EL FARO DE MRS. RAMSAY

Por Maeva Ortiz

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El interés de esta novela de Virginia Woolf es el mundo interno, emotivo y psicológico de los personajes que constituyen la obra. De esta manera, Al farodeja atrás la existencia del personaje literario para dar paso por primera vez a la persona en la narrativa. 
En consecuencia, el protagonista comienza a ser el pensamiento y las emociones de las personas sobre las cuales se habla, dando paso a la novela psicológica.
Analizaremos como Virginia Woolf utiliza al personaje de Mrs. Ramsay como ojo que ve el interior de todos y cada uno de los personajes, mostrándonos un retrato fiel al mundo interior de la mismísima Mrs. Ramsay en el que podremos descubrir su personalidad enigmática. 
Mrs. Ramsay se pinta a través del lienzo que dibujan los demás personajes:
1.     El lienzo de Mr. Ramsay, el marido de Mrs. Ramsay al cual admira y desprecia del mismo modo que ama y desprecia su propia vida.
Decía la verdad. Siempre decía la verdad. No sabía mentir, nunca desfiguraba la naturaleza de un hecho cierto, jamás modificaría una palabra, por desagradable que fuera, para acomodarla a la conveniencia o el gusto de nadie; y menos aun la modificaría para complacer a sus propios hijos, de su carne y sangre, quienes debían saber desde la infancia que la vida es difícil, […]. (pág. 72. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
La extraordinaria irracionalidad de la observación y la estupidez de la mente femenina le enfurecían. Había cabalgado por el valle de la muerte, había temblado y se había estremecido; y ahora ella desafiaba los hecho, y hacía concebir a su hijos esperanzas vanas; peor aún: mentía. Dio una patada al escalón. «Maldita sea», dijo. Pero ¿qué es lo que había dicho? Sencillamente que mañana podría hacer bueno. Y podría. […] A nadie reverenciaba tanto como a él. Estaba más que dispuesta a creerlo, dijo. Sólo que entonces no tenía que preparar emparedados, eso era todo. Se acercaban a ella, todo el día, incesantemente porque era mujer: que si esto, que si aquello; uno quería esto; otro, lo de más allá; los niños crecían; a veces se sentía como si no fuera nada más que una esponja empapada de emociones humanas. Y entonces venía él y la maldecía. Él decía que iba a llover; y al momento el cielo y la confianza se abrían ante ella. A nadie reverenciaba más. Pensaba que no era digna de atarle los cordones de los zapatos. (pág. 99. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
2.     El lienzo de sus hijos: James, Cam, Prue, Nacy, Rose, Andrew, Jasper y RogerRamsay, que le dan la vida y le muestran, también, lo que se pude llevar. 
Ah, pero no quería que James ni Cam tuvieran ni un solo día más. Le habría gustado que estos dos se quedaran como eran, como diablillos perversos, como delicados angelitos; y no ver cómo se convertían en monstruos de largas piernas. […] James, […] el más sensible de todos sus hijos. Pero todos, creía prometían mucho. Prue, un ángel de perfecciones, y ahora, especialmente por las noche, le cortaba la respiración a cualquiera al ver lo hermosa que era. Andrew, hasta su marido admitía que el talento que tenía para las matemáticas era poco común. Nancy y Roger, eran niños salvajes, que pasaban todo el día corriendo por los campos. Y en cuanto a Rose, tenía a boca demasiado grande, pero tenía unas manos maravillosas. […] Jasper disparaba a los pájaros, pero era una etapa, todos tenían sus diferentes etapas. […] El colmo de la felicidad era llevar un niños en brazos. […] Y bajaba y se lo contaba a su marido, ¿por qué tenían que crecer y perderse todo eso? Nunca volverían a ser tan felices. Y él se enfadaba. ¿Por qué esa opinión tan negativa de la vida? […] No es que ella fuera «pesimista», como él decía. Sólo que pensaba en la vida, en la breve cinta que se desarrollaba ante sus ojos, en los cincuenta años. […] Había problemas eternos: el sufrimiento, la muerte, los pobres. […] Pero ella decía a los niños: saldréis adelante. (pág. 123 a 125. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).

3.    El lienzo de Charles Tansley, una parodia de su marido para Mrs. Ramsay y un visitante de la casa de los Ramsay, al que siente la obligación de defender y proteger por ser su invitado y un hombre, al fin y al cabo.
—Sopla de poniente —dijo Tansley, el ateo, abriendo los dedos de forma que el viento pasara por ellos; compartía con Mr. Ramsay el paseo vespertino por el jardín, de un lado para otro, y vuelta a empezar. […]. Sí, hasta Mrs. Ramsay estaba de acuerdo, vaya si le gustaba decir cosas desagradables; era detestable que les refregara eso, y que hiciera que James se sintiera aún más desdichado. […] Según los niños era un espécimen poco afortunado, un escaparate de irregularidades; no sabía jugar críquet, era gruñón, arrastraba los pies. […] A veces ni ella podía contener la risa. Algo había dicho ella acerca de «unas olas como montañas». Sí estaba algo borrascoso, había respondido Charles Tansley. (pág. 73 y 75. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
4.    El lienzo de Mr. Carmichael, vecino de los Ramsay. Un hombre que deja al descubierto su necesidad de saber de la vida de los demás para controlarla a su modo de entenderla.
Habría sido un gran filosofo, decía Mrs. Ramsay, ya en la carretera, camino del pueblo pesquero, pero se había casado mal. […] hubo algo con una muchacha en Oxford, se casó demasiado pronto, eran pobres, tuvo que irse a la India, tradujo algo de poesía, «algo muy hermoso, según creo», quería enseñar a los niños persa o hindi, pero ¿para qué?; después, ya lo había visto, tumbado ahí sobre la hierba. (pág. 78. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
[…] al pasar Mr. Carmichael arrastrando las zapatillas amarillas con un libro bajo el brazo, asintiendo con la cabeza, de que no se fiaba de ella; y pensaba que todos sus deseos de dar, de ayudar, eran pura vanidad. Era por amor propio por lo que tan ansiosamente se empañaba en dar, en ayudar; para que la gene dijera: «¡Oh, Mrs. Ramsay!, querida Mrs. Ramsay… ¡Claro que sí, Mrs. Ramsay!». Para que la necesitaran y la buscaran y la admiraran. ¿No era éste su más secreto deseo?, y, por lo tanto, ¿no era lógico que, cuando Mr. Carmichael la evitaba, como acababa de hacer, y fuera a ocultarse en cualquier rincón donde se dedicaba a hacer crucigramas inacabablemente, no solo se sintiera desdeñada y contrariada, sino que se le hiciera sentir la mezquindad de una parte de ella, y de las relaciones humanas? (pág. 108. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
5.     El lienzo de Mr. Paunceforte, un maestro de artistas del pueblo, pero del que Mrs. Ramsay no siente ninguna admiración, siguiendo la opinión de su marido. 
Pero ahora, esto estaba lleno de artista. A decir verdad, a pocos pasos había uno de ellos, con sombrero de paja, zapatos amarillos, grave, tranquilo, absorto; diez niños lo contemplaban; la cara redonda y roja expresaba un íntimo contento, miraba fijamente, y, después de mirar, mojaba el pincel, introducía la punta en una blanda protuberancia verde o rosa. Desde que Mr. Paunceforte estuvo allí, hacia tres años, todos los dibujos eran así, dijo ella, verde y gris, con barcas de pesca de color limón, y con mujeres vestidas de rosa en la playa. (pág. 81. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
6.     El lienzo de Lily Briscoe, joven artista que pinta un retrato a Mrs. Ramsay. Invitada de la familia que se aloja en el pueblo; de la que opina que su arte es un pasatiempo valido hasta que encuentre con quién casarse porque es lo mejor que a una mujer le puede ocurrir.
Pero ver a la muchacha al otro lado del jardín, pintando, le hizo pensar en algo: recordó que tenía que mantener la cabeza en la misma posición para el retrato de Lily. ¡El retrato de Lily! Mrs. Ramsay se sonrió. Con esos ojillos rasgados, con tantas arrugas, no se casaría nunca; no había que tomarse muy en serio lo de su pintura; pero era una muchachita independiente, y por ese motivo le gustaba a Mrs. Ramsay, así que, al recordar la promesa, inclinó la cabeza. (pág. 84 y 85. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
[…] Y ahora —dijo, mientras pensaba en lo que tenía bonito Lily eran los ojos orientales, rasgados, en aquella carita arrugada y pálida, pero que sólo un hombre inteligente se fijaría en ellos […]. Sonriendo, porque en ese mismo momento acababa de ocurrírsele una idea extraordinaria —que William y Lily podrían casarse—, […] (pág. 94. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
[…] todas tenían que casarse, porque en todo el mundo por muchos laureles que pusieran a sus pies (pues a Mrs. Ramsay le importaba muy poco su pintura), o por muchos triunfos que obtuviera (quizá Mrs. Ramsay también los hubiera tenido), y al llegar aquí se entristecía, se ensombrecía, regresaba al sillón, esto no podía ni siquiera discutirse: una mujer que no se hubiera casado (le tomaba la mano con delicadeza un momento), una mujer que no se casa se pierde lo menor de la vida. (pág. 116. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
7.     El lienzo de Willian Bankes, intimo amigo de su marido. Del que siente que podría ser el marido perfecto para Lily.
[…] así, cuando se detuvo junto a ella, con aquel aire de juez (tenía edad como para poder ser su padre, dedicado a la botánica, viudo, olía a jabón, muy exacto y limpio), ella sencillamente no hizo nada. Lo único que hacía era quedarse junto a ella. (pág. 85 y 86. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
8.    El lienzo de las criadas en el que Mrs. Ramsay muestra su lado más frío y práctico, del que ella misma se incomoda cuando es consciente de ello.
Por la noche entraba en las habitaciones de las criadas, y las encontraba cerradas a cal y canto como si fueran hornos, excepto la de Marie, la muchacha suiza, que antes prescindía del lavabo que del aire fresco: en su patria, había dicho: «son tan hermosas las montañas». Su padre agonizaba allí. Mrs. Ramsay lo sabía. Las dejaba huérfanas. Refunfuñando y enseñando a hacer las cosas (cómo hacer las camas, cómo abrir las ventanas, con manos que se abrían y cerraban con gestos de francesa), todo se había plegado en torno a ella, cuando hablaba: […]. Se quedó callada porque no había nada qué decir. Tenía cáncer de garganta. Al recordarlo, cómo se había quedado allí, cómo la muchacha había dicho: «En mi patria, son tan hermosas las montañas», y que no había esperanza, ninguna, tuvo un gesto de irritación, […]. Nunca hubo otra cara con semejante expresión de. Tristeza.(pág. 95 y 96. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
9.    El lienzo de George Maning y Mr. Wallace, famosos conocidos de Mrs. Ramsay con los que disfruta consciente de su propio carisma e influjo.
[…] después de todo, a ella no le costaba nada que la gente se fijara en ella; por ejemplo, George Maning y Mr. Wallace, famosos y todo, se acercaban a visitarla por las tardes, y se quedaban charlando junto al fuego. Sabía llevar con elegancia la antorcha de la belleza, y se sabía bella; exhibía esta antorcha con orgullo dondequiera que entrara; y, después de todo, por mucho que hiciera por velarla, y por mucho que le disgustara la monotonía que eso le imponía, la belleza era evidente. (pág. 108. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
10.   El lienzo de Milta Doyle, invitada de Mrs. Ramsay con el que demuestra la animadversión hacia ciertas opiniones de su persona sin pudor en sus pensamientos, pero que no demostrará públicamente por su rigor a los bueno modales.
Minta Doyle y Paul Rayley no habían regresado. Mrs. Ramsay pensaba que eso sólo podía interpretarse de una forma. Lo ha aceptado o lo ha rechazado. […] Era responsable ante los padres de Milta: el búho y la badila. […], se sentirían muy ofendidos si les contaran, y seguro que se lo cantarían, que a Minta , cuando estuvo con los Rasay, la habían visto, etcétera, […] ¿cómo es que esta pareja había tenido una hija tan incongruente como ésta? ¿Esta marimacho de Minta, que llevaba agujeros en las medias? […] Sí, había venido, pensó Mrs. Ramsay, sospechando que había alguan espina en la madeja de estos pensamientos; había acusado en una ocasión «de robarle el afecto de su hija»; alguna palabra de Mrs. Doyle le había hecho recordar esa acusación. El deseo de dominar, el deseo de intervenir, de hacer que la gente cumpliera su voluntad: ésa era la acusación que le hacían, y ella pensaba que era muy injusta. ¿Cómo impedir «ser así» para los demás? […] Tampoco era dominante y tirana. Era más cierto si se referían a su actitud respecto de los hospitales, el alcantarillado, la lechería. Sobre asuntos como ésos, sí que se mostraba apasionada, y le habría gustado, si hubiera podido coger a la gente del cuello y obligarlos a ver las cosas. (pág. 120 a la 123. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
11. El lienzo del faro, la luz del mundo interior de Mrs. Ramsay.
Pero al momento se sintió molesta consigo misma por decir eso. ¿Quién lo había dicho?, no ella; había caído en la trampa de decir algo que no quería decir. Levantó los ojos de la labor y vio el tercer destello, y le pareció como si sus ojos reflejaran sus propios ojos, buscando como sólo ella sabía hacer en su propia mente y en su corazón, purgando su vida de esa mentira, de todas las mentira. Se alabó a sí misma al alabar aquella luz, sin vanidad, porque era inflexible, era perspicaz, era hermosa como aquella luz. Era raro, pensaba, cómo, cuando se quedaba sola, tendía a favorecer las cosas, las cosas inanimadas; los árboles, los arroyos, las flores; creía que la expresaban a una, y en cierto sentido eran una misma; sentía una ternura irracional (seguía con la mirada fija en aquel destello prolongado), como por ella misma. (pág. 128. Al faro. Ed. de Dámaso López. Cátedra 2016).
Conclusión:
Virginia Woolf escribió a sus cuarenta y cuatro años Al Faro, una novela que le ayudó a superar la obsesión por su madre. A través de los ojos de Mrs. Ramsay describe su vida y la de los que la rodean. 
Mrs. Ramsay es el faro que da luz a todos los personajes de esta novela y la que dibuja su vida a través de su mirada. Da color a sus intereses y a sus valores, a costa, aunque así sea, de su propia felicidad. Atrapada en la opacidad de lo convencional.

Virginia Woolf elige un marco perfecto para esta novela, la casa de verano de los Ramsay, para dar vida al mundo interior de Mrs. Ramsay y llegar a comprender lo que en ella estaba oculto a los ojos de todos, incluso, a los de la propia autora.

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