Ernesto Che Guevara literaturizado: dos cuentos para un mismo mito




Montserrat Iglesias Berzal

CORTÁZAR, Julio. «Reunión», en Cuentos completos I. Madrid: Alfaguara, 1994, pp. 537-547.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. «El ahogado más hermoso del mundo», en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Barcelona: Mondadori, 1995, pp. 43-51.    

Decía Stendhal que «La política en una obra literaria es algo así como un tiro de pistola en medio de un concierto, algo grosero y a lo que no podemos, sin embargo, dejar de prestar atención». No creo que con esta cita el genial novelista quisiese condenar la aparición de contenidos, reflexiones o temas políticos en la literatura; solo hay que leer una obra como Rojo y negro para darse cuenta de que él no renunció, ni muchos menos, a las cuestiones ideológicas. Pienso que lo que Stendhal buscaba era señalar que los temas políticos, y más aún cuando están muy cerca del momento en el que se escribe la obra, son un material sensible que se debe manejar con cuidado para que no fagocite la creación artística. Esto es, bajo mi punto de vista, lo que le sucede a Julio Cortázar en su cuento «Reunión» —el tercero del volumen Todos los fuegos el fuego (1966)— al ficcionalizar los primeros días del enfrentamiento armado que llevaría al poder a Fidel Castro. Concretamente el relato cuenta lo que sucedió desde el 2 de diciembre de 1956, cuando el Granma encalla en las cercanías de la playa de Las Coloradas, hasta que todos los supervivientes de este grupo de ochenta y dos milicianos se vuelven a reunir en el refugio de Sierra Maestra.
Más abajo intentaré discernir qué quería Cortázar al escribir este relato, pero, desde luego, no buscaba contarnos una aventura bélica o hacer una recreación histórica, sino deseaba ofrecer una imagen heroica de los protagonistas de la revolución y, en concreto, de Ernesto Che Guevara y Fidel Castro. No se puede decir que no se consiga, sin embargo, el resultado no resulta convincente. Para demostrarlo compararé este texto con otro que sí me parece que logra elevar a la categoría de mito la figura del Che. Es «El ahogado más hermoso del mundo», de Gabriel García Márquez, también el tercer cuento de su colección La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada (1972).
Antes de comenzar el análisis, me gustaría aclarar que Cortázar me parece mejor cuentista que García Márquez —al igual que García Márquez me parece mejor novelista que Cortázar—. He leído la mayor parte de la obra corta de Cortázar y todos los cuentos de García Márquez, y afirmo, sin miedo a equivocarme, que ninguno de los grandes cuentos del colombiano es superior a cualquiera de las obras maestras del narrador porteño, por ejemplo, a «La señorita Cora», por citar un cuento de la misma colección de la que estamos tratando. Por tanto, esto no es de un debate sobre el talento de uno u otro, los dos lo tuvieron inmenso, sino de una determinada idea que en un autor cuajó mejor que en otro.
Los dos relatos tienen muchas circunstancias comunes. Se escribieron en la misma época: el de Cortázar se fecha en 1966, aunque es probable que se escribiese antes, y el García Márquez es de 1968. Los dos escritores no pertenecen exactamente a la misma generación, ya que Cortázar es trece años mayor que el colombiano, pero ambos fueron arietes de lo que conocemos como el boom de la narrativa hispanoamericana. También los dos fueron fieles a sus convicciones de izquierda hasta el final de sus vidas y apoyaron incondicionalmente al castrismo, incluso después de que muchos escritores hispanoamericanos renunciaran a la protección de las autoridades de la isla tras el escándalo de Heberto Padilla en 1973. De este modo, es lógico que compartieran el interés por ensalzar a las figuras de la revolución.
No obstante, en la génesis de ambos cuentos hay una diferencia clave: el de Cortázar se escribe antes de la muerte de su protagonista y el de García Márquez apenas un año después de que el Che Guevara fuese fusilado en La Higuera, en el interior de la selva boliviana. En consecuencia, las perspectivas son diferentes: «Reunión» presenta a un Che triunfante y «El ahogado» a un hombre muerto. Pero también las intenciones son distintas. La de García Márquez está clara: convencer al lector de que el ejemplo de un hombre puede seguir transformando el mundo aun cuando este ya lo haya abandonado. El primer triunfo del de Aracataca es que el mensaje llega al lector sin interferencias. En cambio, en las diferentes relecturas de «Reunión», el receptor acaba preguntándose quién es el verdadero héroe de la historia: ¿el Che o Fidel? ¿Qué imagen se quiere dar del Che, en realidad: la de un valiente o, sobre todo, la de un soldado fiel a su líder? Cortázar, como García Márquez, fueron personalidades que se involucraron en el día a día de la política cubana. El narrador porteño tenía contactos al más alto nivel en la isla, por lo que debía de conocer los desacuerdos entre los dos iconos revolucionarios, que acabaron con la renuncia del Che a sus responsabilidades de gobierno y su marcha a la guerrilla del Congo. ¿Deseaba el escritor, por alguna pulsión personal o por cualquier otro motivo, atemperar en la ficción esas disensiones? No hay, que yo conozca, documentos que nos lo aclaren, ni tampoco se deja ver en el texto. Paradójicamente, Cortázar quiere ser tan claro que no logra lo que García Márquez sí consigue utilizando la ambigüedad.
La segunda gran diferencia es aún más importante y en ella subyacen todas las demás. El cuento de García Márquez se inscribe dentro del mundo creativo que el autor estaba levantado en ese momento, el que concluirá con la publicación de El otoño del patriarca (también una obra política que motivó algún que otro roce con Fidel Castro, quien se sintió aludido en alguno de sus pasajes). De hecho, «El ahogado más hermoso del mundo» es un cuento perfectamente imbricado en La increíble y triste historia. Por el contrario, «Reunión» no comparte con Todos los fuegos el fuego la unidad material y espiritual de la que hablaba Cesare Pavese en El oficio de vivir[i]. Es un relato completamente realista en el que no se aprecia experimentación literaria alguna y con un final y sentido del todo cerrados (que no quede claro ese sentido, no quiere decir que su intención fuese esa) dentro de un conjunto en el que todos los cuentos tienen alguna de las tres características o las tres.
Si analizamos las funciones y los indicios de ambos cuentos, encontramos que las decisiones son opuestas. Como demuestra Lilian Elphick[ii] en su artículo sobre el relato, Cortázar no solo comienza con una cita del Che de La sierra y el llano, sino que se basa en la descripción que de esos días hace Guevara en su obra Pasajes de la guerra revolucionaria. Es verdad que literaturiza los hechos, pero, en realidad, tan solo se preocupa de cambiar los nombres de los protagonistas («habíamos jurado no acordarnos de nuestros nombres hasta que llegase el día», p. 537). El proceso de subida de la costa a Sierra Maestra, con su componente simbólico, está demasiado detallado, se cuentan demasiadas cosas y algunas secuencias parecen idénticas a las anteriores: desembarco; penoso trayecto por la laguna; primera noche de reflexiones en tierra firme; búsqueda de comida y acoso del ejército fiel al «babuino de Palacio»; nueva noche de reflexiones del protagonista; nueva balacera con el enemigo al día siguiente, de la que escapan por un error táctico de los leales al gobierno; otra noche en la que reciben la noticia de que Luis (Fidel) ha muerto; nuevas reflexiones; a continuación reciben la noticia de que Luis sigue vivo y ha llegado a la Sierra; consigue unirse a ellos Pablo (Raúl Castro) con sus hombres; se salvan de la última emboscada gracias a la ayuda de unos campesinos; llegan a la Sierra y se produce el feliz encuentro con Luis/Fidel.
Lo único que tiene en común esta historia con la de «El ahogado más hermoso del mundo» es que el protagonista llega desde el mar: el cuerpo de un hombre ahogado arriba a la playa de un pueblo desértico y hostil. García Márquez rompe con todos los referentes de la realidad histórica (hechos, espacio, protagonistas) y nos narra una fábula con unas pocas secuencias claras, diferenciadas y que suponen una evolución constante: aparece el muerto en la playa, se investiga su posible origen, se le da un nombre, se le atribuyen una serie de propiedades maravillosas, se le adopta como propio, se le prepara un funeral y se le reintegra al mar con la esperanza de un futuro mejor.
Terminamos de leer los dos cuentos y en el primero somos conscientes de que sabemos todo lo concerniente a la historia, mientras que en el segundo desconocemos los datos fundamentales: ¿quién es el ahogado?, ¿por qué ha llegado hasta allí?, ¿se van a producir realmente los cambios que se anuncian? En «Reunión» no hay nada que completar, es un puzle de diez piezas pegado previamente con silicona; en «El ahogado» el lector genera su interpretación como lo hacen los propios habitantes del pueblo. En casi la mitad de páginas, García Márquez consigue levantar un conflicto y desarrollarlo, mientras que «Reunión» no convence, no emociona, incluso aburre, porque no hay evolución, por mucho que pasemos cinco mil palabras escuchando tiros de fondo.
Esto se ve claramente en la manera en la que el ahogado se transforma de un ser convencional a uno extraordinario. Presento algunos fragmentos del cuento en el que se observa ese proceso de cambio:

Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados (p. 49).
           

No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderlo ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado (pp. 50-51).


Pensaban que, si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados (p. 51).


Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar (p. 55).
           
           
Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes (…) (p. 56)


            Por el contrario, el Che y el Luis/Fidel del cuento de Cortázar siguen siendo exactamente los mismos al principio y al final: son dos hombres llenos de virtudes (el único problema que tiene el protagonista es que padece de asma, como el personaje histórico), no tienen ninguna duda y al final del texto llegan donde quieren llegar con las mismas actitudes del comienzo del cuento. Eso a pesar de que el relato tiene maravillosos hallazgos simbólicos, aunque tan intelectualizados que no sé si son demasiado compatibles con la idea de una revolución campesina. Sin embargo, no se puede negar la belleza de ciertos momentos.  Sobre la mitad del relato (pp. 540-541) el protagonista mira el cielo mientras reflexiona sobre si Luis estará vivo o no y observa las ramas de los árboles y las estrellas; a la vez, empieza a escuchar en su cabeza la música de Mozart y se da cuenta de que al pensar en Luis los árboles se mueven al compás de la música y que solo Luis conseguirá pasar del adagio al allegro de la composición. Todo ello con una prosa exquisita, magnífica. El problema está en que esta imagen, que se repite de nuevo mientras el narrador permanece al lado de Luis al acabar el texto (pp. 545-546), no se ha cargado de ningún significado distinto. Es tan hermosa como fría. Es artística, pero está muerta.
            Algo parecido ocurre con los dos sueños/alucinaciones del protagonista. En una imagen que está también en el cuento de «El perseguidor», Luis se quita la cara y se la quiere entregar a sus compañeros, que, por supuesto, la rechazan porque es él es el líder indiscutible e imprescindible (p. 539). Cuando el sueño vuelve a surgir, sabemos que el protagonista la va a volver a rechazar, aunque acepte el reto de seguir con el legado de Luis si este ha muerto (p. 543). Lo sabemos, pues es un personaje sin quiebras, sin dudas, sin conflicto, por completo predecible. Lo mismo pasa cuando se enfrenta al recuerdo del amigo del amigo que le acompañó en los primeros viajes por el extranjero y que imagina en ese momento en la mesa de su consulta (p. 544). Sabemos que no va a sentir ni un atisbo de nostalgia, pues el amigo se ha vendido a la mentira y él vive en la verdad. Sin matices.
En la misma línea, llama la atención la carencia absoluta de sentido trágico en el texto. El narrador protagonista se encuentra al borde la muerte y la derrota, ve morir a varios de sus compañeros, de hecho, uno de ellos se desangra prácticamente en sus brazos, y solo pierde la actitud risueña cuando piensa que Luis/Fidel puede haber muerto. Cortázar no es un principiante y cada palabra está profundamente meditada, por lo tanto, supongo que ese hilo conductor de bromas y risas que recorre todo el texto es una elección consciente que busca mostrar la jovialidad del hombre nuevo revolucionario. Por lo contrario, lo que consigue, y me remito a la lectura de las citas que voy a introducir a continuación, es que sus personajes parezcan verdaderos badulaques:

Pero me gustaba sentir cómo con el fin de la jornada de batracio se me empezaban a ordenar las ideas, y cómo la muerte, más probable que nunca, no sería un balazo al azar en plena ciénaga, sino una operación dialéctica en seco, perfectamente orquestada por las partes en juego (…). Ahora todo se veía clarísimo, tenía otra vez los puntos cardinales en el bolsillo, me hacía reír sentirme tan vivo y tan despierto al borde del epílogo. Nada podía resultarme más gracioso que hacer rabiar a Roberto recitándole al oído unos versos del viejo Pancho que le parecían abominables (p. 538).

Tengo tanta fiebre que se me va pasando el asma, no hay mal que por bien no venga, pero pienso de nuevo en la cara de Roberto dejando los cinco pesos en la choza vacía, y me da un tal ataque de risa que vuelvo a ahogarme y me maldigo (p. 539).

Inútil quemarse la sangre, no hay elementos para la menor hipótesis, y además es rara esta calma, este bienestar boca arriba como si todo estuviera bien así, como si todo se estuviera cumpliendo (casi pensé «consumando», hubiera sido idiota) de conformidad con los planes (p. 540).

Fue divertido descubrir que los regulares atacaban en cambio una loma bastante más al este, engañados por un error de la aviación, y ahí no más nos largamos cerro arriba por un sendero infernal, hasta llegar en dos horas a una loma casi pelada donde un compañero tuvo el ojo de descubrir una cueva tapada por las hierbas (p. 542).

—Si vos me preguntás eso es porque te estás ofreciendo para ir —le dije. Habíamos acostado a Tinti en una cama de hierbas secas, en la parte más fresca de la cueva, y fumábamos descansando. Los otros dos compañeros montaban guardia fuera.
—¿Te figuras? —dijo el Teniente, mirándome divertido—. A mí estos paseos me encantan, chico.
Así seguimos un rato, cambiando bromas con Tinti que empezaba a delirar (p. 542).

Y en eso estaba cuando entró el Teniente a la carrera y me gritó que Luis vivía, que acababan de cerrar un enlace con el norte, que Luis estaba más vivo que la madre de la gran chingada, que había llegado a lo alto de la Sierra con cincuenta guajiros y todas las armas que les habían sacado a un batallón de regulares copado en la hondonada, y nos abrazamos como idiotas y dijimos esas cosas que después, por largo rato, dan rabia y vergüenza (…) (p. 544).

(…) trepar siempre aunque se me salgan los pulmones por las orejas, y Pablo diciéndome oye, me los hiciste del cuarenta y dos y yo calzo del cuarenta y tres, compadre, y la risa, lo alto de la loma, el ranchito donde un paisano tenía un poco de yuca con mojo y agua muy fresca, y Roberto, tesonero y concienzudo, sacando sus cuatro pesos para pagar el gasto y todo el mundo, empezando por el paisano, riéndose hasta herniarse (pp. 545-546).

(…) después puse en el suelo el botiquín y el Springfield y con todas las manos en los bolsillos me acerqué y me quedé mirándolo, sabiendo lo que iba a decirme, la broma de siempre.
—Mira que usar esos anteojos —dijo Luis.
—Y vos esos espejuelos —le contesté, y nos doblamos de risa, y su quijada contra mi cara me hizo doler el balazo como el demonio, pero era un dolor que yo hubiera querido prolongar más allá de la vida.
—Así que llegaste, che —dijo Luis.
Naturalmente, decía «che» muy mal.
—¿Qué tu crees? —le contesté, igualmente mal. Y volvimos a doblarnos como idiotas, y medio mundo se reía sin saber por qué (p. 546).

Los personajes de Cortázar no parecen humanos porque, por un lado, sus virtudes son abstractas, se explican no se muestran (menos, como hemos visto, su floral y algo majadero sentido del humor) y, por otro, carecen de defectos. Por dar un último ejemplo de la manera en la que los dos autores han abordado la construcción de sus protagonistas, observemos la manera como García Márquez humaniza a un ser que se está volviendo extraordinario a ojos de los habitantes del pueblo, haciéndole parecer un hombre tímido y torpón en medio de una visita social, mostrándole en una circunstancia concreta; y cómo, por el contrario, el narrador de «Reunión» hace una valoración de las virtudes de Luis como líder carismático, misericordioso, comprensivo, sin que veamos de dónde surgen tan beatíficas conclusiones:

Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de la casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe, señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso (pp. 52-53).

Tendríamos que ser como Luis, no ya seguirlo, sino ser como él, dejar atrás inapelablemente el odio y la venganza, mirar al enemigo como lo mira Luis, con una implacable magnanimidad que tantas veces ha suscitado en mi memoria (pero esto, ¿cómo decírselo a nadie?) una imagen de pantocrátor, un juez que empieza por ser el acusado y el testigo y que no juzga, que simplemente separa las tierras de las aguas para que al fin, alguna vez, nazca una patria de hombres en un amanecer tembloroso, a orillas de un tiempo más limpio (p. 541).

Sin embargo, no se trata tan solo de la construcción del personaje, sino también de su credibilidad. Resulta paradójico que el ser mítico de García Márquez acabe pareciendo más real que los personajes históricos que bosqueja Cortázar. Y esto se debe a dos elecciones narrativas: una relacionada con la tensión, que ya he señalado más arriba, pero en la que insisto una vez más aquí, y otra asociada al punto de vista del narrador. En «El ahogado más hermoso del mundo» no solo hay transformación, sino también conflicto. El lector va aceptando lo que el autor del relato le propone porque ve cómo los personajes (acertadamente universalizados: los hombres, las mujeres, los niños) discuten acerca del protagonista. Antes de adoptar a Esteban, las mujeres hablan entre sí para cerciorarse de lo que están viendo; para después esforzarse en convencer a sus hombres para que acepten al desconocido como propio. El lector asiste al debate de los personajes y acaba asumiendo sus tesis[iii]. Por otro lado, García Márquez también acierta con el punto de vista. ¿Qué es más creíble: que alguien diga sobre ti que eres estupendo o que tú te califiques como tal? Cortázar está tan preocupado por que su Che parezca absolutamente fiel a su Fidel, que pone al narrador, un revolucionario, a cantar las virtudes del grupo de revolucionarios. Un narrador homodiegético, en primera persona, solo puede contar desde su propia focalización interna y fija, por eso queda la impresión de que se está autoensalzando. Sin embargo, García Márquez elige un narrador heterodiegético, en tercera, con una focalización variable, por lo que Esteban se va creando gracias a la percepción de los diferentes personajes. El texto remite a una focalización interna desde sus líneas iniciales:

Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varando en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusa y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado (49).

Y a partir de ese primer párrafo la focalización va pasando de un grupo de a otro hasta el final del cuento, con apenas algunas excepciones de focalización cero: como he dicho, los primeros en focalizar son los niños (líneas 1-9), siguen los hombres (12-27), las mujeres tienen sin duda la perspectiva más relevante del texto (38-141), ya en la segunda mitad de la ficción vuelven a focalizar los hombres (142-201), para terminar con la perspectiva colectiva del pueblo con ciertos rasgos de focalización cero del narrador (202-248).
En lo que respecta al tiempo de los dos relatos, ambos cuentos parecen seguir, en principio, un curso cronológico de los acontecimientos: de unas horas en el caso del relato del escritor colombiano y de unos días en el porteño. No obstante, en esta estructura en principio simple, García Márquez logra sugerir un tiempo mítico, gracias a las analepsis que va desperdigando sobre la vida de Esteban. Estos recuerdos no son reales sino se crean en la mente de los habitantes del pueblo. En consecuencia, este pasado imaginario, pero vívido, hace que sea posible creer en el futuro regenerador que se propone al final del texto. Por el contrario, las analepsis de Cortázar pecan del mismo encorsetamiento y didactismo que el resto de elementos del cuento (ya lo vimos con el juicio implacable que se hace del compañero de viajes juveniles, que finalmente no se implicó en ninguna lucha activa y ejerce tranquilamente la medicina en Buenos Aires, pp. 543-544), por lo que se siente que el texto acaba cundo al autor pone el punto y final, por mucho que antes de este se anuncien esplendorosos amaneceres.
Para acabar, vuelvo a la cita de Stendhal: ¿por qué la política en «Reunión» suena como un disparo en medio de un concierto —sin duda una metáfora muy conveniente para el contenido del texto— y en «El ahogado más hermoso del mundo» no? Y, aunque se deban evitar cualquier tipo de manifestaciones subjetivas en este tipo de artículos, acudo para responderla a mi experiencia personal como lectora. Debo reconocer que, primero por circunstancias familiares y, más tarde, por pura convicción personal, siento un profundo rechazo hacia los personajes históricos de la revolución cubana. Podría decir mucho más, pero dejémoslo ahí. Por lo tanto, abordé ambos cuentos desde lo que Constantino Bértolo en La cena de los notables llama una lectura sectaria, totalmente condicionada por mis acusados prejuicios ideológicos sobre este asunto. Sin embargo, a la altura de la segunda página del cuento de García Márquez, se me olvidó qué era lo que me quería «vender» el autor y estaba completamente dentro de la narración; con Cortázar no ocurrió así. No porque el argentino no sepa hacer excelentes cuentos con interpretación política (recuérdese «Casa tomada», superior a cualquier relato corto del colombiano), sino porque Cortázar en este cuento no sabe convertir su idea en literatura; bien porque sentía una necesidad demasiado perentoria para decir lo que dice, o bien porque, al contrario, no estaba realmente convencido de su idea (la fidelidad del Che a Fidel). En el lado opuesto, García Márquez se olvida de respetar los hilos de la realidad y convierte al Che en un mito, un ser de fábula, una metáfora, que trasciende el personaje, los acontecimientos y la primera capa de lectura del texto. «El ahogado más hermoso del mundo» funciona sin el Che Guevara, sin la revolución cubana, sin las utopías del siglo XX, pues habla de los deseos del cualquier ser humano de vivir mejor y de ser mejores. Eso es universal y, por lo tanto, es literatura. Lo demás, son las noticias.


[i] Cesare Pavese. El oficio de escribir. Barcelona: Seix Barral, 2002, pp. 36-39. Aunque Pavese en el fragmento de su diario que aborda este tema habla de poesía: qué unidad debe existir entre un grupo de poemas, la misma idea sirve para hablar de una novela y, por supuesto, de un libro de relatos.
[ii] Lilian Elphick. «Apuntes sobre “Reunión”, de Julio Cortázar», en Ojo travieso, 2007, en http://lilielphick.blogspot.com/ (Consultado el 10 de junio de 2019).
[iii] Aronne-Amestoy, quien hace un estudio acertado y profundo sobre “El ahogado más hermoso del mundo”, reconoce que la historia se desarrolla en dos ramas: la de una posibilidad de adopción del ahogado, que ponen en marcha las mujeres, y la de una no adopción del ahogado, identificación y reintegración a su lugar de origen, que ponen en práctica los hombres, lo que aporta a la acción la tensión y el conflicto necesario (Lida Aronne-Amestoy. Utopía, paraíso e historia: inscripciones del mito en García Márquez, Rulfo y Cortázar. Amsterdam: J. Benjamins, 1986, p. 56).


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