O morir en el intento


Máster de narrativa, Escuela de Escritores
Dolores Almudéver, Febrero 2019
Tarea 1: Hamlet



       O MORIR EN EL INTENTO



Cuando el pasado nos viene a buscar para rendir cuentas, las posibilidades de rechazar el encargo son escasas y, a pesar de miedos y reticencias, el destino acabará por imponerse de forma irremediable. En Hamlet, héroe trágico por excelencia del teatro isabelino, Shakespeare pone frente a nosotros a un joven príncipe que debe vengar la memoria de su padre, vilmente asesinado por su propio hermano, quien ha conseguido reemplazar al rey no solo en el trono, sino también en su matrimonio, desposando así a la reina viuda. Acercarse a este texto, que ocupa un lugar central en la cultura occidental, no resulta sencillo, a pesar de su aparente familiaridad.

Tres elementos se destacan tras la lectura de Hamlet. En primer lugar, resulta sorprendente la vigencia del conflicto que vive el protagonista. Tras el encuentro con el fantasma de su padre, el heredero cargará con un deber ineludible (¿o no?), que lo obliga a aceptar una postura de máxima responsabilidad frente a una situación que sabe injusta. Sin embargo, a pesar de su deseo de restablecer el honor del rey y acabar con su tío – personaje que encarna todos los males de un espíritu carcomido por el ansia de poder–, Hamlet no es capaz de acometer la venganza. De este modo, nos convertimos en testigos de sus dudas e inseguridades, lo escuchamos justificarse en sus acciones (e innacciones) y lo vemos quebrarse y reafirmarse ante una situación que lo supera y lo paraliza. En segundo lugar, resalta la riqueza del texto en cuanto a capas de significado y el manejo de la trama. Como buen texto barroco, Hamlet es una historia cortesana de honor y venganza, pero también un retrato despiadado de un país corrompido, una historia de amor y destrucción adolescente, y hasta un manual de dramaturgia e interpretación. Todos estos componentes logran engarzarse para trabajar a favor de la trama principal, enriqueciéndola en distinto grado. En tercer lugar, el autor nos seduce con un lenguaje afilado y certero, donde cada verso oculta mucho más de lo que muestra, igual que las estancias de palacio.

En cuanto a los puntos menos gratos de la obra, podemos señalar, primero, el carácter poco relevante o pasivo de los personajes femeninos. Si bien en Hamlet se retrata una sociedad regida por fuertes normas patriarcales, la torturada Ofelia y la indolente Gertrudis contrastan con otras figuras femeninas de gran fortaleza y determinación, que encontramos tanto en otras obras de Shakespeare como en textos cumbre de la literatura renacentista y barroca. Por otra parte, en algunos puntos, la trama puede resultarnos algo ingenua u obvia. Un ejemplo de esto ocurre cuando Hamlet decide usar a los cómicos que visitan el palacio para poner en evidencia a su madre y desenmascarar a su tío. Si bien la estrategia es ingeniosa y sirve a Shakespeare para introducir en el texto una reflexión metateatral, el proceso de representaciones es algo forzado. Por último, al lector moderno le puede parecer que ciertos mecanismos textuales no favorecen la tensión dramática, como es la inserción de detallados relatos de lo sucedido fuera de escena en un diálogo entre dos personajes. Si bien estas narraciones aportan verosimilitud a la peripecia, restan ritmo a la acción inmediata.

A pesar de los siglos transcurridos, Hamlet es un texto que interpela al ciudadano contemporáneo, ya que nos habla de la complejidad de ser (o no ser) y nos recuerda que respirar no es sinónimo de estar vivo. El joven príncipe es el reflejo de un individuo que lucha por sobrevivir, resistir y, finalmente, decidirse a convertirse en el revulsivo de una sociedad sin rumbo, dirigida por la ambición, la falsedad, los excesos y la complacencia. Todo ello, sin tragarse el propio veneno ni morir en el intento.

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