Un dique contra el Pacífico / El amante - Álvaro Jarillo (Turno de tarde)
Un dique contra el
Pacífico (Tusquets, 2008) / El amante (Tusquets, 2018)
Marguerite Duras
Álvaro Jarillo - Turno de tarde
Un dique contra el pacífico y
El amante: la aceptación en Marguerite
Duras.
Estas dos novelas de Marguerite Duras están muy relacionadas con
la propia biografía de la autora y narran conflictos que se desarrollan en la Indochina
francesa marcada por el colonialismo. Nuestro trabajo compara ambas obras y
toma como elemento común la "aceptación"
que manifiestan algunos personajes con respecto al desarrollo de la acción.
Este concepto de aceptación no debe entenderse de forma
peyorativa o despectiva, ya que, como se muestra en las novelas, los personajes
experimentan procesos de lucha y de cambio respecto de las circunstancias a las
que se enfrentan (la pérdida de las cosechas inundadas por el océano, la
relación con el amante o la propia situación de pobreza en ambas obras). No
obstante, sí se manifiesta una cierta resignación en la forma en la que se afrontan
algunos conflictos. Según la RAE, uno de los significados del verbo aceptar es "asumir resignadamente
un sacrificio, molestia o privación", lo cual es muy adecuado para nuestra
propuesta de análisis.
Como apunte biográfico para ambas obras, es importante recordar que Marguerite Donnadieu Legrand nació al norte de Saigón
(lo que hoy sería Ho Chi Minh en Vietnam) en una familia francesa cuyos padres
eran profesores. Tras la muerte de su padre y un breve retorno a Francia, la
madre (responsable durante mucho tiempo de la formación de Marguerite), decidió
en 1926 comprar la concesión de unos terrenos para cultivarlos. Esos terrenos
estaban la mayor parte del tiempo inundados y la estafa llevó a la familia a
una situación de pobreza y desasosiego que está presente en ambas obras como un
elemento determinante.
La estructura lineal de Un
dique contra el Pacífico y el límite del océano
Un dique contra el
pacífico muestra una estructura lineal en tercera
persona en la que los personajes se enfrentan a la fatalidad de las
inundaciones y narra los conflictos que se derivan de la falta de futuro. La
estructura es mucho más convencional y previsible que la de El Amante y escoge un narrador
omnisciente que, en ocasiones, toma partido para criticar las actividades
coloniales ("Desesperadamente ignorante del inmenso vampirismo colonial
que la había rodeado en todo momento", Un
dique… p.22) y las prácticas corruptas de los funcionarios ("La mitad
del dinero iba a parar clandestinamente a los funcionarios del catastro", Un dique… p.22).
Los diques y su derrumbe por el océano personifican la frustración
y la desesperanza de la madre que se muestra fuera de control con solo oír
hablar de ellos ("Desde que se habían derrumbado los diques era incapaz de
ponerse a chillar, acerca de lo que fuera", Dique… p.20). A medida que avanza la novela, aparecen nuevos
símbolos como el coche y el cine que surgen como la posibilidad de salir de la
desesperanza: "En suma, todo aquello capaz de transportar, ya fuese el
alma o el cuerpo, ya fuese por las carreteras o en los sueños de la pantalla,
más auténticos que la vida, todo cuanto podía infundir alegría de vivir
velozmente a la lenta revolución de la adolescencia, era la felicidad" (Un dique… p.95).
La aceptación se observa en la manera en la que los personajes afrontan
la relación con el dinero y con la sortija como una opción (recurrente en el
contexto colonial de la época) para salir de la situación de desesperanza. Todos
asumen y se da por hecho que el dinero es una salida a ese entorno de
corrupción y desgracias. Así ocurre cuando Suzanne mira a Jo desnudo: "Lo
miraba sin verlo, como si fuera transparente y necesitase traspasar ese rostro
para entrever las vertiginosas promesas del dinero." (Un dique… p.80)
El punto de vista del narrador omnisciente lleva a la autora a
servirse de los diálogos para mostrar opiniones de los personajes sin necesidad
de entrar en sus pensamientos. Así, en el ámbito de la relación con el dinero,
Suzanne se refiere a la sortija como "el primer triunfo" (Un dique… p.108) y, respecto de la
necesidad de aceptarla, afirma en un diálogo: "—Una sortija no es nada.
Rechazarla en mi caso sería un crimen" (Un dique… p.108).
A través de este tratamiento pragmático del conflicto, Duras logra
un resultado que huye de lo moralizante y que, sin juzgar lo obvio ni explicar
más de lo debido, deja que sea el lector quien participe del contexto de la
novela y de las decisiones de los personajes. De esta forma, el conflicto
universal de lo que somos capaces de hacer para mejorar nuestra situación vital
se ofrece con gran verosimilitud y libre de prejuicios.
A medida que la historia avanza, Suzanne y sus hermanos van
resolviendo sus conflictos y la trama se desarrolla rodeada de los símbolos del
coche y el cine junto a otros como el fonógrafo ("El fonógrafo sí que era
perfectamente sano y hermoso", Un
dique… p.61) o la sortija. La aceptación se muestra en ese dilema entre el
deseo de Suzanne de conseguir la sortija para salir de allí, en las reacciones
de otros personajes como Jo que también asumen su realidad ("Cuando la
haya sacado e aquí, me abandonará, estoy seguro", Un dique… p.85) y en la figura de la madre que, de nuevo mediante
el uso de diálogos, afirma: "No me quejo, pero no me quedan fuerzas para
empezar una vez más" (Un dique… p.184).
La aceptación hace que sean previsibles las desgracias que tendrán
los personajes si continúan en su precaria situación y que sus deseos de tener
un nuevo futuro (algún futuro) también se muestren como elementos indisociables
del contexto colonial de marcadas diferencias sociales. En ese escenario de
pobreza, la figura de la madre y de los diques, o más bien la fuerza del océano
que derrumbará todo, siguen presentes como la barrera que siempre existirá o
como la frontera sobre la que todos los conflictos se agolpan ("Estoy
segura de que todas las noches empieza a darles vueltas a sus diques contra el
pacífico. La única diferencia es que ahora miden o cien o doscientos metros de
alto, según ella se encuentre bien o no" Un dique… p.212).
La estructura fragmentada de El
amante y la ductilidad del río
En el caso de El amante,
el conflicto más cercano al protagonista narrador es el encuentro con el hombre
chino millonario que actúa como factor externo y, por otro lado, las relaciones
de la niña con su madre y con sus hermanos (ámbito interno de la familia). Para
ello, si bien la novela comienza con un narrador en primera persona muy
intimista, luego gira en ocasiones hacia un narrador en tercera persona que
trastoca la estructura más convencional de narrador lineal seguida en Un dique contra el Pacífico. El pudor y
la complacencia mostrados en aquella novela experimentan un cambio notable en El Amante, donde la protagonista se
enfrenta a todos los estigmas de la época por ser mujer, joven y pobre. A pesar
de ser de origen francés, la obra plantea el choque se produce con el hombre
chino y mayor, cuya riqueza se impone sobre la propia procedencia europea de la
niña.
En el transcurso de la historia, aparecen de nuevo símbolos como
el coche (en este caso la limusina negra) y el sombrero de ella, que se repiten
y a acompañan la evolución del personaje a medida que va tomando consciencia de
su verdadero yo en los encuentros con el hombre rico del coche. Desde el primer
encuentro en el puerto, la novela ofrece de forma fragmentada las distintas
escenas y reflexiones que permiten al lector tomar conciencia del cambio que se
produce en el personaje protagonista. La autora, de nuevo, huye de enfoques
moralizantes que pudieran censurar la relación del sexo con el dinero. Más bien
al contrario, muestra con naturalidad cómo la niña evoluciona del miedo al
placer y cómo acepta su situación valorando, incluso años después, lo que esos
encuentros suponen para ella.
En El amante se trasluce
de nuevo la propia biografía de la autora por lo vivido (o conocido) en su
infancia cuando narra en primera persona: "Aquí hablo de los períodos
ocultos de esa misma juventud, de ciertos ocultamientos a los que he sometido
ciertos hechos, ciertos sentimientos, ciertos sucesos" (El amante, p.14). No obstante, la voz
narradora también toma distancia cuando afirma: "La historia de mi vida no
existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea" (El amante, p.14). Esta distancia se ve
reforzada cuando se separa de la primera persona y adopta la tercera con
personajes como Maria Cluade Carpenter ("En su ausencia, nadie hablaba de
ella. Por otra parte, creo que nadie hubiera sido capaz de hacerlo porque nadie
la conocía". El amante, p.75).
También se utiliza la tercera persona para referirse a la propia
protagonista, como hace cuando narra el tránsito del miedo al deseo que
experimenta por estar a solas con el hombre: "Se encuentra sin
sentimientos definidos, sin odio, también sin repugnancia, sin duda se trata ya
del deseo". En ese encuentro, la protagonista también manifiesta
claramente la aceptación de lo que va a acontecer: "Aceptó venir en cuanto
él se lo pidió la tarde anterior. Está donde es preciso que esté,
desterrada" (El amante, p.44). De
esta forma, la autora combina el uso de ambas personas para referirse a sus
encuentros íntimos (donde casi siempre es la tercera), a sus experiencias
dentro de la familia (en muchos casos la primera) y al contexto social de otras
figuras (de nuevo la tercera persona).
La aceptación de la vida y de las circunstancias de la
protagonista también se manifiesta en escenas en las que llega a tratarla de
puta ("Me trata de puta, de cochina, me dice que soy su único amor, y eso
es lo que debe decir", El amante, p.51) o en las que se
posiciona con naturalidad asumiendo la falta de futuro en común con el amante
("Desde los primeros días, sabemos que un futuro en común no es
proyectable, de modo que nunca hablaremos del futuro". El amante, p.58). Finalmente, esa
tolerancia se transforma en rabia cuando, al final de la novela, es consciente
de que no podrá cambiar las cosas ni mejorar la situación de su madre: "Piensa
en su madre y de repente grita y llora de rabia ante la idea de no poder
cambiar las cosas, hacer feliz a su madre antes de que muera, matar a quienes
han provocado ese daño." (El amante,
p.112).
A diferencia de la imagen rígida que mostraban los diques y el
poder del océano en Un dique… , en El amante la voz narradora muestra una visión de las
experiencias con el amante y de la relación con la madre mucho más maleable o con
una aceptación de la realidad que se presenta más dúctil, con más posibilidad
de llegar al mar y de viajar en barco lejos de allí. El río Mekong termina en
el mar y el viaje y el futuro se presentan al final de la obra como un esa
salida a un devenir incierto donde se acepta e, incluso, se añora lo aprendido
en esa infancia: "Ella también, cuando el barco lanzó su primer adiós,
cuando levantó la pasarela y los remolcadores empezaron a arrastrarlo, a
alejarlo de la tierra, también ella lloró [...] El puerto se desdibujó y,
después, la tierra" (El amante,
p.124). Incluso en la separación final de los dos amantes la voz narradora no
se posiciona ni explica las causas, dejando así que sea el lector quien
interprete los motivos y las consecuencias de la separación.
En conclusión, en ambas novelas, la autora elije con maestría los
narradores y los diálogos para acercarse a la intimidad de los personajes y
deja el suficiente margen de interpretación para que el lector tome partido en
la lectura. Asimismo, Duras demuestra su gran talento narrativo en el uso de
diferentes estructuras que van desde lo más lineal a lo fragmentario según
exija el tipo de sensaciones o emociones que quiere presentar al lector. Adopta
un tono descargado de tentaciones moralizantes y asume un enfoque aséptico de
sentimientos pudorosos que aleja a las obras de lo que sería el género
romántico. Todo ello permite comprender mejor la realidad desgarrada del
contexto colonial y las grietas que se producen en el desarrollo de la
personalidad de muchos personajes.
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