La muerte en Venecia




Elsa Gómez Belastegui

Muerte en Venecia: la dicha suicida de sentir 

La muerte en Venecia es el viaje de transformación de Gustav Aschenbach, un autor conocido y respetado, que presiente su decadencia física y espiritual. 
La novela es una exposición de la lucha entre el instinto y la razón, una larga reflexión sobre la naturaleza de la creación y la imposibilidad de escapar de las trampas de la mente. A lo largo de su vida, el protagonista ha conseguido dominar sus instintos por medio del «ejercicio» y la disciplina. Concibe la obra creativa como la concreción de una victoria en la batalla contra el impedimento, el obstáculo esencial; entiende que, de ello, nace la obra mesurada que trasciende. Sin embargo, en esos momentos en que su decadencia está ya presente, comprende que, sin la alegría que se deriva de la expresión del instinto, la obra carece necesariamente de Belleza, con mayúscula.
Consciente de su situación, «del creciente desgaste de sus fuerzas [...] decidió salir de casa».1Esas líneas del final del primer párrafo nos hablan de la necesidad de expansión; el viaje está a punto de iniciarse en la mente del escritor para dar salida a lo que hasta entonces había reprimido. De todos modos, aún tendrá que forcejear con su propia idea de la insatisfacción, pues antes la consideraba «esencia y naturaleza más íntima del talento»; se pregunta si quizá su actual falta de inspiración podría deberse a que «su esclavizada sensibilidad» lo ha abandonado.3
Finalmente, Aschenbach desecha la idea de retirarse a su residencia habitual en la montaña y se lanza en busca de un lugar nuevo que le provoque nuevas emociones, y llega así «a una Venecia muy distinta de la que siempre había encontrado al acercarse por tierra».4Nada más llegar, sube a una góndola y dice: «Quién podría no combatir algún fugaz escalofrío, un miedo y una opresión secretas al poner los pies [...] después de mucho tiempo en una góndola veneciana [...] tan peculiarmente negra como solo pueden serlo, entre todas las cosas, los ataúdes, [y que] evoca aventuras sigilosas y perversas [...] evoca aún más la muerte misma».5
Y esas palabras premonitorias describen exactamente lo que el protagonista vivirá a continuación. Se permitirá sentir, se abandonará al disfrute de momentos de intensa sensualidad; se permitirá perder la cabeza y seguir a ciegas la pulsión del instinto. Luego, consciente de su osadía, claudica ante la belleza, y se entrega conscientemente a una muerte salvadora. Antes «tuvo, no obstante, la impresión de que el pálido y adorable psicagogo le sonreía a lo lejos, de que le hacía señas, como si [...] le señalase un camino y lo empezara a guiar, etéreo, hacia una inmensidad cargada de promesas.Y, como tantas otras veces, se dispuso a seguirlo».






Referencias:
1Thomas Mann. La muerte en Venecia. Barcelona: Edhasa, 2005, p. 19
2Ídem. p. 24
Ídem. p. 25
4Ídem. p. 42
5Ídem. p. 45
6Ídem. p. 121


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