El sombrero de Molloy. Circularidad y eterno retorno



Máster Narrativa: Lectura crítica 
Isolda Patrón-Costas


El sombrero de Molloy. Circularidad y eterno retorno

Resumen

Molloy es un sujeto que vive en el cuarto de su madre. Comienza a relatar un viaje que realizó hace tiempo para llegar hasta donde se encuentra su madre, aunque nunca llega a encontrarla. Todo indica que en el presente de la narración la madre ha muerto. En la segunda parte de la novela un tal Moran, un investigador al que le han encargado dar con el paradero de Molloy, emprende un viaje con su hijo para cumplir la tarea encomendada, pero finalmente, después de una serie de inexplicables incidentes, regresa a su casa sin haber dado con Molloy.  En el final de la novela, Moran ha empezado a usar muletas, del mismo modo que Molloy al principio de la novela. Además, una voz, que ha aparecido de forma intermitente a lo largo de su parte del texto, ha comenzado a informar de manera significativa de sus acciones. La novela termina con Moran delineando cómo fue hecho a mano el comienzo de su informe. Revela que las primeras palabras de la sección se las dictó esta voz naciente, que le mandó sentarse y comenzar a escribir.

"Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía" (P. 263)

Por lo tanto, Moran abandona la realidad, comenzando a descender al mando de esa "voz" que marca la creación de Molloy. Y con este final, Moran parece ingresar en la locura o en la literatura.

Debido a la sucesión del libro de la primera a la segunda parte, el lector es llevado a creer que el tiempo pasa del mismo modo.

Toda la obra transcurre, de alguna manera, como una repetición incesante, como un viaje circular continuo, en un recorrido que parece imitar los recorridos de la mente y el pensamiento. Pero, como en el "eterno retorno", los acontecimientos siguen reglas de causalidad. Hay un principio del tiempo y un fin, que vuelve a generar a su vez un principio. Sin embargo, a diferencia de la visión cíclica del tiempo, no se trata de ciclos ni de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino que los mismos acontecimientos se repiten en el mismo orden, tal cual ocurrieron, sin ninguna posibilidad de variación. De esta forma, se asume que todo lo ocurrido y lo que ocurre en el universo, ocurrió ya y sera así hasta el fin de los tiempos. En su obra La gaya ciencia, Friedrich Nietzsche plantea que no sólo son los acontecimientos los que se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, vez tras vez, en una repetición infinita e incansable.

El vacío

En el largo monólogo de Molloy, no hay restricciones o ninguna índole de censura moral ni lógica. Todo se presenta igual y en el mismo plano; no sabemos si los sucesos son reales o imaginarios; han desaparecido todos los límites entre lo consciente y lo inconsciente. Lo que se nos ofrece en forma de una aventura, cuya meta se aleja incluso cuando parece que se aproxima, es de hecho una vida entera, vida que esquiva todo el entramado de la explicación y comprensión ordinarias. Más aún, lejos de ser una entidad cerrada que podríamos explorar desde todos los ángulos, se nos desvanece ante los ojos, desde donde quiera que venga y hacia donde quiera que vaya. Es decir, se descompone y desintegra lentamente. La paulatina descomposición de Molloy y Moran se transmite mediante una narrativa que se destruye a sí misma, una obra literaria como monumento al lenguaje “La ira me empujaba a veces a leves errores de lenguaje. No los lamentaba. Me parecía que cualquier lenguaje es un error de lenguaje…  (P. 175) que acaba en la negación de la misma y deviene de hecho en una no obra.

            "¿qué puedo saber de aquella época ahora, cuando granizan sobre mí palabras glaciales de sentido y el mundo muere así, indignamente, pesadamente nombrado? […]
y no tiene importancia que diga esto u otra cosa. Decir es inventar. Sea falso o cierto" (P. 47)

La tarea del artista, declaró Beckett una vez, es producir una forma que se ajuste al caos. Una escritura del desastre, que abrace el sinsentido del mundo y nos lo devuelva tal cual es.

Molloy  y Moran son paralíticos, viven en un mundo en donde los sueños, la imaginación y la realidad se mezclan y donde no se requiere que tomen decisión alguna. No hace falta que se maten porque tal vez ni siquiera estén vivos; no son quizá nada sino sombras a la deriva por la mente que los crea y que difícilmente pertenecen a alguien, ni siquiera al autor. Podrían estar impulsados por una férrea voluntad, pero esa voluntad es únicamente el reverso de la libertad absoluta, de la total ausencia de significado. En suma, no importa lo que son o lo que hacen, lo que recuerdan o lo que imaginan. La realidad que Beckett ha intentado aprehender, y que tal vez sea inexpresable, es la región de la perfecta indiferencia y la indiferenciación de todos los fenómenos. Toda novela es de algún modo la historia de la desintegración –ya sea del héroe, del tiempo o de la vida–.

La escritura de Beckett no busca radicalizar la expresión de un sentimiento de soledad o aburrimiento, sino que, al contrario, es una forma de trascender la inanidad de la existencia.

Las dos partes de la historia, la primera de Molloy, la segunda, de Moran, se presentan como dos monólogos independientes, pero a la vez imprescindibles el uno del otro. Los sucesos del primero se reproducen en el segundo y aunque todo parezca precipitarse al vacío, aunque todo se nos presente igual, aunque no estemos seguros de si los sucesos son reales o imaginarios, lo que Beckett nos ofrece es buscar una meta, esa meta que se aleja hasta cuando parece ya cercana. Así es la vida. Cuando llegamos al final, todo lo leído hasta el momento se tambalea. ¿Quién es Molloy? ¿Y Moran? ¿Tendré suficientes piedras para el camino? ¿Es verdad que no llueve? Molloy es como una continua ansiedad por el acontecimiento que nunca ocurre. La desesperanza de la espera. La inhumanidad.

El espacio y el tiempo

            Molloy disponía de muy poco espacio. También tenía tasado el tiempo” (P. 170)

El espacio en tanto entorno, distancia y lugar de objetividades y personas, tiene características de ambigüedad y nebulosidad progresivas, y tiende a ir siendo reemplazado por otro que es la emanación de la conciencia del narrador/personaje. Desde el momento en que la realidad exterior es nebulosa e insegura y no constituye un objeto de preocupación del personaje, por ejemplo respecto a su verdadera realidad etc., esa paulatina decantación o abstracción del espacio ficticio se da como hecho en la lectura, incrementando el efecto de distanciamiento. El espacio tiende a reducirse correlativamente con la otra intuición básica, el tiempo.

Si entendemos que toda representación mítica del tiempo se caracteriza por ser atemporal, se infiere entonces que no se trata de si algo ocurre en el pasado o si está ocurriendo en el presente, sino que, como dice Aristóteles sobre la poética, siempre ocurrirá.

“Hablo en presente por lo fácil que resulta hablar en presente cuando se trata del pasado. No le prestéis atención, se trata de un presente mitológico” (P. 39)

Finalmente, la obra termina con un Moran que comprende que la mayoría de las veces en las que creemos poseernos, en realidad se trata de una voz que nos habla en un lenguaje que está más allá del lenguaje propiamente dicho; diríamos: un lenguaje que vuelve y gira sobre sí mismo. Nuevamente la circularidad. Esa voz, eco de un nihilismo militante, impulsa al personaje a escribir: (…) es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía (P. 263)

Balbucear el presente. Ya que les ha sido negada la posibilidad de saber quiénes son, ya que el hallazgo de la identidad es una quimera, los personajes de Beckett encarnan una subjetividad radical, casi solipsista.

“Mi vida, mi vida, tan pronto hablo de ella como de algo ya terminado como de una tomadura de pelo que dura todavía, pues ha terminado y dura todavía, pero ¿con qué tiempo gramatical del verbo podría expresar esta situación?” (P. 53-54)

El cuerpo/materia versus la mente

Hay un vacío, y en medio, reptando, un conjunto de existencias divididas. Ellos y sus cuerpos. Ellos y los objetos. Ellos y el mundo. No hay respuestas, pero, en la inmensidad de la nada, ciertas presencias dibujan constelaciones que sirven de guía en la noche primordial. Discurrir, entonces, sobre las cosas alrededor.

Molloy chupa guijarros, establece un método para garantizar el desgaste equitativo de las piedras en su boca, coexiste con su bicicleta, con sus muletas y, por  supuesto, con su sombrero, que no es más que una representación física de la circularidad de todo.

En Beckett, como en Descartes, la mente es una cosa y el cuerpo, otra. Si tienes dos piernas terminarás, como Molloy, con ninguna. Si deseas hacer cualquier cosa, tus extremidades permanecerán laxas, impávidas. El cuerpo no es tuyo: es un dispositivo en tu contra. Por eso el pasmo de los mendigos beckettianos ante sus manos y brazos, ante sus movimientos más elementales, ante el desplazamiento. Sólo la mente es tuya. Ni siquiera eso: tus pensamientos son palabras, cadáveres de todos. Ése es uno de los rasgos capitales de Beckett: su tajante racionalismo.

Cuando Beckett llega ya todo está caído: Dios y el hombre, el humanismo y la razón. Todo salvo la inercia racionalista de sus personajes. En medio de las ruinas, ellos y su mente necia, que circula y circula. Intentan conocer, organizar las ruinas, fijar secuencias. Molloy y esos guijarros.

Indigentes en busca de un sistema. Un sistema que, al atarlos, los extinga. Un orden que, en el silencio de su perfección, asfixie ese último balbuceo. Un fin, por fin. En todo caso, un método. El de Molloy para chupar guijarros.


Conclusión

Molloy siente que su libertad está amenazada por todas partes; su propia vida es una secuencia de "imperativos hipotéticos"; está aprisionado en la cadena de la vida: comienzo, espera y final. Y no hay escape. Los personajes en Molloy se encuentran inextricablemente involucrados en problemas de comienzos y finales, de nacimiento y especialmente de muerte. La forma narrativa de Molloy es como espirales repetidas hacia adentro en torno a sí mismas, sin principio ni final; su principio es de hecho su final. Es un presente en continua expansión, y a la vez una infinita progresión: el escritor escribiendo sobre un pasado que nunca puede ser alcanzado con el momento presente de escribir, porque hasta cuando escribe la palabra "ahora" o "es medianoche", el instante de "ahora" ya desapareció, y "no era medianoche".

La muerte se vuelve un tema en sentido no ordinario. Ninguno de los personajes en Molloy teme a la muerte. Piensan de la vida como un exilio, un castigo por algún crimen desconocido, quizás el crimen de haber nacido; un exilio en el tiempo desde la realidad de ellos mismos; Molloy piensa de su ser esencial como espacial, como viviendo en un purgatorio-Belacqua antes de la re-admisión a la Nada sin tiempo, pero no ve a la muerte misma como realmente relevante. Porque la muerte simplemente aniquila, en cuyo caso elimina los problemas de la vida sin solucionarlos; o la vida continúa indefinidamente más allá de la muerte, en cuyo caso el problema sigue sin resolverse.  Lo que necesita para cerrar el exilio es un final, un final que es una resolución de imposibilidades lógicas y que por lo tanto sea una introducción de una dimensión completamente diferente, un final que sea en el mismo instante un comienzo; y es extremadamente improbable que la muerte pueda ofrecer esto. La muerte misma es un fenómeno temporal, destructor de otros fenómenos naturales (palabras, memorias…). ¿Pero cómo puede la muerte destruir –además de resolver- un Vacío, un Ser? ¿O el tiempo? ¿O el espacio? La destrucción, de hecho, es casi tan literalmente inconcebible como la supervivencia.

Entonces, si la muerte no es el fin, ¿cuál es el fin? Debe haber uno, si el exilio intolerable del Ser ha de concluir. Para Molloy, el problema es insoluble y da vueltas sobre sí mismo, como un sombrero que uno mueve entre sus manos, mientras espera.

Y para que algo comience o termine implica un rígido determinismo antes y después, y de ahí la carencia de libertad para el Ser, que, siendo un Vacío, no puede ser otra cosa que libre. Una "libertad total" que corresponda al Ser es sólo posible con un mundo, literalmente, "sin fin", sin tiempo, eterno. Pero el tiempo es inseparable del movimiento, por lo tanto, esta libertad es sólo concebible en un mundo sin movimiento, un mundo de inmóvil esperar.


Bibliografía

-Beckett, Samuel. Molloy. Alianza Editorial. Madrid. 2012.

-Iglesia, Anna María. Samuel Beckett: la inaprehensibilidad de un sentido no trascendente. Universitat Pompeu Fabra. Barcelona. 2011.

-Jara, Miguel. Hipersubjetividad y especularidad narrativa en Molloy. Universidad de Chile. 2002

-Rojas, Sergio. La escritura del “detritus” en Samuel Beckett. Al final no se habrá dicho nada aún. Revista chilena de literatura. 2017

-Wasser, Audrey. From Figure to Fissure. Beckett’s Molloy, Malone dies and The Unnamable. The University of Chicago Press. 2011


Webgrafía

-El lamento de Portnoy. Molloy, Malone muere y El innombrable, de Samuel Beckett. Recuperada el 5 de febero de 2019 desde http://ellamentodeportnoy.blogspot.com/2010/04/molloy-malone-muere-y-el-innombrable-de.html

-Enciclopedia temática. Eterno retorno. Friedrich Nietzsche. Recuperada el 3 de febrero de 2019 desde http://knoow.net/es/ciencias-sociales-humanas/filosofia-es/eterno-retorno-friedrich-nietzsche/

-Revista de Filosofía Contemporánea. Nietzsche y el eterno retorno. Recuperada el 3 de febrero de 2019 desde https://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiacontemporanea/Nietzsche/Nietzsche-EternoRetorno.htm

-Revista de la Universidad de la Rioja. Necesidad y eterno retorno en la filosofía de Friedrich Nietzsche. Recuperada el 3 de febrero de 2019 desde https://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=81103




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