HAMLET




Elsa Gómez Belastegui


HAMLET: LA LOCURA DE LA LUCIDEZ,
O LAS CAVILACIONES Y EL MIEDO DE UN SER SUBYUGADO POR UNA PASIÓN INCONFESABLE


Lejos de una exposición maniquea de una serie de acontecimientos en cadena, Hamlet es una obra moderna, de personajes complejos y contradictorios. En manos de Shakespeare, el héroe de la leyenda medieval danesa en la que se basa esta obra se convierte en un hombre al desnudo: atrapado en reflexiones morales, con o sin fundamento, en la contradicción y la lucha interior que estas provocan y en la división que crea esa lucha, y que acaba por incapacitarle para actuar. Hamlet es un ser escindido y lúcido, sumido en el abismo de la condición humana dominada por fuerzas internas incontrolables que se imponen a la nobleza y la inteligencia –«[...] que nosotros, juguetes de la naturaleza, nos agitemos con pensamientos que van más allá de lo que el alma humana alcanza»–,un ser abocado finalmente a la locura, fingida o no, como único medio de abrirse paso en una realidad supuestamente cuerda, dolorosamente intransitable. La obra es de una complejidad deslumbrante. Podría enfocarse desde tantos puntos de vista, y son tantos los elementos presentes en distintos niveles dentro de ella, que por fuerza cualquier comentario que se haga sobre Hamlet a estas alturas, tras siglos de análisis y estudios, solo puede ser muy limitado. Consciente de esa limitación forzosa, voy a ceñirme a aquellos aspectos que personalmente me resultan de mayor interés.
     El punto de arranque de la obra es la corrupción del poder. Claudio asesina a su hermano, el rey de Dinamarca, padre de Hamlet, y se casa con la reina, y esa usurpación del poder provoca conspiraciones y corrupciones que van envenenándolo todo, tanto en la esfera política como familiar: todo acaba afectado por el clima enrarecido que crea esa corrupción.
     Se ha roto el orden, y el espectro del padre muerto exige a Hamlet que lo restablezca [Acto I, escena V]: «Quiero que sepas, noble hijo mío, que la sierpe que quitó la vida a tu padre lleva hoy su corona»;«Toma venganza de este horrendo asesinato»,[l. 25] «No dejes que el lecho real de Dinamarca sea tálamo de lujuria y criminal incesto» [l. 82-83].Pero es mucho lo que hay detrás de esta aparente necesidad de venganza. O se podría decir que el tema central de la obra crea en realidad el escenario en que plasmar una infinidad de matices sutiles que van apareciendo a cada paso a medida que profundizamos.
     Hamlet está profundamente dolido con toda Dinamarca, que apenas un mes después de la muerte de su padre celebra la boda de su madre con aquel que lo asesinó –no es que el pueblo danés sea consciente de ello, pero tampoco le importa–. Si Hamlet hubiera sido el héroe de acción, resuelto, sin conflictos internos, y se hubiera limitado a cumplir «su deber», la obra carecería de la complejidad moral que la hace tan fascinante.
     Por una parte, ¿quién era en realidad el espectro? ¿Es la voz del padre, víctima de una muerte injusta, o es la voz de un espíritu del inframundo?: «Seas espíritu del bien o del maligno [...] sea tu intención sana o perversa, llegas a mí en forma tan misteriosa [...] ¡Padre! ¡Rey de Dinamarca! ¡Responde! No hagas que en mí estalle la duda».Por otra, saber que Claudio asesinó a su padre no resuelve el problema: ¿cómo vengar la muerte del padre sin convertirse a su vez en un asesino, tan vil como aquel a quien tiene el «deber sagrado» de castigar? ¿Cuánto tiene de justicia la venganza? ¿Es esa la forma de llevar a cabo el mandato divino de hacer que la justicia prevalezca?
     La frustración y desesperación de Hamlet se plasman en la alternancia entre el lenguaje de la venganza sangrienta y el lenguaje de la consciencia. «[...] divídase mi pensamiento en cuatro partes y tres serán de cobardía y solo una de prudencia –aún no sé cómo vivo para decir «esto ha de hacerse», cuando me sobran motivos, voluntad y medios para hacerlo».6«¡De sangre serán en adelante mis pensamientos! ¡O no serán nada!».Paralelamente, y esto es lo que hace de Hamlet una obra tan formidable, incluso Claudio, el asesino, es un ser humano con su momento de duda y horror de sí mismo: «Sucio es mi delito; su hedor llega hasta el cielo. Lleva la marca de la más antigua de las maldiciones: asesinar al hermano. [...]
Cometí ya mi pecado ¿Cuál será la oración que sirva a mi propósito? ¿Ser perdonado y retener todo aquello que es fruto del crimen? No, no puede ser [...] [porque] en el cielo. Allí no cabe el engaño [...] ¿Qué hacer entonces? [...] Oscuro es mi corazón como la muerte, oh, alma mía, que cuanto más luchas por liberarte más te atenazan tus ataduras. ¡Vosotros, ángeles del cielo, ayudadme! [...] ¿Y si no puedo arrepentirme?».8
     ¿Cuánto tiene la venganza de acción justa y cuánto de deseo de control, fantasía y soberbia? Hay un enfrentamiento en Hamlet entre la voluntad inteligente y el papel vengador que su destino le impone. «El mundo esta fuera de juicio ¡Suerte maldita!, que haya tenido que nacer yo para enderezarlo».Pero ya sea la cobardía o la prudencia lo que le impide actuar, ¿qué es en última instancia lo que las alienta? ¿Es posible que, como indica desde una perspectiva freudiana Lacan, inconscientemente Hamlet no sea capaz de matar a Claudio –que en realidad ha hecho lo que, desde su complejo de Edipo, habría querido hacer él mismo: matar al padre y tener así a la madre solo para él– porque la perspectiva de hacerlo le llena del terror inconsciente a tener ahora vía libre para una relación incestuosa con la reina? En la melancolía e irresolución de Hamlet hay una mezcla de elementos, no necesariamente enfrentados, pero que sin duda imbuyen de una complejísima carga la decisión.
     Quizá la tragedia está ya anunciada cuando Hamlet entra en el dormitorio de la madre. Quizá ese momento anuncia la inevitabilidad de la muerte de los dos. Es el encuentro de la madre con un loco, y grita «Socorro, socorro»,10 y a continuación es testigo de cómo su hijo da muerte a Polonio, escondido tras la cortina. Es un momento de duelo verbal descarnado. Hamlet le dice: «No os dejaré ir hasta que ponga ante vos un espejo donde podáis ver hasta el fondo de vuestro ser [...]11 ¿Qué espíritu maligno pudo ofuscaros tanto y os puso vendas para cegar vuestros ojos?12 ¡Vergüenza! ¿Por qué no te sonrojas?».13 A lo que ella responde: «Hacéis que mis ojos miren hasta el fondo de mi alma, donde veo manchas negras y profundas, y no puedo borrarlas».14 ¿Es esta la razón por la que Hamlet adopta una apariencia de locura –«Hay más cosas en la tierra y en el cielo, Horacio, de las que tu filosofía pudo inventar [...] quizá en lo sucesivo considere oportuno vestirme de lunática actitud»–15 o cabe la posibilidad de que realmente esté trastornado, al no ser capaz de reconocer conscientemente sus deseos reprimidos e inconfesables y el origen último de su incapacidad para obrar?
     Las preguntas que pueden plantearse son muchas y de muy diverso orden. En cualquier caso, ya sea el motivo de la indecisión de Hamlet su pasión inconfesable, o sean las dudas morales sobre el significado verdadero de la justicia, o una combinación de ambas, la indecisión le hace adentrarse en el subsuelo de la cordura aparente, en el que da rienda suelta a un deseo de autoaniquilación, consciente de los impenetrables, pero evidentes y determinantes, entresijos de la condición humana: «Oh, si esta carne mía sólida se disolviera... Oh, si el Dios eterno no hubiera dictado su ley contra el suicidio. ¡Qué absurdo! ¡Oh, huerto sin cultivo que engendra semillas! Es fétido y repugnante todo lo que lo habita».16
     Desde otro punto de vista podemos seguir preguntándonos: ¿es el complejo de Edipo la razón de ese sentimiento de amor-odio hacia la madre, o es la inconsistencia femenina que Hamlet descubre en su propia persona, eso que a su entender es debilidad y falta de hombría (de la hombría de que hizo gala su padre) –«fragilidad tienes nombre de mujer»–17 la que le provoca una misoginia que dirige igualmente, y sin fundamento, hacia Ofelia: «[...] eres liviana, y quieres parecer ingenua [...] ¡Ya está bien!».18
     De lo que no hay duda es de que, en última instancia, su condición de ser humano se le impone a Hamlet como una maldición: «Soy arrogante, vengativo, ambicioso [...] ¿Por qué han de arrastrarse hombres como yo entre el cielo y la tierra? Somos todos unos canallas»,19y en su famoso soliloquio de, «Ser o no ser... He ahí el dilema» –en otras traducciones, la cuestiónla preguntala opción–,20 plantea sin ambages que la única libertad que le es dada al ser humano es la de poder poner fin al sufrimiento tan terrible que conlleva estar vivo, y que nadie soportaría «[...] si no fuera por ese algo tras la muerte –ese país por descubrir, de cuyos confines ningún viajero retorna– que confunde la voluntad»;21 es ese temor cobarde a que el espíritu trascienda, lo que nos hace resignarnos a la desdicha de vivir.
     En el Acto V, la tragedia se precipita, y acaba con la muerte de cinco personajes; pero antes han muerto ya Ofelia –antes de ello víctima de la locura–, Polonio, movido por la ambición sin escrúpulos, y Rosencrantz y Guildenstern, dos seres prácticamente indiferenciados en los que, a diferencia de Ofelia, impera una deslealtad motivada mayormente por la inconsciencia. 
     Solo Horacio, el amigo fiel, sobrevive, y con él, a pesar de todo, la virtud que él encarna vence finalmente a la ignorancia. Podría pensarse que Shakespeare abre una puerta a la posibilidad de rectificación; no como seres humanos presos en nuestra condición, pero sí como seres dotados de espíritu: el mismo espíritu que nos hace temer y nos obliga a seguir vivos en nuestra cobardía podríamos utilizarlo a nuestro favor, tal vez, como vía de liberación en vida, y no como fuente de temor que nos ata al sufrimiento. En la escena II del Acto V, dice Hamlet: «Horacio, ya muero... pero tú vivirás y deberás narrar mi verdadera historia a cuantos no sepan de ella».22 Y Fortimbrás, rey de Noruega –que como tantos otros elementos de la obra es producto podría decirse que del azar–, cuando a su vuelta de Polonia, victorioso, entra en Dinamarca, esta es la situación que se encuentra: reina la muerte. Honrando la deuda que el padre de Hamlet había contraído en el pasado con el suyo, durante el diálogo con Horacio dice: «[...] con dolor, abrazo mi suerte; tengo desde antiguo derechos sobre este reino que las circunstancias me invitan a reclamar».23

Referencias:
1-2-3-4 William Shakespeare. Hamlet. Madrid: Cátedra, 2017 (22a ed.). Acto I, escena IV, l. 51-53; l. 37-39; l. 25; l. 82-83
Ídem. Acto I, escena IV, l. 40-466-7Ídem. Acto IV, escena IV, l. 42-45; l. 65-66Ídem. Acto III, escena III, l. 36-67Ídem. Acto I, escena V, l. 189-19010-11-12-13-14 Ídem. Acto III, escena IV, l. ¿??; [l. 18-20]; l. 75; l. 80; l. 89-9115 Ídem. Acto I, escena V, l. 166-67; 171-7216 Ídem. Acto I, escena II, l. 129-137.17 Ídem. Acto I, escena II, l. 14618 Ídem. Acto III, escena II, l. 150-51
19 Ídem. Acto III, escena II, l. 125-3020-21 Ídem. Acto III, escena I, l. 56-60; l. 78-80
22-23 Ídem. Acto V, escena II, l. 346; l. 97

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