La relevancia de lo innecesario. Análisis de cuatro descripciones de La muerte en Venecia, de Thomas Mann
Montserrat Iglesias Berzal
En
un tiempo en el que parece que solo se puede hacer narrativa de lo escuálido
-simple, llana, directa, casi obvia-, y cualquier ensayo de salir de lo
telegráfico se tacha de insufrible pretenciosidad -¡Dios mío, que no se le
escape a nadie una oración de tres líneas o dos adjetivos cuatrisílabos en el mismo
párrafo!-, La muerte en Venecia es
poco menos que un antídoto contra tal discurso imperante. Sin innovaciones estructurales
aparentes, la novela de Thomas Mann destaca por su riqueza formal, por lo
cuidado de su estilo, por su deliciosa sofisticación. Pero ese empeño en la
belleza no es un aditamento inútil. En La
muerte en Venecia cada palabra tiene sentido en el conjunto; aunque resulte
morosa, es necesaria, imprescindible. Para intentar demostrarlo, analizaré uno
de los puntos fuertes del texto: las descripciones, esas señoras que parece que
no entran en nuestra literatura actual si no se las ha sometido antes a una
severa dieta macrobiótica, y que aquí campean a sus anchas rebosantes de salud.
Como
hablar de todas las descripciones de la novela es un esfuerzo de tesis doctoral
o me obligaría a decir cuatro obviedades sin base sólida, he decidido limitar
el corpus de este artículo a las
descripciones de cuatro personajes episódicos. De esa manera, consigo ceñirme a
elementos afines, ya que no es lo mismo el retrato de un personaje que una
descripción topográfica o de un objeto, con similar peso específico en la
narración. Con el estudio de estas apariciones, que al amante de lo directo le
parecerían adornos absurdos, creo que lograré hacer ver que nada en la novela
cae en la futilidad.
Los
personajes elegidos, además, tienen en común el hecho de no responder a los
cánones de belleza amados y practicados por el protagonista. Son personas
ajenas a posición económica, social, cultural y espiritual. Todos ellos son
extranjeros, ajenos a Aschenbach en el sentido más amplio del término. Estos
individuos son:
-
El turista con el que se encuentra Gustav
von Aschenbach en su paseo inicial en Munich (pp. 16-18).
-
El viejo petimetre que forma parte del
pasaje del barco que le lleva hasta Venecia (pp. 35-36 y pp. 38-40).
-
El gondolero que traslada al protagonista al
Lido (pp. 40-45).
-
Y el artista callejero que, junto a su
grupo, ofrece una serenata a los clientes del hotel en el que se aloja
Aschenbach (pp. 93-99).
Además,
de estas veinte páginas me interesan fundamentalmente los textos puramente
descriptivos, lo que supone, como se puede ver en un cuadro que incluiré en
otro momento del trabajo, reduce el análisis exhaustivo a un conjunto de 268
líneas. Pese a este empeño por la precisión, me interesa también la intención
con las que Mann incluye a los distintos personajes y su significado, además de
la manera en la que se construyen las descripciones: cómo se estructuran, qué
tipo de categorías gramaticales predominan y cómo se usan, cuáles son las
formaciones sintácticas más habituales y dónde se encuentran los rasgos
semánticos más destacables.
Comenzaré,
por tanto, abordando por qué esos personajes se encuentran en cada momento de
la narración. Ninguno -menos el gondolero- tiene ninguna funcionalidad en la
historia. Es decir, no son necesarios para que se ejecute la acción y si se les
eliminase las secuencias seguirían siendo plenamente coherentes. Sin embargo,
los cuatro tienen una imprescindible función narrativa. ¿A qué me refiero con
esto? Veamos el caso del turista. Sin necesidad de que hubiese aparecido en la
historia, simplemente con la observación del protagonista del cementerio,
Gustav podría haber llegado a la conclusión de que necesitaba un cambio, pero Mann
introduce al personaje porque, de ese modo, la idea se encarna mejor, añade
significados y sugerencias. Es curioso que después de esta descripción comienza
otra mucho más esteticista, diría que hasta formalmente exuberante, con
multitud de adjetivos y cultismos, sobre la naturaleza exótica que le han
entrado ganas de conocer. Estructuralmente sería difícil de concebir un salto
de la descripción del cementerio hasta la de este lugar soñado sin utilizar el
puente de la descripción del turista. Y esa es una técnica que se observa en
todo lo que hace el autor: los añadidos, los supuestos adornos, no sirven a un
mero accesorio estético, sino que incluyen matices ideológicos. Esto es lo que
produce que al lector la obra no le parezca nunca inútilmente preciosista.
Lo
mismo se puede decir del petimetre. Tanto él como el grupo de jóvenes que lo
acompañan son totalmente prescindibles. Aschenbach podría hacer el viaje el
barco hasta Venecia sin necesidad de mencionar a pasajero alguno. Pero el viejo
dandy es neceario para subrayar el ridículo en el que puede caer lo viejo
queriendo estar a la altura de lo joven. Habla del miedo a la decadencia y a
afrontar el final, que es una idea central de la obra. Pero, además, este
personaje tiene una misión estructural: cuando Gustav acaba maquillándose y
acicalándose para “gustar” a Tadzio, la imagen del viejo del comienzo de la
novela y las sensaciones que causaron en el protagonista cobran fuerza y aportan
circularidad a la obra, que la hace así estructuralmente más perfecta. Por eso,
ya sin apenas carácter descriptivo la despedida del personaje adquiere
cualidades premonitorias, pues el lechuguino grita a Gustav: “¡Cordiales saludos a su amorcito, al más
precioso y preciado de los amorcitos!” (p. 40). Una referencia a Tadzio,
antes que el adolescente polaco se encarne en la historia.
Tampoco
el cantante callejero es una figura relevante para la acción. Está dentro del
grupo de personajes a los que el protagonista pregunta sobre la existencia o no
de una peste en Venecia. Pero en esta secuencia bastaría con la pregunta al
encargado del hotel y, sobre todo, al empleado de la agencia de viajes para que
fuera por completo operativa. Además, la mencionada conversación supone unas
breves líneas en el conjunto de la escena. En realidad, el titiritero no está ahí
solo con ese fin, sino que el autor lo necesita para hablar de la corrupción de
la belleza. En el segundo capítulo de la obra Mann hace una larga reflexión
sobre el arte, y a partir de ese momento habla de la creación artística en su
sentido más amplio en muchas más ocasiones. Este cantante callejero también
sirve para tratar la cuestión del arte, de su degradación y de cómo el
personaje, en pleno proceso de descomposición, soporta una creación artística
que hubiese rechazado de plano en cualquier otra situación de su vida. De
alguna manera, es un aviso más, de los muchos que hay en la novela, de la
inminencia de la muerte física, pues ya ha muerto el bien mas preciado de su
espíritu: su refinado criterio estético. No olvidemos que el grupo de artistas
se queda en el exterior de la verja, lo que podría simbolizar la enfermedad
veneciana que amenaza a los sofisticados turistas, tanto como la fealdad del
mundo o la propia degradación del declinante Aschenbach. De lo que no cabe duda
es que tras esta escena se abre la resolución de la historia: recibe noticias
fidedignas de la peste, se transforma en un fantoche como el del barco en el
peluquero, consume las fresas podridas mientras persigue a Tadzio por las
calles de Venecia, le anuncian la partida de Tadzio, contempla la pelea de los
niños en la playa y muere.
Como
ya he señalado, el gondolero es el único que sí tiene un papel en la historia:
el protagonista necesita que lo trasladen a su hotel o, como él quería, al
vaporetto de Venecia. Aunque es verdad que se podía haber elidido ese tiempo,
su intervención en la obra está plenamente justificada. Además, es, sin duda, el
que de los cuatro tiene una relevancia metafórica más importante, pues
simboliza el comienzo de la muerte anunciada en el título. Como si se tratase
de un Caronte del siglo XX y veneciano, el gondolero cruza la laguna hacia el
destino definitivo del escritor.
Con
lo dicho hasta ahora podríamos extraer como conclusión que todos los elementos
de la novela, por episódicos y secundarios que parezcan, aportan significados
que sin ellos quedarían vacíos o en la mera sugerencia abstracta.
En
el aspecto estructural, hallaremos también muchos aspectos en común en las
cuatro descripciones. Para empezar, se tiende a la descripción dinámica, menos
en el caso del turista, que corresponde a la escena más corta. Este estatismo
de la primera descripción se observa, como se puede ver en el cuadro de abajo,
un menor número de verbos y un incremento de los adjetivos. La única actividad
del individuo se limita a devolverle la mirada a Gustav al final de la
descripción, lo que obliga al protagonista a cambiar de punto de atención.
Lo
que sí es común con otros dos personajes, el petimetre y el gondolero, no así
el artista de la calle, es que la descripción está perfectamente engarzada con el
elemento que la antecede en el texto. En este caso, el turista surge a partir
de una descripción topográfica, la de un cementerio. El protagonista se siente fatigado
y mientras permanece sentado se encuentra la imagen del cementerio y, a partir
de ella, encuentra al turista.
También
el viejo lechuguino surge de otra descripción: la del barco y el pasaje.
Estructuralmente parece una composición de planos que van cerrando cuadro:
primero el barco con su variedad de pasajeros, luego el grupo de jóvenes que
ocupan la primera clase, para cerrar el plano en uno de estos jóvenes, que es
en realidad el falso efebo que despierta la animadversión de Gustav. En esta
ocasión, como ocurre en los ejemplos posteriores, la descripción se distribuye
en dos fragmentos dentro de la escena. Mann se esfuerza en que también este
segundo fragmento descriptivo se halle debidamente inserto en el conjunto, y
hace uso de la misma técnica de plano que se va cerrando. Pero, además, para
cargar a su pisaverde de significado introduce, después de que veamos al
personaje borracho, se añaden unas breves pinceladas sobre el aspecto de
Venecia desde el mar. De esta manera, se produce un contraste entre la fealdad
del anciano y la belleza de Venecia. Decrepitud e indignidad frente a la grandeza
y señorío de “la más inverosímil de las
ciudades” (p. 39).
En
el gondolero se repite la estructura del petimetre, de lo general a lo
particular, aunque con una leve variación: primero aparece la góndola y después
la laguna. Se explica porque en la góndola se muestra desde la primera línea la
asimilación de esta escena con un anuncio muerte. De ese modo, son más
sugerentes las referencias a los silencios y a los ruidos sordos de la laguna,
incluido el mascullar del gondolero, que completan esta metáfora fúnebre: “ ‘La travesía será corta’, pensó. ‘¡Ojalá
fuera eterna!’” (p. 41). Mann introduce la descripción cuando el personaje
se percata de que no le está llevando por el camino que desea, lo que hace que
se fije en él. Esto me obliga a destacar un elemento en el que insistiré más
adelante: el sometimiento del narrador a la focalización del protagonista.
Vocalizador y foco parecen inevitablemente unidos. El respeto del narrador a
esta perspectiva es tan escrupuloso, que no creo haber apreciado en toda la
novela distorsión alguna en este aspecto.
Tal
y como he advertido más arriba, la del cantante es la única descripción que no
se encadena con otra o con algún acontecimiento anterior, sino que es una
escena que permanece aislada del resto de la historia: “Aquel mismo día, ya tarde, después de la cena, sucedió que una pequeña
banda de cantantes callejeros, llegada de la ciudad, montó una representación
en el jardín de entrada del hotel” (p. 93). Tal vez Mann consideró que la
escena tenía la suficiente entidad en el conjunto del relato, y de hecho es el
fragmento más largo de lo que hemos analizado.
Pasando
al orden en el que se articulan cada uno de los fragmentos descriptivos, el
autor prefiere acudir también aquí de lo general a lo particular, para concluir
-siempre- con una reflexión del protagonista sobre lo que acaba de ver (volvemos,
de nuevo, a la idea de un narrador adherido a una perspectiva). En el turista se
comienza con una localización en lo alto de un pórtico (9 líneas); prosigue con
los rasgos generales (3 líneas); procedencia y vestimenta (10 líneas); cabeza y
rasgos faciales (6 líneas) y gesto, con especial atención a su boca y a sus dientes
(8 líneas). Tras esto hay un cruce de miradas con el final de la interacción
visual (8 líneas). Y para terminar las consecuencias psíquicas que en el
personaje principal tiene el encuentro (10 líneas).
En
el lechuguino la descripción se divide en dos fragmentos. La distribución del
primero es a la del turista: vestimenta y “voz
chillona y excelente humor” (3,5 líneas); percepción de que se trata de un
falso joven (2 líneas); cabeza y breve coda para las manos (8 líneas), y
nuevamente la impresión que le causa el personaje al protagonista (15 líneas).
Tras
un inserto narrativo de 68 líneas, con dos referencias al personaje, se le
vuelve a situar en primer plano cuando llega la lancha sanitaria. El sistema es
el mismo de antes: plano general del grupo de jóvenes (4 líneas) para cerrar el
foco en el personaje ya borracho y claramente juzgado por el protagonista a
través del narrador. Concluye, también, con las sensaciones de desagrado de Aschenbach.
Con
el gondolero tampoco se innova en el orden de lo descrito: aspecto general,
silueta y fisonomía (3 líneas), vestimenta (3,5 líneas), rostro (3 líneas),
complexión (3 líneas), vuelta al rostro con referencia solo al gesto de su boca
(3 líneas). A partir de aquí se mezclan diferentes tipologías textuales:
diálogo (13 líneas); descripción de impresiones auditivas de silencio-bisbiseo
(3 líneas); impresiones e hipótesis del protagonista, sospechas de que puede
suceder algo malo y ganas de dejarse llevar (18 líneas); nuevo diálogo (10
líneas); asimilación directa al gondolero con la muerte a través de un
pensamiento de Gustav (5 líneas); descripción de una barca de músicos, basada
en el contraste silencio-ruido (5 líneas); y, por último, texto narrativo de la
llegada de los personajes al muelle y la desaparición del gondolero sin haber
cobrado. La última descripción del gondolero la aporta el hombre que transporta
el baúl de Aschenbach al hotel: “-Se ha
largado -dijo el viejo del bichero-. Un mal hombre, señor, ¡un hombre que trabaja
sin licencia!” (p. 44).
Si
se ha prestado atención al reparto de las líneas, se habrá observado que Mann
sigue un ritmo bastante similar en todas ellas cuando se centra en lo meramente
descriptivo, con cambios cada tres o cuatro líneas. Se quedaría siempre en un
ritmo medio, ni demasiado nervioso o rápido, ni en exceso moroso.
En
cuanto al grupo de artistas callejeros que dan una serenata a los clientes del
hotel, la escena cuenta con tres segmentos descriptivos, las tres puramente
dinámicos, intercalados por un texto narrativo (25 líneas: cruzada de miradas
entre Tadzio y Aschenbach) y uno dialogado (31 líneas: Gustav pregunta al
artista si hay peste en Venecia). Como en las demás ocasiones, la escena concluye
con la reflexión del protagonista, que se siente horrorizado por lo que ha
visto y que observa cómo Tadzio es también el único que no ríe. Esto produce
una fuerte identificación entre los dos personajes. Tras la marcha de los
músicos, en la que el artista ha dedicado a su público un último gesto de
burla, Gustav se queda solo en la terraza recordando un reloj de arena de su
infancia en el momento en le que la arena de la cavidad superior estaba a punto
de terminarse, que es una referencia clara a la muerte.
El
primer fragmento descripción se compone de una introducción del grupo (6 líneas);
presentación del personaje a través de sus movimientos (8 líneas); reacción de
los rusos (4 líneas); reacción de Aschenbach (12 líneas).
El
segundo fragmento de comienzo de la canción (6 líneas); complexión del artista
(1 línea); cabeza (2 líneas); postura (4 líneas); origen (3 líneas);
gestualidad de la canción (6 líneas); olor a fenol del personaje (9 líneas),
que se aprecia solo cuando se acerca a Gustav (de nuevo se aprecia cómo toda la
obra está vista desde la perspectiva del protagonista); y descripción de cómo
pasa la gorra entre la clientela del hotel, en un magnífico ejemplo de
descripción dinámica (17,5 líneas).
Por
último, en la descripción de la canción de despedida se aprecia una parte para
los preparativos del número (3 líneas); momento de la canción y gesticulación
el cantante (24 líneas); reacción del auditorio (3 líneas).
Como
vemos, el ritmo ha cambiado algo, sobre todo en el primero y el último
fragmento, pues al autor le preocupa más mostrar la acción que al personaje, o,
mejor dicho, prefiere mostrar al personaje a través de la acción. Esto hace a
la escena especialmente interesante.
Antes
de abordar algunos aspectos del análisis gramatical, quiero incidir en ciertas
cuestiones temáticas comunes. Algunos son meramente anecdóticos, como el hecho que
los cuatro personajes sean pelirrojos, o la aparente fijación de Mann por la vestimenta
y, en especial, por los sombreros. Mucho más relevante es la insistencia en
retratar las bocas de cada uno de los individuos. En los cuatro casos a través
de ellas marca el carácter. Dice de la boca del turista:
“Esto -y acaso la altura del lugar en que se
hallaba reforzara esta impresión -daba a su postura un aire dominador e
imperioso, temerario y fiero; pues a fuera porque los reflejos de poniente lo
obligaran a hacer muecas, ya porque tuviese una deformación permanente en el
rostro, sus labios parecían excesivamente cortos: se habían replegado por
completo detrás de los dientes que, blancos y largos, sobresalían en el centro,
descubiertos hasta las encías” (p. 17).
En
el caso del gondolero, la forma de la boca es compatible con la caracterización
de hombre fiero que se hace al personaje: “El
esfuerzo le hizo contraer los labios un par de veces, dejando al descubierto
sus blancos dientes” (p. 42).
Pero,
sin duda, las bocas más interesantes son las del petimetre y el artista
ambulante. Las cuatro descripciones elegidas no son sensuales; en todo caso
serían sensitivas, por la importancia que tienen en ellas la reacción del
protagonista ante lo que ve, oye, toca y huele (por desgracia, no tengo los
datos suficientes para saber si se trata de una excepción o se puede
generalizar a todo el libro esa forma cerebral más que sensorial de
caracterizar los elementos). Por ello, son especialmente llamativas citas con
las siguientes sobre la boca del petimetre:
“La boca se le hace agua, cierra los ojos y
se relame las comisuras de los labios, bajo los cuales se le eriza la perilla
teñida (…) Y al decir esto la parte superior de su dentadura postiza se
desprende y cae sobre el labio superior” (p. 40).
“en un gesto odiosamente ambiguo se relamía
las comisuras de los labios con la punta de la lengua” (p. 45).
Y
ver, además, como esta misma idea se repite en el cantante:
“gracias a su
juego fisionómico, a los movimientos del cuerpo y a su forma de guiñar
alusivamente el ojo y relamerse las comisuras de los labios con lubricidad,
cierto aire ambiguo y vagamente escandaloso” (pp. 95-96).
Son
pinceladas que remiten a la sexualidad, y en ambos casos con un sesgo
claramente obsceno y negativo. Sería interesante intentar rastrear en la obra
si aparecen más bocas y si tienen la misma connotación.
Es
posible que sí, pues, relacionado con la boca, también comprobamos que Mann transmite
una idea negativa de la risa. Tanto en el viejo dandy como en el cantante, la
risa algo vulgar, procaz, de mal gusto:
“Ya hacia el final de la parte articulada de
la estrofa parecía luchar contra un irresistible cosquilleo: se atragantaba, la
voz temblaba, se tapaba la risa con la mano y contraía los hombres hasta que
llegado el momento, la carcajada estallaba en él incontenible, impetuosa y tan
natural que se contagiaba a los oyentes, de suerte que también por la terraza
iba cundiendo una hilaridad sin objeto, que solo vivía de sí misma. Pero
justamente esto parecía redoblar el desenfreno del cantante, que doblaba las
rodillas, se golpeaba los muslos y cogía las caderas como queriendo vaciarse;
ya no reía: chillaba señalando con el dedo hacia lo alto, como si no hubiera
nada más divertido que la gente se desternillaba de risa allá arriba, hasta que
al final rompieron todos a reír en el jardín en la galería, incluidos los
camareros, ascensoristas y empleados apostados en las puertas” (p. 98).
También
sería interesante hacer una búsqueda en toda la novela sobre esta cuestión,
pues si se encontraran ideas parecidas rechazando de lo físico o lo espontáneo,
confirmaría la idea de que la sensualidad de Mann en esta obra tiene más que
ver con lo cerebral que con los sentidos. Esto sí que sería por parte del autor
un planteamiento bastante original
En
cuanto al uso de las categorías gramaticales en los textos, permítaseme primero
hacer algunas valoraciones sobre las tres categorías fundamentales con
contenido semántico (faltarían los adverbios, pero de ellos hablaré más adelante
y su número no es significativo):
Fragmentos
|
Verbos
|
Sustantivos
|
Adjetivos
|
|||
Total
|
Diferencia
respecto a media por línea
|
Total
|
Diferencia
respecto a media por línea
|
Total
|
Diferencia
respecto a media por línea
|
|
Turista (57 l.)
|
56
|
-4
|
115
|
-3,5
|
68
|
+12
|
Lechuguino 1 (38
l.)
|
53
|
+13
|
83
|
+4
|
32
|
-5,2
|
Lechuguino 2 (24
l.)
|
22
|
-3,6
|
46
|
-4
|
25
|
+1,5
|
Gondolero (16
l.)
|
17
|
0
|
36
|
+3,2
|
21
|
+4,3
|
Gondolero (18
l.)
|
22
|
+2,8
|
26
|
-11,4
|
12
|
-5,6
|
Cantante 1 (30
l.)
|
24
|
-8
|
66
|
+3,6
|
32
|
+2,6
|
Cantante 2 (55
l.)
|
55
|
-3,8
|
130
|
+15,6
|
48
|
-6
|
Cantante 3 (30
l.)
|
38
|
+6
|
56
|
-6,4
|
25
|
+4,4
|
268 líneas
|
288 verbos
|
558 sustantivos
|
263 adjetivos
|
|||
Media de
palabras de la misma categoría por línea
|
1,07
|
2,08
|
0,98
|
|||
Porcentaje
|
25,9%
|
50,33%
|
23,71%
|
De
su análisis se desprende que, en general, las proporciones son las esperadas en
un texto descriptivo. Hay, no obstante, una presencia notable de verbos, que
vuelve a reafirmar el hecho de que se trata de descripciones dinámicas, pero
siempre en número inferior a la suma de las dos categorías gramaticales juntas,
que casi son tres veces superiores. El adjetivo tiene prácticamente la misma relevancia
que el verbo, y en cuatro de los fragmentos su número es superior.
Evito
comentar el uso que se hace de los tiempos verbales, ya que nos puede llevar a ideas
erróneas. La traducción que he utilizado
hace un uso lógico y dominante del Pretérito Imperfecto de indicativo, que es
el tiempo habitual en las descripciones en pasado. No obstante, como el
paradigma español no es equiparable con el alemán, puede no ser una conclusión
fiel al original.
En
el uso de los sustantivos se observa el predominio de los concretos en las
partes centrales de los textos, más descriptivas, y de los abstractos en los extremos,
más reflexivos. Un ejemplo es el fragmento del turista. Esos sustantivos abstractos
son los que consiguen insuflar la idea de que el protagonista ha pasado de un
estado pasivo (espíritu, transparencia, ensoñación, misticismo, imaginación), a
otro activo (influencias, expansión, apetencia, sensación, objetivos).
Más
interesante es estudiar cómo el narrador consigue introducir la subjetividad
que de Aschenbach a través de los recursos gramaticales. Lo hace de tres maneras:
a través de los adjetivos valorativos (el lenguaje connotativo está en todas
partes, pero más aún en los adjetivos, y si no solo hay que acudir al “repugnante”
que dedica al viejo lechuguino y suena como una explosión de desprecio en el
texto); por medio de los adverbios, (por ejemplo, en el gondolero es evidente que
la modalización del adjetivo se hace con el narrador adherido a la perspectiva
del personaje: audazmente ladeado, particularmente idóneo, tan extremadamente
insumiso); y, en un recurso ya sintáctico, el lenguaje expresivo con oraciones
exclamativas e interrogativas ( “Aschenbach
se estremeció viéndolo alternar con aquellos muchachos. ¿No sabían, no
advertían acaso que era un viejo y no tenía derecho a llevar su abigarrada
indumentaria de dandy ni a hacer pasar por uno de ellos?”).
En
el plano sintáctico se hace un esfuerzo evidente de evitar la monotonía a través
de la variedad en la extensión y en la complejidad de las estructuras
sintácticas. Dominan oraciones de 4-5 verbos, lo que supone estructuras medias.
Pero también se encuentran enunciados de 7 a 10, y de un solo verbo. Lo que se
observa del análisis de todos los fragmentos, es que cuando el fragmento es
puramente descriptivo la oración se ciñe al “medio fondo” (4-5 verbos), con las
presencias habituales de estructuras copulativas y subordinadas de relativo.
Cuando la oración tiene menos contenido descriptivo, se hace más extensa, con
más subordinadas sustantivas, además de construcciones causales, concesivas y
consecutivas. En principio, nada de esto responde a una marca de estilo, pese a
que sí que nos descubre a un autor que busca una riqueza sintáctica sin
excesos. Lo único que puede ser una
marca propia es el gusto por las oraciones de gerundio modales y temporales, y
las construcciones absolutas en participio (aunque todo ello habría que
comprobarlo en el original).
Por
último, un repaso a los recursos semánticos, incide en el convencimiento de que
el autor cuida formalmente su texto y busca transmitir sus ideas de cada
personaje a través de una selección cuidadosa de las palabras. Mann evita
cualquier clase de repetición léxica que pueda empobrecer el resultado. Por
ello, no se encuentran recursos habituales de cohesión textual como el uso de
familias léxicas o la reiteración de palabras. El novelista prefiere explorar
en los campos asociativos elegidos en cada fragmento.
Un
ejemplo revelador de la manera en la que el escritor alemán utiliza las palabras
se halla en los textos sobre el viejo pisaverde. Lo que verdaderamente le
molesta a Aschenbach de este individuo, sin que se atreva a reconocerlo, es que
se trata de un hombre amanerado. Le horroriza su condición sexual porque es
probable que se sienta reflejado en ella. Pero jamás lo dice explícitamente, aunque
al lector le queda claro gracias al uso de los campos asociativos, que delatan
tanto al protagonista como al personaje (chillona, peluca, maquillaje,
dentadura, teñido, postiza, abigarrado, indumentaria, anillos, camafeos,
amarillento, retorcido), de antónimos (robustos, juveniles, frente a viejo,
postizo, añoso, calamitosa, temblorosa, torpes, deplorable), o de diminutivos (bigotitos,
jovencitos, risitas).
Lo
mismo sucede con el carácter pseudohumano del gondolero (desagradable, brutal,
deforme, retorcido, grosero, insumiso, siniestro, despótico), hasta convertirlo
en un ser que parece no saber hablar: “un
susurro, un bisbiseo, el soliloquio entrecortado del gondolero que iba
mascullando sonidos y los amortiguaba con el trabajo de sus brazos” (p. 41);
“Y entonces volvió a oírse el susurro del
gondolero, su soliloquio entrecortado y sin ilación” (p. 44).
El
punto máximo de esta elección de campos asociativos se encuentra en el artista
callejero, en el que logra unir a todos los personajes: el turista es
extranjero, el viejo lechuguino es grotesco, el gondolero es bestial, y en el
titiritero se juntan las tres cosas: es napolitano, ni siquiera veneciano, por
lo que Aschenbach lo considera un extranjero, es grotesco en lo artístico y
bestial en su aspecto físico. Y así se explicita en la elección del léxico:
Sobre
música: mandolina, guitarra, armónica, violín, orquesta, estridente, virtuosos,
instrumentales, cantados, voz, aguda, tenor, duetto, barítono, guitarrista,
solo, acompañándose, canción, estrofas, estribillo, acompañantes, recitativo,
copla.
Sobre
interpretación: números, talento, mímica, vis cómica, público, gesticulando,
lucirse, juglar, actor, plasticidad, dramático, actuación, artista, cómico,
comediante.
Elementos
grotescos: chillona, falsete, bufo, risas, bufonadas, ásperos, vulgares,
cabriolas, grotesca, desvergüenza, aversión, desfachatada, impúdicamente,
desfachatez, sardónica, desenfreno.
Elementos
brutales: insolente, bravura, enérgico, brutales, temerarios, peligrosos,
feroces naturales, vitalidad, alucinante, incontenible, impetuoso.
Animalización: deslizaba, arqueando, lomo, gato, actitud rastrera. Pobreza: mendigos,
callejeros, rufianes, colecta, mendigando, sustento, “echaban monedas con la
punta de los dedos”.
Concluyo
como empecé: nada en La muerte en Venecia
sobra. Al menos nada de lo que aparece en las presentes descripciones, pues
hemos visto cómo se relacionan con el contenido ideológico de la novela, se
engarzan perfectamente en el conjunto textual, para que resulten agradables al
lector se tiende a la descripción dinámica y se distribuye en varios fragmentos
a lo largo de la escena; consiguen un ritmo muy cómodo para el receptor
acudiendo a organizaciones y dimensiones similares en todos los textos; y, con
indudable maestría, Thomas Mann utiliza los recursos gramaticales para que su
narrador que su narrador quede completamente sujeto a la particular visión del
mundo de Gustav von Aschenbach.
Comentarios
Publicar un comentario