Sobre lo que Emerenc piensa de la literatura, el cine y una grabadora
Por: Sonsoles García-Albertos
Szabó, Magda. La puerta. Barcelona.
Editorial DeBolsillo. 2009.
Traducido por Márta Komlósi.
En este trabajo se va a tratar de la relación que
Emerenc, coprotagonista de la novela La
puerta, tiene con la tecnología y el arte y de qué nos muestra eso de este
personaje en concreto. Para ello, se analizará en detalle el capítulo
denominado El rodaje (páginas
162-167) y se harán algunas consideraciones sobre otros acontecimientos que se
relatan en el libro.
El capítulo se inicia con la aceptación por parte
de la narradora de lo mucho que necesita a Emerenc y de la poca importancia que
tienen para ella algunos de sus rasgos de carácter: (página 162) “Era
consciente del carácter voluble de Emerenc [...]. Sin embargo, llegó un punto
en nuestra relación en que yo ya no daba importancia a los seísmos
superficiales”. Y ya en este clima de afecto tranquilo entre las dos, la
narradora, Magda, nos dice que: (página 163) “Aunque seguía siendo imposible
convencerla de que leyera alguno de mis libros, al menos le interesaba saber
cómo la crítica acogía mi obra”. A continuación, se nos describen unas
reacciones desproporcionadas de Emerenc provocadas por las malas críticas, que
interpretaba como una descalificación personal hacia Magda. Tenemos aquí la
confusión habitual de que el artista es su obra, la identificación entre obra y
persona que hacen sobre todo quienes nunca se han enfrentado no ya al reto de
crear sino al más accesible de la percepción artística.
Aún así, Emerenc tuvo que admitir que la escritura:
(página 163) “era una actividad bien valorada socialmente”. De hecho, Emerenc
pregunta: (página 163) “cómo lograba que esas palabras sueltas, salidas de la
nada, cuajaran de repente para componer una unidad como una novela”. La
narradora no es capaz de contestar a esta pregunta, que deja entrever cómo se siente
quien considera al arte algo completamente ajeno y que admira a quién es capaz
de crear una obra, aunque ni siquiera se sienta capaz de acceder a ella como
receptor. Porque detrás del desprecio de Emerenc podría haber miedo a no
comprender algo debido a su escasa instrucción. Es muy habitual que personas
con poca formación crean que son incapaces de acceder al placer estético e
intelectual que persigue el arte.
Entonces Emerenc: (página 164) “empezó a demostrar
interés por cómo se hacía una película”. Tradicionalmente el cine se ha
considerado un arte popular, para las masas, y por eso Emerenc parece
permitirse esa curiosidad. Ahí la narradora, que está colaborando en la
adaptación de una de sus novelas, ve la oportunidad de invitarla a un rodaje y
de esa manera reivindicarse ante Emerenc y a la vez de hacer algo para
compensar un poco todos los cuidados que recibe de ella. Para su sorpresa,
Emerenc acepta. Cuando la ve preparada por la mañana para ir al rodaje, siente
cierta inquietud al llevar a Emerenc a un mundo extraño en el que los
sentimientos se reprimen y posponen por la eficiencia del trabajo. Ahora que su
amistad con Emerenc es tranquila y
sincera, sin duda teme que la vea rodeada de personas que no aplican los
principios de ellas dos en sus relaciones con los otros.
Emerenc se sienta a ver el rodaje y observa. La
escena tiene lugar en varios emplazamientos y resulta bastante compleja:
(página 165) “un operador filmaba desde un helicóptero y el camarógrafo sobre
una grúa. [...] Era una escena de amor, en la que las máquinas y la tecnología
desempeñaban un papel tan importante como el de los dos protagonistas”.
A la hora de comer, Emerenc ha perdido el
entusiasmo y (página 165) “estaba una vez más arisca y hostil”. La explicación
la da la propia Emerenc: (página 166) “[...] todos éramos unos embaucadores y
todo era mentira. Había comprobado que el árbol permanecía quieto en su lugar,
mientras nosotros, mostrando solo el follaje y valiéndonos de trucos, como dar
vueltas en un helicóptero o fotografiarlo desde arriba, lográbamos que
pareciese como si estuviera girando, todo para engañar al pobre público
haciéndoles creer que un bosque puede brincar, bailar y revolotear. Puro engaño
y ruindad, algo abominable”. De nuevo aquí vemos la aproximación infantil de
Emerenc hacía el producto artístico. Reacciona como el niño que se desilusiona
al descubrir que Superman vuela en las películas por un truco visual. Emerenc
se siente profundamente estafada al comprobar que el cine no tiene el poder que
ella le había adjudicado, no reproduce fielmente la realidad, sino que la
transforma. El cine, de repente, se le ha empequeñecido. Toda técnica artística
que quiere imprimir en el espectador / receptor la ilusión de reproducir el
mundo de manera neutral requiere de una transformación profundad de lo
representado para construir la verosimilitud. Por ejemplo, un cuadro
hiperrealista. En un primer instante nos apabulla con sus detalles y nos parece
que estamos mirando la realidad, que el pintor no existe, que simplemente ha
trasladado un fragmento del mundo de un sitio a otro para ponérnoslo delante. Y
no es así. La realidad no es estática, ni silenciosa, ni el espacio tiene
bordes ni todo lo que impresiona nuestros ojos puede estar enfocado a la vez.
Sin embargo, una aproximación infantil o poco reflexiva a la obra la juzga por
su neutralidad y por su capacidad de imitación, como si todo el arte fuera
fotografía mal entendida. Un espectador competente es siempre consciente de las
elecciones que han hecho los guionistas, el director, el director de
fotografía... y es eso a lo que se enfrenta, al conjunto de lo que el artista
decidió hacer entre las infinitas posibilidades que desechó. Sin embargo,
Emerenc, por su formación, no es capaz de comprender los procesos artísticos y
hasta entonces, al menos como espectadora de cine, se ha quedado con la
historia que se cuenta y las emociones que transmite, sin reflexión previa ni
posterior. Igual que leen los adolescentes o ven películas los niños.
El entusiasmo que ha demostrado Emerenc al ir al
rodaje se ha transformado en desprecio: (página 166) “—Arte —repitió con
desprecio—; si son tan artistas como dice, entonces podrían conseguir con sus
palabras, y no con una máquina o un soplador de viento o como se llame, que los
árboles bailen de verdad y las ramas se agiten solas... pero no. No saben hacer
nada de eso, ni usted ni los otros; son todos unos payasos y aún peor que eso:
son unos vulgares rufianes”. Emerenc está decepcionada hasta la ira al
descubrir el limitadísimo poder de la palabra para transformar la realidad
tanto de Magda como del resto de artistas que trabajan en la película. La
narradora nos explica que esa reacción desaforada de Emerenc se debe a que:
(página 167) “Ese momento existió en algún punto de su pasado, pero yo nunca
podría saberlo”. Sin embargo, junto a esta explicación fundada en una vivencia
no revelada al lector, sin duda Emerenc nos está dejando ver que ella, a su
manera, cree en el poder infinito de la palabra para modificar el mundo que la
rodea. Y sin duda, esa idea de la palabra deidad está muy presente en los niños
y en los adolescentes (y en las personas que mitifican la literatura sin jamás
leer un libro) y nos va abandonando según vamos haciendo uso de ella y
comprobando por nosotros mismos que ni la nuestra ni la de otros hace bailar a
los árboles.
Al final del capítulo, Emerenc descubre el invento
que no la engaña: la grabadora. Magda le enseña a utilizarla y a Emerenc (página
167) “se le ocurrió la interesante posibilidad de grabar su vida en una de esas
cintas para poder luego rebobinarla, detenerla e incluso, por qué no, volver a
vivir ciertas épocas a su antojo. Dijo que grabaría su vida tal como había sido
hasta entonces, y también hasta el momento de su muerte, siempre y cuando
pudiera rebobinarla y elegir qué parte revivir”.
Toda forma de arte hace uso de la tecnología y
toda expresión artística se ha visto transformada por el desarrollo tecnológico,
si es que no ha nacido de él. Además, casi toda forma de arte esconde en sus
orígenes la voluntad de perpetuar el presente, o de transportarlo. Por ejemplo,
hoy vemos retratos de damas renacentistas en los museos y nos da igual quienes
fueron esas personas, pero se hicieron pintar para dejar testimonio de su
existencia real. O el cine, que en sus orígenes transportaba el presente de
unos obreros saliendo de una fábrica a una sala de proyecciones. Toda forma de
arte busca en sus orígenes la representación fidedigna de la realidad y va
evolucionando hacia la creación de otras realidades,
como pueden ser, por seguir con los ejemplos de la pintura y el cine, un cuadro
abstracto o una película llena de efectos visuales y sonoros añadidos en la
post-producción. Y Emerenc, como espectador no maduro incapaz de acceder al
contenido estético-artístico, se ha quedado en la convicción de que el valor de
la tecnología es su papel de notario de la realidad. Por eso se emociona con la
grabadora, porque conservará su vida y hará accesible cualquier momento de ella.
Es el mismo mecanismo por el que hacemos fotos con el teléfono móvil que jamás
volveremos a ver, para tener una prueba de que algo pasó y porque nos da
tranquilidad saber que podemos recurrir a ella. De hecho, la tecnología
necesaria para la grabación de sonidos, no sólo hizo posible el nacimiento del
cine sonoro, sino que transformó la música para siempre, conservándola de
manera que es presente tantas veces como queramos y popularizándola como nunca.
Emerenc no elige la grabadora como medio de reproducción artística, aunque
Magda le ha enseñado a utilizarla así, sino que instintivamente la utiliza para
grabar su vida.
Hemos visto como, en uno de los capítulos más
breves de la novela La puerta, apenas
seis páginas, Emerenc reacciona a la literatura, al cine y a la grabadora. Al
haberlo hecho a través de las palabras de la narradora en primera persona, si
bien este aspecto no se ha profundizado en este trabajo, también queda
accesible al lector la distinta aproximación de Magda a esos mismos medios
artísticos. De esta manera, la autora nos ha mostrado la distancia temporal y
social entre ellas dos, siempre presente en el libro, que al fin y al cabo narra
una historia en la que estas distancias crecen o decrecen según el momento en
la relación de los personajes.
No quisiera acabar este trabajo sin citar otro
elemento tecnológico que sirve más adelante en el libro para remarcar la
distancia, ya en ese momento emocional, entre las dos protagonistas: la
televisión. Al igual que en la cronología del siglo XX, aparece en la novela
después del cine. Magda y su marido, a la vuelta de Frankfurt, le traen a
Emerenc de regalo una pequeña televisión. Ella no manifiesta mucho entusiasmo,
aunque la acepta y ellos, poco después, al verla barrer la nieve el día de
Navidad, se dan cuenta de que le han dado un televisor a quien nunca tendrá
tiempo para verlo. Lo que hace el matrimonio a continuación es un avance de lo
que sucederá en la novela y en la segunda mitad del siglo XX: (pagina 207) “Embargados
por un sentimiento de vergüenza, mi marido y yo, sin atrevernos a seguir
mirando a Emerenc con su escoba, regresamos delante de la pantalla de nuestro
televisor sin pronunciar una palabra ni decidirnos a hacer nada”.
Este acto de refugiarse en la televisión adelanta
el climax de la historia, pues cuando entran por la fuerza a casa de Emerenc para
que un médico valore su estado de salud, Magda se va a grabar un programa de
televisión. En cierta forma, Magda se rinde ante la tecnología con la que
convive de manera natural.
Nuestra relación con la tecnología es una forma de
situarnos nosotros y por lo tanto nuestros personajes en el tiempo histórico. Por
ejemplo, si nos trasladamos de la Hungría comunista a nuestro siglo XXI, vemos
que la forma de uso y las expectativas que las personas tenemos respecto de
nuestros teléfonos móviles (la tecnología más transformadora de la época
actual) está principalmente determinada por la edad en la que accedimos a
ellos. Y nuestra relación con la expresión artística, como creadores o como
espectadores, no solo informa de nuestra sensibilidad presente sino de la
educación que recibimos y de nuestro entorno socio cultural. Además, hemos
visto que tecnología y arte están profundamente relacionados desde el inicio
del siglo XX, donde los artistas han transformado y manipulado la tecnología
pervirtiendo en muchos casos su intención inicial con fines artísticos.
También el arte evoluciona, y las nuevas formas de
creación no pueden ser igual de acogidas y de comprendidas por personajes al
final de sus vidas o aun descubriendo el mundo que los rodea. Haciendo una
analogía con la reacción de Emerenc frente a la grabadora, las personas que
nacimos en un mundo bastante lejano a la hiperconexión que nos permiten los
teléfonos móviles, ¿seremos capaces de entender / conectar / disfrutar /
apreciar obras artísticas creadas expresamente para esta tecnología o nos
quedaremos, como hace ella, con su valor de dispositivo para almacenar nuestra
realidad, bien en imágenes, bien en texto, bien en redes sociales?
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