Cosmos: Transformación por exceso de realidad - Aitor Díaz


Resumen
El objeto del presente articulo es analizar si la acumulación de significados y acontecimientos que generan un “exceso de realidad” en la novela Cosmos (Witold Gombrowizc, 1967) producen, a su vez, una transformación del narrador. De igual modo, se analizará la naturaleza de esta transformación y se extenderá su significado a los efectos que el exceso de realidad podría ocasionar en el individuo contemporáneo.  

Palabras clave: transformación de personaje, novela policiaca, Witold Gombrowizc, exceso de realidad.  
1.     Cosmos
Según propias palabras de su autor, Cosmos (1967) podría definirse como una novela de investigación en torno a la formación de la realidad. Witold Gombrowizc (1904-1969) deja patente en esta novela su obsesión por lo imperfecto, por el inabarcable poder de lo aleatorio, y por la idea de que la existencia, o realidad, se constituye de ecos de atención o acumulación de acontecimientos arbitrarios. La trama de Cosmos plantea un juego, y es un juego que al lector le resulta familiar: la trama detectivesca. Desde el principio de la novela, Gombrowizc desparrama una serie de pistas o huellas que el narrador detective —o mejor dicho, compañero detective— se empeñará en seguir para resolver el misterio que le rodea. Sin embargo, y a diferencia de las tramas canónicas de las novelas policiacas, el enigma, en realidad, no tiene porqué existir. Es el narrador, Witold, es el que se encarga de iluminar obsesivamente los elementos que conforman su realidad, que no tiene porqué ser la realidad absoluta propia de este tipo de novelas.
En una trama policiaca las huellas del criminal conducen al detective a la resolución del enigma, a la verdad, pero en la novela Cosmos (1967) todo depende de la percepción del protagonista, y de la importancia que este quiera darle a los acontecimientos. Cualquier indicio es imposible de olvidar si obsesiona al narrador, cualquier nimiedad puede cobrar una importancia desmesurada, y de esta forma, en base a una acumulación abrumadora de conceptos y cadenas de acontecimientos, el narrador sufre, de algún modo, ataques de realidad. La trama detectivesca pasa a un segundo plano, y es esta formación de realidad, esta consecución del exceso, lo que realmente cobra importancia a lo largo de la trama. No hay verdad absoluta. Hay infinitas verdades absolutas, y, a su vez, ninguna de ellas existe realmente, de forma que se crea un caldo de cultivo perfecto para generar un exceso de realidad.


2.     La generación del exceso de realidad
Durante el tercer colgamiento de la novela Cosmos (1967), asistimos a través de los ojos del narrador a un exceso de realidad. Este exceso se debe a una acumulación de acontecimientos arbitrarios, o más bien, a ecos de acontecimientos a los que Witold da una importancia obsesiva y desmesurada. Estos hechos son puramente aleatorios, pero todos juntos acaban por colmatar su realidad.
Para entender como se llega a esta colmatación, hay que recordar los antecedentes a este tercer colgamiento. Cuando Witold y Fuks llegan a la casa de huéspedes, se encuentran con Katasia, la sobrina de la dueña. Desde el primer instante, Witold se obsesiona con la boca Katasia, ya que presenta una deformación labial debida a un accidente. Poco después, Witold conoce a Lena, hija de la propietaria, establece una conexión erótica con ella (siempre interior), y durante la primera cena en el alojamiento, a través de algo tan nimio como un cenicero, establece una relación entre la boca de Katasia y la boca de Lena. Esta es el primer enigma que Witold establece en su mente, el misterio de las bocas. El primer misterio de su nueva realidad.
Por otra parte, poco antes de llegar a la casa, Witold y Fuks han encontrado un gorrión colgado de un abeto, el cual constituye el primer colgamiento. Tras la cena y la constitución del enigma de las bocas, Fuks insiste en que hay otro misterio formándose a su alrededor: hay una flecha pintada en el techo del comedor, y otra flecha en el techo del cuarto que ambos comparten. Witold no cree que sea un misterio, pero, a su vez, no puede soportar la acumulación de significados, de acontecimientos arbitrarios que apuntan hacia una misma dirección, y de modo inconsciente libera el deseo de convertirse en detective, de resolver la arbitrariedad. La realidad formada a su alrededor converge para dirigir sus actos, y él se deja llevar por ella.
Witold y Fuks encuentran más pistas, entendiendo pistas como elementos que obsesionan a Witold de forma enfermiza, y siguiéndolas establecen un segundo colgamiento, el de un palito en un hilo. De este modo, Witold se sumerge en la trama, y se obsesiona con su resolución. Surgen más pistas, como la vara y los triángulos que, a modo de flechas, apuntan a la habitación de Katasia. Y es entonces cuando Witold y Fulk deciden acometer la resolución del enigma a través de su primer sospechoso, la propia Katasia. Asaltan su cuarto de noche, aprovechando su ausencia, y de algún modo comienzan a cruzar el umbral del misterio, ya que, si este no existe, son ellos los que están creándolo.
Las acciones arbitrarias están creando una realidad arbitraria, una de las infinitas existentes, y esto comienza producir una colmatación en la mente de Witold.
En el cuarto de Katasia, Witold y su compañero encuentran objetos clavados, y luego, tras abandonar la habitación, Witold descubre a la dueña de la casa, Bolita, clavando algo en un árbol. Justo después, un ruido proveniente del cuarto de Lena rompe la noche. Witold corre hacia el cuarto, llama a la puerta pero nadie responde, y, sin embargo, se desprende luz de su ventana. Incapaz de soportar tal incongruencia, sube a un árbol para espiar por dicha ventana y entonces descubre a Lena y su marido, Ludwik, en una escena íntima.
En ese momento se están solapando todas las tramas establecidas: el misterio de los colgamientos que Witold trataba de resolver allanando el cuarto de Katasia, los objetos clavados, y la boca de Lena que, a su vez, enlaza de nuevo con la boca deformada de Katasia. Además, Witold pasa a formar parte del misterio, a generar enigma, ya que al tocar la puerta de Lena genera unos golpes que podrían resultar inexplicables dadas las circunstancias, y esa multiplicación conceptual y sensorial se traduce en un exceso de realidad producido, en ultima instancia, por otro objeto insustancial: una tetera.

“Una tetera. Estaba preparado para todo (…) menos para ver una tetera. Hay una gota que hace derramar el vaso, algo que resulta ya “demasiado”. Existe algo así como un exceso de realidad, una abundancia que ya no se puede soportar. Después de tantos objetos que no soy capaz de enumerar (...) y ahora esta tetera, sin venir a cuenta, sin que tuviera nada que hacer, como algo extra, gratuito, como un lujo del desorden, como un donativo, un presente del caos. Basta. Se me cerró la garganta. No podría tragar eso. No podía. Basta ya. Volver. A la casa.” (Página 66, edición digital)

Ludwik sostiene una tetera, y eso es más de lo que Witold puede tolerar. Witold se ha asomado a la ventana esperando un hecho determinante que resuelva la trama, definitivo, y, sin embargo, se encuentra con una tetera, con un objeto nimio y arbitrario, un objeto paralizante, ya que no queda espacio dentro del narrador para tragar eso, lo cual produce en él un extraño anonadamiento. Y este colapso es el que, finalmente, amenaza el status quo del personaje, como veremos en el siguiente punto.  


3.     La transformación: el deseo del otro lado
La tetera resulta un elemento excesivo. La tetera no resuelve el enigma, no da orden a ninguna de las concatenaciones arbitrarias surgidas hasta el momento, por lo que la única forma que tiene Witold de soportar la improbabilidad que domina su entorno es convertirse en parte del caos de forma inconsciente, como muestra el siguiente fragmento:

“Y para colmo de males estaba la tetera… ¿Qué objeto tenía esa relación de bocas, de la boca de Lena y la boca de Katasia? No volvería a inmiscuirme en esa relación. Abandonaría todo. Me hallaba cerca del poche. En la balaustrada estaba echado Dawidek, el gato de Lena. Al verme se levantó y arqueó el lomo para que yo lo acariciará. Lo agarré por el cuello y empecé a ahorcarlo con todas las fuerzas de que era capaz; como un relámpago me pasó por la mente el sentido de lo que hacía, pero ya era demasiado tarde, ya no había remedio. Apreté las manos con todas mis fuerzas. Lo ahorqué, quedo muerto.
¿Pero qué hacer, qué otra cosa podía hacer?” (Página 68, edición digital)

Por tanto, el exceso de realidad produce un cambio el narrador. Dado que no puede resolver el misterio, Witold siente la necesidad de formar parte de él, de ser el misterio, ya que es la única forma darle continuidad. Así, al toparse con el gato de Lena no puede evitar estrangularlo, y, por supuesto, colgarlo.

“Recordé que en el muro había un gancho (…) quizá para colgar ropa; llevé el gato a ese sitio (…) lo colgué del gancho. Estaba colgado como el gorrión, como el palito. Formaba con ellos un trio. ¿Qué más?” (Página 68, edición digital)

De esta forma Witold pasa al otro lado, se convierte en criminal, pero al mismo tiempo conserva su rol de detective.

“Lena preguntó: (a Witold)
—¿No sabe usted nada? (…)
No, no había visto nada, el día anterior había paseado hasta muy tarde (…) a medida que decía estas mentiras me sentía satisfecho de estar mintiendo, de no estar con ellos sino en su contra, del otro lado. Como si el gato me hubiera llevado al anverso de la medalla, hacía el círculo donde se producían los misterios, hacía el mundo de los jeroglíficos. No, ya no estaba con ellos.” (Página 72, edición digital)

El tercer colgamiento transforma a Witold de forma profunda e inconsciente. Es una transferencia del ahogo interior, un traspaso de la frustración que siente al enfrentarse a hechos improbables, y la única forma que tiene Witold de resolver el misterio.
Colgando al gato de Lena, Witold pasa a forma parte del enigma que en esos precisos instantes articula su vida, y así puede dar algo de sentido a un caos irresoluble. Ahorcar al gato es un acto irracional, un acto que atenta directamente contra el hermetismo de la tetera. La realidad se ha convertido en excesiva, de forma que Witold cuelga al gato como única salida para participar en aquello que le excede. Es decir, que se ve obligado a transformarse para liberar el vacío acumulado en su interior, y, de este modo, continuar con su existencia.

4.     El exceso de realidad contemporáneo
En base a lo expuesto anteriormente, cabe preguntarnos si el lector, o el individuo de hoy en día, puede llegar a sufrir un exceso de realidad tan radical como el padecido por Witold, así como los efectos que este exceso podría producir en él. Si bien entraríamos en un terreno puramente especulativo, vivimos en una sociedad doblegada a los estímulos externos, donde las realidad se conforma, más que nunca, por ecos de si misma. Las redes sociales, por ejemplo, vibran alrededor de cada uno de los individuos que las articulan, y, a su vez, conforman una realidad alternativa y de infinitas posibilidades creadas por esos mismos individuos.
El ser humano contemporáneo puede crear realidades falsas a través de videos y fotografías que son percibidas por otros, sus congéneres, como verdaderas, y estas nuevas realidades inventadas pueden generar el colapso existencial y transformación de otros individuos ajenos, hasta el momento, a dichas redes sociales.
Para visualizar esto ultimo, imaginemos el caso de un usuario de Instagram.
Es un usuario ocasional, que solo cuelga fotografías de vez en cuando, en momentos muy señalados, pero de repente su entorno se vuelve mucho más activo en la aplicación. Súbitamente, su familia y amigos invaden su teléfono móvil, su ordenador, su mundo... Narran pictóricamente las hazañas de sus vidas, y aunque el usuario ocasional sabe que esas fotografías no corresponden a la realidad absoluta, las dota de valor por acumulación de conceptos. Todos cuelgan fotos. Todos se divierten. Todos van a la playa en verano, todos enseñan sus pies sobre la arena, todos tienen vidas mejores,  por lo que no es difícil entender que el individuo pueda llegar a experimentar un exceso de realidad, en este caso un exceso de realidades ficticias, aunque verdaderas para su entorno.
¿Y qué efecto producirá este exceso en él?
Pues, al igual que ocurre con Witold, el usuario ocasional se vera abocado, voluntaria o involuntariamente, a participar en el crimen, es decir, a participar en las redes sociales. Querrá poner orden al caos, y para ello pasará a ser un generador de caos, en este caso a través de fotografías de atardeceres y pies descalzos sobre arena blanca.
La semejanza llevada a cabo en este apartado del articulo no es más que una teoría, por supuesto, pero queda patente que el cambio del individuo contemporáneo debido al exceso de realidad resulta, cuanto menos, plausible.

5.     Conclusión
Durante la trama de la novela Cosmos (1967), Witold Gombrowizc (1904-1969) utiliza la estructura convencional de la novela policía estableciendo una serie de pistas o pruebas que, a priori, deberían llevar al narrador (protagonista) a resolver el misterio establecido. Sin embargo, en lugar de centrarse en resolver el enigma para poner orden al caos, Gombrowizc establece un cumulo de acontecimientos aleatorios orientados a constituir la ilusión de realidad, o más bien ecos de realidad, y su acumulación produce la colmatación del concepto existencialista del narrador.
De este modo, Witold, el personaje, sufre un colapso. Padece un exceso de realidad, y este exceso, tal y como hemos visto en los puntos anteriores, se traduce en una transformación. La única forma que tiene Witold de resolver el misterio es convertirse él mismo en enigma, ya que, de lo contrario, el misterio no podría continuar. Tan solo sería una concatenación de hechos improbables, lo cual desafiaría de manera imposible a la realidad establecida.
Es decir, el exceso de realidad transforma al protagonista de la novela Cosmos (1967), que pasa de detective a criminal. O, lo que es lo mismo, se convierte en un agente del caos cuyo ultimo objetivo es establecer el orden.

Comentarios

Entradas populares