Al faro: la ladrona de cuerpos - Aitor Díaz
1. Resumen
Con
su novela Al Faro (1927) Virginia Woolf (1882-1941) plantea un complejo
ejercicio de estilo a través del cual transporta al lector a las profundidades
liricas de su nostalgia. La trama se desarrolla en la isla escocesa de Skye y
allí los personajes viven y reflexionan movidos por los recuerdos de la propia
escritora, que aprovecha el breve rumor del paso del tiempo para deslizarse por
los pensamientos de todos sus personajes. A lo largo del presente articulo se analizaran
los mecanismos que utiliza la escritora para realizar estos desplazamientos de
forma sutil y como, casi sin querer, el lector se convierte en participe de las
intimidades narradas en la novela.
Palabras clave: Faro, Virginia Woolf, Ramsay, Skye.
2. Introducción
Elegir un buen narrador a la hora de
afrontar una obra literaria no es una tarea fácil. Son muchas las preguntas que
puede plantearse el autor y muy rara vez opta por un narrador tan complejo como
el que plantea Virginia Woolf en su novela Al faro (1927). Se trata de un
narrador en tercera persona omnisciente, pero, a diferencia de otros narradores
de este tipo, resulta tan cercano que la novela casi parece escrita en primera
persona. Pese a estar focalizado en la familia Ramsay, el narrador cambia de
punto de vista continuamente moviéndose de un personaje a otro, y alcanza el
punto álgido en momento en que se reúnen todos estos personajes, es decir, la
cena de los Ramsay.
A continuación se estudiarán algunos
fragmentos de dicha escena con objeto analizar las técnicas narrativas
empleadas por la autora para realizar estos cambios de punto de vista.
3. La
patata caliente
La primera técnica utilizada por la
escritora para realizar traslaciones de punto de vista es la que hemos
denominado coloquialmente como técnica de
la patata caliente. Este método
consiste en que el narrador se desliza de los pensamientos de un personaje a
otro pivotando sobre un objeto, sensación, o personaje que actúa como patata caliente. Por ejemplo, supongamos
que tenemos una escena con dos niños: Raúl y Karla, y una pelota. El narrador
quiere describir las sensaciones de los niños al jugar con la pelota, quiere
contar que piensa cada uno de ellos al rozar el plástico de la pelota con los
dedos, o qué pasa por sus mentes cuando la chutan con todas sus fuerzas. Pues
bien, para ello, puede utilizar esa misma pelota como patata caliente:
“Raúl pensaba que la pelota era demasiado grande para sus pequeños piececitos de
cinco años, pero, aún así, la golpeó con todas sus fuerzas y la pelota salió
volando y rebotó contra la pared. ¡Que horror! Pensó Karla, al ver rebotar aquel circulo rojo y ruidoso contra la
pared, ¿cómo era posible que algo tan violento hubiera interrumpido en la
habitación de ese modo?”
Jugando de esta manera con los objetos o
situaciones dentro de una escena, el narrador puede cambiar de punto de vista
sin despistar al lector. Gran ejemplo de ello es la cena de los Ramsay en la
que Virginia Woolf demuestra magistralmente cómo emplear esta técnica. Para su
análisis vamos a extraer tres fragmentos: la introducción de comensales (1), un
pequeño cambio de narrador basado en un único termino (2), y otra parte del
texto dónde se produce más de un cambio de punto de vista en base al tema de
conversación y pensamientos de los personajes (3).
1) En primer lugar, es necesario situar a
los comensales de la cena:
“¿Qué
es lo que he hecho con mi vida?, se dijo la señora Ramsay al ocupar su lugar a la cabecera de la mesa y
contemplar los platos que formaban círculos blancos sobre ella.
—William, usted siéntese a mi lado. Y tú
aquí, Lily —dijo con voz fatigada. Paul Rayley y Minta Doyle tenían lo que sentían el uno por el otro; ella, en
cambio solo esto: una mesa enormemente larga cubierta de platos y cuchillos. Al
otro lado estaba su marido, hecho un
ovillo y con el ceño fruncido […] Todo llega a su fin, pensó mientras uno tras
otro —Charles Tansley, Augustus Carmichael y los demás— fueron
entrando en el comedor y sentándose…” (Al Faro, Página 102, DeBolsillo)
2) Ahora analicemos algunos saltos de punto
de vista entre ellos (texto subrayado = personajes por cuyas mentes pasa
el narrador; texto negrita = patata caliente). En el siguiente
fragmento el objeto de atención entre los personajes es otro personaje: William
Bankes. Vemos como la señora Ramsay se compadece de él por no tener familia y,
al hacerlo, llama la atención de Lily, que piensa (y ahí el cambio del punto de
vista del narrador) lo mayor y estropeada que esta la señora de la casa.
“Siempre
igual, concluyó para sus adentros (la señora Ramsay) mientras inclinaba silenciosamente la cabeza hacia William Bankes… ¡pobre hombre!, que no
tenía mujer ni hijos y que, a excepción de esa noche, cenaba siempre solo […]
—¿Ha
encontrado usted sus cartas? Pedí que se las dejaran en el vestíbulo —le dijo (la
señora Ramsay) a William Bankes.
¡Que
mayor y estropeada está!, pensó Lily, y que distante parece. Luego,
cuando se volvió sonriente hacia William
Bankes, fue como si el barco hubiese virado en redondo y el sol volviera a
iluminar sus velas, y Lily, levemente divertida por sentir aquel alivio,
pensó, ¿por qué lo compadece? Eso le había creído notar cuando le dijo que sus
cartas estaban en el vestíbulo. «Pobre William
Bankes»”. (Al Faro, Página 103, DeBolsillo)
3) Veamos ahora un ejemplo más complejo en
el que la patata caliente es el tema de conversación (y pensamientos) de los
personajes:
“—Es
curioso que, aunque casi nunca se reciba nada que valga la pena por correo,
sigamos queriendo ver nuestras cartas
—observó el señor Bankes.
Menuda
sarta de tonterías, pensó Charles
Tansley mientras dejaba la cuchara justo en el centro del plato […]
—¿Escribe
usted muchas cartas, señor Tansley? —preguntó la señora Ramsay, compadeciéndolo
también a él, supuso Lily, pues lo cierto era que la señora Ramsay
compadecía siempre a los hombres como si les faltara alguna cosa, y nunca a las
mujeres, como si tuviesen algo. Escribía
a su madre, por lo demás, no creía que enviase más de una carta al mes, contestó secamente el señor
Tansley.
No
estaba dispuesto a hablar de las
tonterías de las que aquella gente quería hacerle hablar. Ni permitir que
lo trataran con condescendencia unas
mujeres estúpidas. Había estado leyendo en su habitación, y ahora había
bajado y todo le parecía tonto, frívolo e insustancial […]
Realmente,
pensó Lily Briscoe, y a pesar de sus ojos —aunque había que ver aquella
nariz y aquellas manos—, era el hombre más desagradable que había conocido.
Pero ¿por qué concedía tanta importancia a lo
que decía? Que las mujeres no saben
escribir, que las mujeres no saben pintar […]”. (Al
Faro, Página 104-105, DeBolsillo)
4. Verbos
sensoriales
Otro de los factores determinantes para
realizar estos cambios de puntos de vista son los verbos sensoriales y de
pensamiento. Resulta fundamental situar al lector en el interior del nuevo
personaje sobre el cual se focaliza el narrador y para ello se utilizan verbos
de carácter introspectivo como: pensar,
deducir, sentir, concluir, suponer, imaginar, etc. Son verbos muy
subjetivos y, por tanto, solo pueden emplearse cuando el narrador conoce los
sentimientos más íntimos del personaje.
Veamos ahora los ejemplos del apartado
anterior prestando atención a estos verbos:
“Siempre igual, concluyó para sus adentros (*) (la señora Ramsay) mientras inclinaba silenciosamente la cabeza hacia
William Bankes… ¡pobre hombre!, que no tenía mujer ni hijos y que, a excepción
de esa noche, cenaba siempre solo […]
—¿Ha
encontrado usted sus cartas? Pedí que se las dejaran en el vestíbulo —le dijo
(la señora Ramsay) a William Bankes.
¡Que
mayor y estropeada está!, pensó Lily,
y que distante parece. Luego, cuando se volvió sonriente hacia William Bankes,
fue como si el barco hubiese virado en redondo y el sol volviera a iluminar sus
velas, y Lily, levemente divertida por sentir aquel alivio, pensó, ¿por qué lo compadece? Eso le
había creído notar cuando le dijo
que sus cartas estaban en el vestíbulo. «Pobre William Bankes»”. (Al
Faro, Página 103, DeBolsillo)
“—Es
curioso que, aunque casi nunca se reciba nada que valga la pena por correo,
sigamos queriendo ver nuestras cartas —observó el señor Bankes.
Menuda
sarta de tonterías, pensó Charles
Tansley mientras dejaba la cuchara justo en el centro del plato […]
—¿Escribe
usted muchas cartas, señor Tansley? —preguntó la señora Ramsay, compadeciéndolo también a él, supuso Lily, pues lo cierto era que la
señora Ramsay compadecía siempre a los hombres como si les faltara alguna cosa,
y nunca a las mujeres, como si tuviesen algo. Escribía a su madre, por lo
demás, no creía que enviase más de una carta al mes, contestó secamente el
señor Tansley.
No estaba dispuesto a hablar (*) de las tonterías de las que
aquella gente quería hacerle hablar. Ni
permitir que lo trataran (*) con condescendencia unas mujeres estúpidas.
Había estado leyendo en su habitación, y ahora había bajado y todo le parecía
tonto, frívolo e insustancial […]
Realmente,
pensó Lily Briscoe, y a pesar de sus
ojos —aunque había que ver aquella nariz y aquellas manos—, era el hombre más
desagradable que había conocido. Pero ¿por qué concedía tanta importancia a lo
que decía? Que las mujeres no saben escribir, que las mujeres no saben pintar
[…]”. (Al Faro, Página 104-105, DeBolsillo)
(Nota:
algunas construcciones gramaticales pueden ejercer la función de verbos
introspectivos en base al contexto, tal y cómo se aprecia en los fragmento
citado).
5. Conclusión
La elección del narrador adecuado para una
novela es una de las primeras y más importantes decisiones que debe afrontar un
autor. En caso de que la opción escogida sea la de un narrador omnisciente y se
desee que el lector se sienta cercano a los personajes, una buena opción sería
leer novelas que utilicen narradores de este tipo. Al Faro (Virginia Woolf, 1927) resulta un obra referente para tal
fin y las técnicas narrativas de ella extraídas un gran punto de partida.
6. Bibliografía
· Woolf, Virginia
(1927): Al faro
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