La puerta: la adiestradora de perros - Aitor Diaz
1. Resumen
La
novela La Puerta (1987) de Magda Szabó (1917-2007) narra la relación de amistad
de una escritora con su señora de la limpieza. Es una relación de amor, de
confidencialidad, y, por encima de todo una relación de lealtad. La novela de
Szabó carga de simbología sus líneas desde el mismo título: “La puerta”. La puerta
a los secretos de Emerenc, la puerta que todos construimos para proteger
nuestra intimidad, y que, en el caso de la novela, se vuelve un objeto físico y
tangible. Pero más allá de ese poderoso símbolo hay otras correspondencias y
vinculaciones de significado a lo largo de la trama, como, por ejemplo, Viola;
el perro de la narradora. Sobre este perro gira la trama de la novela en
múltiples pasajes y la propia Szabó lo utiliza para establecer comparaciones
emocionales entres los personajes de su novela. A lo largo del presente
articulo se analizará como esta relación de adiestrador y perro, reciproca y
mutable, adhiere una capa adicional de complejidad al personaje de la portera.
Palabras clave: Szabó, puerta, Emerenc, Viola.
2. Introducción
Según el diccionario de símbolos de Juan
Eduardo Cirlot:
El
perro es el emblema de la fidelidad, cuyo simbolo aparece muy frecuentemente
bajo los pies de las figuras de damas esculpidas en los sepulcros medievales.
También tiene, en
el simbolismo cristiano, otra atribución y es el guardián y guía del rebaño.
Esta definición se ajusta perfectamente a una de las múltiples facetas que Emerenc muestra a lo largo de la novela La puerta (Magda Szabó, 1987). Es fiel hasta el limite,
aunque lo demuestra a su manera, y cuando le place. Y también protege y cuida a
los suyos como si le fuera la vida en ello. Pero, por otra parte, Emerenc
también alecciona. Durante toda la novela no hace más que adoctrinar a su
empleadora sobre lo fundamental y lo básico de la vida, intentando que se aparte
de todo aquello superfluo y carente de importancia. Durante los veinte años de
relación con la escritora no hace otra cosa que castigarla de una forma u otra
para que esta aprenda. Además de madre y amiga, Emerenc ejerce como adiestradora de la escritora, aunque también actúa, en ocasiones, como su animal de compañía. Y esta dicotomía es uno de los pilares que sustentan su compleja personalidad, tal y cómo veremos a continuación.
3. Las
lecciones de Emerenc
Desde el comienzo de la novela, y al igual
que haría un adiestrador, Emerenc establece las reglas que su empleadora ha de seguir
para contratarla. Esta será una de las primeras contradicciones que la autora
utiliza para construir el complejo perfil psicológico de la señora de la
limpieza, y que, en este caso, se asemeja al modo en que un domador actuaría con
el nuevo perro de su manada. Emerenc establece normas claras y básicas para con
la escritora, reglas que, bajo ningún concepto, pueden ser transgredidas.
“Mi
amiga hablaba de Emerenc con gran respecto y aprecio. Me contó también que era
portera, o sea, una especie de autoridad, y que esperaba que a ella le gustara
nuestro modo de vida, porque, si no, no habría forma ni dinero suficiente para
convencerla de que trabajara para nosotros” (La puerta,
Página 11, DeBolsillo)
“Respecto
a qué hora entraría a trabajar y cuantas horas se quedaría, no habíamos
acordado nada. Podía pasar que, tras ausentarse el día entero, apareciera de
forma inesperada a las once de la noche; a esa hora y sin ni siquiera entrar a
saludarnos, se ponía directamente a limpiar la cocina o la despensa, y así
hasta la madrugada (…) Aunque mantenía unos horarios totalmente sometidos a su
capricho, cuando estaba era increíblemente eficiente.” (La
puerta, Página 15, DeBolsillo)
La relación de la escritora con Emerenc
progresa. Ambas mujeres se convierten en amigas; el amor y la confianza las
une, pero, aún así, la escritora sufre graves confrontaciones con la señora de
la limpieza. Aparece, además, la figura de Viola. El perro unirá a las mujeres
tanto física como simbólicamente, y el lector adhiere una capa de significado
adicional a la relación entre ambas. Viola es el perro de la escritora; ella es
su dueña, pero no ejerce como ama. El perro obedece a Emerenc porque es un
perro inteligente. Asume premios y palizas con la entereza de un mastín y es
que sabe que, en el fondo, Emerenc lo hace solo por su propio bienestar. Y de
la misma forma actúa la portera con la escritora. Empieza marcando las
fronteras de su relación a base de desplantes y lecciones de humildad, y más
tarde, cuando el amor ha florecido entre ellas, se mantiene firme en sus
convicciones.
“Emerenc
era una persona capaz de inspirarme los sentimientos más nobles, pero también
despertar en mi un odio irracional (…) Tal y como había llegado de misa, salí
disparada hacia casa de Emerenc. En cierta ocasión, debido a una asamblea
general de la Federación de Autores, llegamos a una cena oficial ofrecida por
un embajador occidental con un retraso de casi una hora: no nos invitaron nunca
más y cuando a veces coincidíamos en festividades nacionales, hacían como si no
nos hubieran visto. La gélida despedida de la esposa del embajador al término
de aquella cena vergonzosa fue un abrazo afable y cariñoso en comparación con
el recibimiento arrogante que me dio Emerenc al verme llegar sin avisar.”
(La puerta, Página 170, DeBolsillo)
Incluso en la muerte, Emerenc continua
aleccionando a su empleadora. Solo el marido de esta, el amo, es capaz de ver la lógica de sus acciones. La señora de la
limpieza se mantiene firme en sus valores como un buen domador, rígido hasta su
ultimo aliento, y no es hasta el final, desposeída ya de toda intimidad, que
decide levantar la mano a su mascota por ultima vez.
“Aunque
Emerenc estaba recostada sobre las almohadas de espaldas a la puerta, por el
rostro expectante de los demás debió de percatarse de la llegada de una nueva e
interesante visita (...) Se volvió con la cara todavía risueña, pensando a buen
seguro que el que entraba era el médico. Apenas me reconoció, una ola de rubor
inundó su rostro y borró todo vestigio de afabilidad en su expresión: acto
seguido, sin mostrar la torpeza del otro día, se llevó ambas manos a la cara
(…) La violencia manifiesta de su gesto, que en su grosería equivalía casi a
una agresión física, impactó tanto a sus visitantes que prácticamente
enmudecieron.” (La puerta, Página 262, DeBolsillo)
4. El
perro que lame la mano
Del mismo modo que Emerenc adiestra a su empleadora, también
desarrolla hacia ella un profundo sentimiento de lealtad. Sus palabras son
rígidas, sus actos incorrectos, pero detrás de todas sus acciones no se
desprende más que amor. Un amor incondicional por la escritora, e incluso su
marido (aunque expresado, eso sí, de un modo más distante). Un amor llano y
tosco por la vecindad, por sus amigas, por el teniente coronel, por el hijo de
su sobrino. Emerenc no hace otra cosa que amar. Ama como solo un perro podría
hacerlo.
“Al
despedirse le dijo a mi marido: «Buenas noches, amo». Este, consternado, se
quedó mirándola: a pocas personas del planeta se podía atribuir esa soberbia
palabra, y menos a él. Emerenc, pese a todo y durante el resto de su vida, lo
llamó así.” (La puerta, Página 15, DeBolsillo)
Pero Emerenc es un animal difícil de
entender, y la autora juega con ello para crear una personalidad tan sutil como
compleja. Szabó dota a Emerenc de una generosidad casi infinita. Como buen
animal de compañía, siempre fiel a sus amos, ha cobijado y protegido a soldados
en tiempos de guerra, se ha jugado el pellejo por las familias que la han
empleado, e incluso ha amamantado a una de sus crías, su falsa hija Eva. La
autora va dosificando el pasado de Emerenc poco a poco, en pequeñas capsulas, y
conforme este es desvelado se refuerza la relación entre Emerenc y su
empleadora. Pero Szabó, además, introduce a Viola, el perro oficial de la obra.
Mientras el vinculo de las mujeres se afianza, el lector es testigo de las
dinámicas de comunicación y cariño establecidas entre Emerenc, la escritora y
Viola, de modo que, por extrapolación, los vínculos de significado permean de
unos personajes a otros. Las mujeres apuntalan una relación maternal, de eso no
cabe duda, pero hay algo más. Una es ama de la otra. Casi siempre es la sirvienta
la que adiestra, aunque hay un punto culminante de la novela, cuando Emerenc
está hospitalizada y enferma que se produce un breve instante de translación
conceptual.
“Entonces
sobrevino el momento más desgarrador de mi vida: ella abrió la boca y tomo mis
dedos entre sus encías desdentadas. Si alguien nos hubiera visto en ese
instante, habría pensado que éramos dos mujeres locas o perversas. Pero yo
sabia lo que su gesto significaba, había visto algo parecido en Viola. Cuando
el perro ya no tenía otros medios para expresar un estado de felicidad casi
eufórica, comenzaba a mordisquear tiernamente mis dedos en señal de
agradecimiento como Emerenc hacia ahora.” (La
puerta, Página 273, DeBolsillo)
Emerenc revela su faceta más dócil y fiel.
Al fin y al cabo es un animal de compañía, y lo único que desea es lo mejor
para su ama.
5. Conclusión
A partir del Viola y su comportamiento para
con sus amas, Szabó crea un juego comparativo
de significados y significantes que añade una capa de complejidad adicional a
la relación de Emerenc con su empleadora. Más allá del simbolismo de la propia
puerta que da titulo a la novela (tanto intangible como físico), y de la
relación maternal establecida entre las protagonistas de la novela, subyace la
idea de quien adiestra y quien es adiestrado. Al convivir con Emerenc, el lector —y la escritora—
se encuentran con comportamientos contradictorios y acciones carentes de lógica,
y es que la portera es un personaje tan bello gracias a su complejidad. Szabó
añade capas y capas sobre la portera. Es madre, es amiga, vecina, es sirvienta,
y, además, como ha quedado expuesto, es ama y es perro. Emerenc es, en
conclusión, el alma de la casa.
6. Bibliografía
· Szabó, Magda
(1987): La puerta
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