de lo absurdo que es “nuestro” comportamiento. ¿O quizá no exagera?

                El uso excesivo de una racionalidad absurdamente lógica o quizá lógicamente insensible aparece en la obra de Camus desde el primer párrafo cuando menciona que le ha pedido permiso a su patrón para acudir al entierro de su madre: “He pedido a mi patrón dos días de permiso que no podía negar con una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué incluso a decirle: No es culpa mía” o cuando, tras describir el entierro de su madre dice” Todo pasó después con tanta precipitación, exactitud y naturalidad, que no me acuerdo de nada.”

                Esa misma ausencia de sensibilidad y distancia del todo se refleja en su relación con Marie (“su pareja”) “Cuando ríe, todavía la deseo más. Un momento después me preguntó si la quería. Le respondí que eso no significaba nada, pero que me parecía que no.” o incluso cuando se ofrece a Raymond para que testifique ante la policía, “Dijo que me necesitaba como testigo, a mí me daba lo mismo, pero sabía lo que había que decir”.

                Incluso tras haber asesinado con ensañamiento a un hombre y ser detenido, Meursault, no muestra ningún arrepentimiento ni tortura interior y se limita a la observancia escrupulosa de las normas y procedimientos que rigen la sociedad en la que vegeta. Tras su detención, en el interrogatorio dice: “Quiso saber si había escogido un abogado, Reconocí que no y le pregunté si era absolutamente necesario tener uno. “¿Por qué?”, me dijo. Contesté que mi asunto me parecía muy simple. Sonrió, y dijo: “Es una opinión. Sin embargo, la ley está ahí. Si no escoge usted abogado, lo designaremos de oficio”. Me pareció extremadamente cómodo que la justicia se encargara de esos detalles. Se lo dije. Aprobó y concluyó que la ley estaba bien hecha.”

                En realidad, esta actitud de Meursault ante la vida y todas esas reacciones corresponden de alguna manera a una frialdad intrínseca al ser humano. ¿Quién no ha cambiado de canal cuando ve a los niños de Yemen morir de hambre? ¿Cuánto tiempo hemos tardado en olvidar, sin haber hecho nada, la foto de un niño muerto en una playa tras haber sido embarcado por sus familiares en una barquita de goma? ¿cuántos se han inventado muertes de familiares para dejar de hacer algo? ¿Cuántos no han mentido a su pareja para llegar simplemente a tener sexo?

                Todos somos, más allá de nuestro entorno más cercano (y no siempre), espectadores que contemplamos disparates brutales y los rodeamos de racionalidad para sentirnos mejor o simplemente nos alejamos de ellos ignorándolos conscientemente. En nuestro interior, en muchas ocasiones, contestaríamos o reaccionaríamos como lo hace el personaje de Camus. Sin embargo, fingimos. Nos sentimos ajenos a mil circunstancias y, sin embargo, negamos que las veamos lejanas. Ese fingir no nos hace mas cercanos. Nos hace mas cínicos. No dejamos de ser extranjeros, sino que nos camuflamos en los disfraces que nuestra cultura y entorno social nos ha enseñado.

                Cercano el cumplimiento de la pena de muerte al que fue condenado por asesinato y tras la visita no deseada del párroco Meursault dice:

                “Pero yo estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esa muerte que iba a llegar. Sí, era lo único que tenía. Pero al menos yo tenía esa verdad tanto como ella me tenía a mí. Yo había tenido razón. Había vivido de una manera y hubiera podido vivir de otra. Había hecho esto y no había hecho aquello. No había hecho una cosa cuando había hecho otra. ¿Y qué? Era como si hubiera estado esperando este minuto y esta primera hora del amanecer en que sería justificado. Nada, nada tenía importancia y sabía perfectamente por qué. También él lo sabía. Desde el fondo de mi porvenir, durante toda esta vida absurda que había llevado, un hálito oscuro subía hacia mí a través de los años que aún no habían llegado y ese viento igualaba a su paso todo lo que se me proponía en los años no mas reales que estaba viviendo. Qué me importaba la muerte de los otros, el amor de una madre, que me importaba Dios, las vidas que uno escoge, los destinos que uno elige, puesto que un solo destino debía elegirme a mí y conmigo a miles de millones de privilegiados que, como él se decían mis hermanos.”

                En esta sociedad todos tenemos la razón. Estamos seguros de lo que decimos. Excluimos o ignoramos al que no piensa como nosotros. ¿Qué nos importa la muerte de los otros?



                ¡No!, el mundo del absurdo no está tan lejos de nuestro vivir actual. Camus escribió su libro en 1942, Primera Guerra Mundial y plena ocupación alemana sobre Francia. Un entorno cruel y sin una razón lógica que sustente tanto horror.



                Esa disfunción social sigue viva, aunque en nuestra sociedad esté soterrada. De algún modo intentamos racionalizar todo lo que tenemos y conocemos alrededor (bueno , malo o regular) y eso lo hace absurdo. Hay cosas que sentir, no racionalizar o justificar. Quizá por eso El Extranjero sigue siendo tan actual. Y es que las grandes obras son intemporales y sus pulsiones siempre están vigentes porque los hombres (hoy debería añadir “y las mujeres”) no cambiamos en lo esencial a lo largo de la historia universal y quizá todos tenemos algo de Meursault.




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