No hay peor fantasma que todo aquello por lo que nos hacen dudar
No hay peor fantasma que todo aquello por lo que nos hacen dudar
Todos dicen que las apariciones del fantasma son de mal augurio, peor augurio son las reacciones que muestran las crudas y verdaderas intenciones de aquellos que amaste después de tu muerte . Más vale que te agarren bien muerto para no cargar con la amargura de ser un desdichado fantasma, destinado a presenciarlas sin descanso eterno, o peor aún, un ser vivo carente de voluntad y juicio como nuestro pobre Hamlet, héroe que saldrá victorioso, después de haber sido juguete a merced de vivos y muertos.
“Ser o no ser, ésa es la cuestión” Ni para morir servimos , pues los que nos rodean nos tienen demasiado atiborrado el juicio con su ir y venir de ideas, a pesar de ello, es en este ir y venir en el que encontramos nuestra verdadera identidad. La dualidad de la existencia misma, nuestro poder de elección frente al qué creer y que no.
El fantasma ahora es todo aquello que Hamlet carga consigo y que le hace vivir una doble identidad, un cuestionamiento constante sobre el cual rige cada uno de sus actos.
La delgada linea entre el odio y el amor que recibimos todos al complacer a unos y fallarle a los otros.
Lucha que en la obra se delimita en una espacio real reducido, pero que en el caso del hombre moderno se suscita en el constante intercambio de información dentro de las relaciones desmedidas y excesivas que acontecen en su entorno, a través , de diferentes medios. El no saber de qué van los lazos afectivos, es una constante que nos mantiene con el anhelo de dar vida a unos y muerte a otros aún en el sentido plenamente metafórico y en el peor de los casos, la muerte propia, por medio, de nuestra desaparición momentánea. La inseguridad de lo que se siente y de cómo nos sentimos con respecto a los demás será el debate eterno dentro de nuestra necesidad de relacionarnos . Hemos sido condenados a sobrevivir en grupo crudamente limitados por el anclaje racional que nos lleva poco a poco a la locura, sino, extrema y mortal, a la de la asfixia social que nos obliga a repelerla con la llegada de ciertas temporadas depresivas.
Gabriela A. Grajeda
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