“COSMOS” (Witold Gombrowicz) Y “SIGNOS Y SÍMBOLOS” (Vladimir Nabokov), dos maneras de dar sentido al caos.


Por Sonsoles García-Albertos.

Witold Gombrowicz.

Cosmos

Clásicos Contemporáneos Universales. Editorial Planeta, 1997.

Traducción de Sergio Pitol.

 

Vladimir Nabokov.

Signos y símbolos. Cuentos completos.

De Bolsillo, 2016.

Traducción de María Lozano.


El propósito de este trabajo es analizar los mecanismos literarios por los que se dota de un sentido al caos tanto en la novela Cosmos (Witold Grombowicz, 1965) como en el relato Signos y símbolos (Vladimir Nabokov, edición original 1948). El tema de ambos textos es el mismo, la asignación de un contenido metafórico a fragmentos del mundo físico en el que se desarrolla la trama, y por lo tanto, en estos dos ejemplos, la creación de símbolos es mucho más que una herramienta narrativa útil para densificar el contenido de la historia; es el argumento en sí.

Para ello se resumirán los puntos fundamentales del relato de Nabokov en cuanto al tema de este trabajo se refiere y posteriormente se confrontarán con la novela de Grombowicz, especialmente con la construcción de sentido para la flecha.



Signos y símbolos cuenta la historia de una pareja anciana que va a visitar a su hijo al hospital psiquiátrico el día de su cumpleaños con un regalo consistente en diez jarritas de diez mermeladas. Al llegar les indican que no pueden verlo porque se ha intentado suicidar y ellos se vuelven a casa con el regalo. En la segunda parte, mientras el marido duerme, la mujer ve fotos antiguas. Posteriormente, el marido despierta y toma la decisión de, al día siguiente, llevarse al hijo enfermo a casa. Entonces, llaman dos veces al teléfono, por error. El cuento acaba con una tercera llamada que no se desvela mientras el marido lee las etiquetas de las mermeladas: “Había llegado a la manzana cuando volvió a sonar el teléfono” (Página 713).

En este relato, el tema se enuncia explícitamente dos veces:

En primer lugar, en el título, Signos y símbolos; debe entenderse la palabra signo como indicio o señal de algo, no como un sinónimo de símbolo, ya que esta es su definición en el idioma original del texto, el inglés. Este título tan abstracto y que aparentemente no alude a la trama del relato, provoca que durante su lectura vayamos clasificando las imágenes que se nos presentan en signos y en símbolos. Como ejemplo de signo se puede citar el siguiente: “... al llegar allí se acordó de que en algún momento del día le había dado las llaves a su mujer” (Página 710). Esta frase nos desvela de una manera unívoca que la memoria del marido ya es frágil. Como la mayoría de los textos narrativos de calidad, está repleto de signos.

Este trabajo se va a centrar en los símbolos. Sirve de ejemplo uno de los más transparentes del texto: “Unos metros más lejos, bajo un árbol que goteaba lluvia y se mecía al viento, había un diminuto pájaro medio muerto que se debatía sin plumas e indefenso en un charco tratando de alzar el vuelo” (Página 709). Resulta evidente que el pájaro simboliza la fragilidad del hijo al que acaban de dejar en el hospital psiquiátrico después de un intento de suicidio.

El tema vuelve a hacerse explícito al final de la primera parte, donde se define la enfermedad que padece el hijo: “El sistema de sus delirios había sido objeto de un artículo muy elaborado en una revista científica, pero ya mucho antes, ella y su marido había descifrado por sí mismos el mecanismo de su locura. «Manía referencial», la había llamado Hermán Brink. En aquellos casos tan poco frecuentes, el paciente se imagina que todo lo que ocurre a su alrededor constituye una referencia velada a su personalidad y a su existencia. Excluye de su conspiración a las personas de carne y hueso, porque se considera mucho más inteligente que el resto de los hombres. La naturaleza fenoménica oscurece su paso allá por dondequiera que vaya. Las nubes del cielo que le observan en todo momento transmiten, por medio de una serie de signos lentos, mensajes con información increíblemente detallada concerniente a su persona. Cuando cae la noche, los árboles que gesticulan en la oscuridad discuten sus pensamientos más íntimos, por medio de un lenguaje manual. Las piedras, las manchas y también los rayos de sol forman esquemas y cuadros que representan de un modo obsesionante y espantoso mensajes que él debe interceptar. Todo es una cifra y él constituye el tema de todo. Algunos de los espías son observadores imparciales, como las superficies de cristal y las aguas inmóviles; otros, como los abrigos de los escaparates, son testigos interesados, prestos a lincharle; y hay otros (como el agua corriente, las tormentas) que están histéricos casi hasta la locura y tienen una opinión distorsionada de su persona y malinterpretan sus actos de forma grotesca. No puede bajar la guardia y debe dedicar cada minuto y cada módulo de su vida a descifrar las ondas de las cosas. El propio aire que respira está contabilizado y cifrado. ¡Si el interés que provoca estuviera tan sólo limitado a su entorno inmediato! Pero lamentablemente no es así. Con la distancia, los torrentes del escándalo salvaje aumentan de volumen y volubilidad. Las siluetas de sus corpúsculos sanguíneos, magnificadas miles de veces, vuelan por encima de vastas llanuras; y más lejos todavía, unas montañas inmensas de una solidez y de una altura intolerables contabilizan en términos de granito y de abetos crujientes la verdad última de su ser.” (Páginas 709 y 710)

De esta definición y ejemplificación de la «manía referencial» quiero resaltar los siguientes aspectos de cara a enfrentar esta enfermedad del personaje con el propio relato de Signos y Símbolos y con la novela Cosmos.

·           El paciente excluye de su paranoia a las personas porque se considera de una inteligencia superior.

·           Todos los ejemplos que se citan se ajustan estrictamente a la definición de la enfermedad, ya que responden a fenómenos de la naturaleza sobre los que el hombre no interviene. Las únicas excepciones son los abrigos de los escaparates, colocados ahí por la voluntad de un ser humano y el agua corriente, que también requirió intervención sobre el entorno para transformar el agua de los ríos o los pantanos en agua corriente. Sin embargo, la intervención del hombre está tan alejada en el tiempo respecto del instante de la percepción de estos objetos por parte del hijo que podemos considerar que ya no están vinculados con personas de carne y hueso.



Dentro del relato existen muchos símbolos: unos descifrables por el lector sin dificultad sobre la base de nuestra cultura y de lecturas anteriores (el pájaro medio muerto o el viaje en un metro que se para en la oscuridad del túnel). A otros podrán darle valor metafórico unos lectores y otros no, y además un valor construido más con elementos del lector que del propio texto, como ejemplo, la enumeración de cartas y fotografía que se le caen a la anciana al suelo: “la jota de corazones, el nueve de picas, el as de picas, Elsa y su bestia amada...”: ¿Por qué una carta de corazones? ¿Las picas, que son un arma puntiaguda, aluden a la violencia de un suicidio? ¿Quién es Elsa, quién es la bestia amada y qué significa que esa foto estuviera entre las picas? Si nos fijamos bien en este ejemplo, el hijo podría explicarnos de qué son signo estos elementos.



Y finalmente está el símbolo en el que el lector queda atrapado, el enigma a resolver: las llamadas de teléfono equivocadas al confundir una O mayúscula con un cero y la relación, si es que existe, entre la mermelada de manzana y el contenido de la tercera llamada.

¿Puede la «manía referencial» del hijo hacernos luz sobre quién llama y para decir qué la tercera vez que suena el teléfono? No puede, ya que como se destaco anteriormente, su enfermedad excluye a las personas, y las llamadas las hacen personas. En cierta manera, cuando el lector relee y busca las pistas que Nabokov hubiera dejado para poder construir un sentido a este final, no está siendo víctima de la «manía referencial» como la del hijo sino de un estadio más avanzado de la enfermedad, al no excluir de su afección al ser humano. ¿Es una muestra de la salud mental que el lector no intente cerrar este relato buscando lo que simbolizan la tercera llamada telefónica y la mermelada de manzana?



Cosmos es una novela que, en palabras que su autor anotó en su diario, “[...] me gusta llamar «una novela sobre la formación de la realidad», [...] una especie de novela policial.” (Página 5). De manera muy resumida, podemos decir que el protagonista, Witold, y su amigo Fuks, tratan de resolver quién colgó a un gorrión que encuentran durante un paseo por el campo. Se alojarán en una casa de huéspedes cercana al escenario del crimen, donde coincidirán con los otros personajes de la novela, Katasia, Lena, Bolita, León, y seguirán todas las pistas que encuentren a su paso y se añadirán nuevos sucesos a sumar al enigma, como el palito colgado y el ahorcamiento de Ludwik.

Tanto las pistas como los nuevos crímenes son metáforas. Entre ellas podemos citar la relación entre las bocas de Katasia y Lena, los citados gorrión y palito, la tetera, los objetos puntiagudos en la habitación de Katasia y la flecha. Este último es el que utilizaremos para establecer analogías y diferencias con Signos y símbolos.

En este caso, el narrador en primera persona, construye las metáforas por acumulación obsesiva sobre el significante. De nuevo de los fragmentos de los Diarios de Gombrovich que se recogen en la edición de Cosmos que he utilizado para la redacción de este trabajo: “Pero si, después de haber destacado ese fenómeno sin objeto preciso, vuelve usted a él, ahí está lo grave. ¿Por qué ha vuelto usted, si aquél carece de importancia? ¡Ah, ah!, ¿así que significa algo para usted, ya que vuelve a él? He aquí cómo, por el simple hecho de concentrarse sin razón alguna un segundo de más en ese fenómeno, la cosa, comienza a ser diferente del resto, a cargarse de sentido.... [...] ¿Será que la realidad es, en esencia, obsesiva?” (Página 7).

Esta explicación genérica de Grombrovich la vemos perfectamente en el siguiente fragmento, que es la primera aparición de la flecha:

“Fuks me preguntó:

—¿Qué miras?

No tenía ningún deseo de hablar. Tenía calor. Bebía mi té. Al fin respondí:

—Aquella raya, allá en el rincón, tras esa isla y esa especie de triángulo... Junto al hilillo.

—¿Qué tiene?

—Nada.

—¿Entonces?

—Nada.

Después de un momento le pregunté:

—¿A qué se parecen?

—¿La raya y el hilillo? —dijo animadamente. Pero yo sabía bien la razón de ese entusiasmo, sabía que al responderme se olvidaba de Drozdowski—. ¿Eso? Déjame ver... A un rastrillo.

—Podría ser un rastrillo.

Lena intervino en nuestra conversación, pues jugábamos a las adivinanzas, juego de salón, sencillo; perfectamente adecuado para su timidez.

—¡Qué va a ser un rastrillo! Es una flecha.

Fuks protestó:

—¡Cómo va a ser una flecha!

[...] —¿También a ti te parece una flecha? —preguntó Fuks.

—Podría ser una flecha y podría no serlo —dije, [...]” (Páginas 37 y 38)

La raya y el hilillo se convierten en una flecha por la insistencia de los personajes en darles sentido.

El propio narrador de Cosmos es consciente de su necesidad de darle sentido al caos y de que hacerlo le resulta inevitable: “Pero ahora, a posteriori, sé que la flecha era lo más importante y por eso al narrar esta historia la sitúo en primer plano, extrayendo así la configuración del futuro de entre una informe masa de acontecimientos diversos. [...] ¿Por qué razón si hemos salido del caos no podemos nunca entrar en contacto con él? Apenas fijamos en algo nuestros ojos y ya, bajo nuestra mirada, surge el orden... las formas... No importa. Que sea como quiera.” (Páginas 39 y 40)

Para Witold, narrador de Cosmos, no es posible no construir significados y orden sobre el caos, pero a diferencia de lo que sucede en Signos y símbolos, no lo considera una enfermedad sino algo propio de la naturaleza humana que nos impide volver al caos.

La flecha vuelve a aparecerse a Witold y a Fuks en otro lugar, en este caso en el techo de su habitación. En el siguiente dialogo empieza hablando Witold:

“—¿Qué debo ver?

—Se parece a la flecha que vimos en el comedor, pero esta es mucho más clara.

No le respondí. Pasamos en silencio un minuto o dos, luego él volvió a hablar.

—Y es muy extraño porque ayer no estaba —volvió a hacerse el silencio [...]—. Ayer no estaba esa flecha, ayer estuve observando en ese mismo lugar una araña; si hubiese estado me habría dado cuenta, ayer no estaba. Mira, la línea principal, la que forma el cuerpo de la flecha, eso no estaba; el resto, la punta las rayas de la cola, de acuerdo, son viejas raspaduras, pero el cuerpo, lo que se dice el cuerpo... no estaba... —suspiró [...] —El cuerpo no estaba [...]” (Página 41)

Después de este diálogo, al lector no le queda duda alguna de que el techo no ha cambiado desde el día anterior y es el haber percibido la flecha en el comedor lo que ha dado sentido a las raspaduras. La flecha ya es un significante para Witold y Fuks. Ahora necesitan darle un significado: “La flecha no apuntaba a ningún objeto de nuestro cuarto, esto se advertía de inmediato. Debíamos, pues, prolongarla a través de la pared, comprobar si no señalaba nada del corredor y, después, de la manera más exacta, trasladar esa línea al jardín” (Páginas 43 y 44). Pronto se sienten desbordados por las infinitas posibilidades de significado: “Era una ardua tarea, pues incluso si ahí se ocultaba algo señalado por la flecha del techo de nuestra habitación, sería muy difícil encontrarlo entre toda esa mezcolanza, entre esas hierbas, pequeños detalles, entre basura y cosas que superaban por su cantidad a todo lo que pudiera haber en las paredes o en los techos. ¡Qué abrumadora abundancia de asociaciones, relaciones...!” (Página 47)

Paramos aquí un instante a comparar de nuevo los dos textos objeto de este trabajo. Witold es perfectamente consciente de que la elección de un significado para la flecha depende de él, de que puede significar cualquier cosa. En otras palabras, percibe la arbitrariedad del símbolo. Sin embargo, en el relato de Nabokov, en los símbolos que suponemos que asfixian al hijo, no se insinúa siquiera esta intervención humana y casi voluntaria en la elección de significado. Podríamos decir que justo no apreciar al hombre que hay detrás de cada símbolo, individual o universal, es lo que da carácter patológico a la «manía referencial». De hecho, en Cosmos, en ningún momento se perciben dudas sobre la cordura de Witold y Fuks. Sí sobre su manera de actuar y sus opiniones, pero no sobre el funcionamiento de su psique.

Ahondando en esto, hay que señalar que Witold es consciente de la arbitrariedad que se da en la elección de la flecha como símbolo: “¿Quién podría asegurarnos que aparte de la flecha que habíamos descubierto no había otras señales ocultas en las paredes, o en otra parte, por ejemplo, en la combinación de manchas que había sobre el lavabo y el pedazo de tronco que estaba en el armario, o en las hendiduras del suelo...?” (Página 53)

En esta consciencia extrema que tiene Witold tanto del entorno físico en el que se integra como de sus mecanismos de pensamiento, poco después reflexiona los siguiente: “Miré la flecha que parecía haberse diluido en el techo, evaporado. ¡Qué iba a ser una flecha! ¿Cómo pudimos haber imaginado que aquello era una flecha? Miré la mesa y el mantel. Hay que confesar que las posibilidades de la mirada son limitadas.” (Página 56) Es decir, ha llegado a no necesitar significante o correlato físico para construir un símbolo.

Otro de los aspectos que alejan la psique de Witold de la “manía referencial” es que el protagonista de Cosmos siempre dota de sentido a elementos sobre los que la intervención del hombre ha sido decisiva. Por ejemplo, Witold no da contenido a un pájaro cualquiera sino al pájaro ahorcado por un hombre. Ni tampoco a un palito que uno encuentra en el campo de manera espontánea, que es lo que haría el hijo de Símbolos y sentidos, sino a un palito colgado por un hombre: en la elección de significantes, Witold se comporta como el narrador del relato de Nabokov.



Con los detalles del ejemplo de la flecha queda en evidencia que en Cosmos los objetos (o las partes del cuerpo o los animales) se convierten en símbolos por la obsesión del narrador de que sea así. La primera vez que aparecen los hilillos y la raya son solo eso, hilillos y raya que recuerdan a una flecha, y cada vez que vuelve la flecha al relato se va inflando de contenido simbólico hasta resultar incluso asfixiante.

¿Y qué significa la flecha? ¿Y los otros símbolos como las bocas de Lena y Katasia o el palito? No llega Witold nunca a revelárnoslo ni podemos hacer una afirmación rotunda basados en el texto de la novela. Quizá es que su significado no pueda nombrarse con nuestro limitado lenguaje, simbólico y arbitrario él también. Quién parece entender el cosmos de la novela es León, que lo nombra con la palabra Berg, sin significado conocido por el lector en la lengua del texto.

Por medio del ejemplo de la flecha y de las reflexiones de Gombrowich en su diario, hemos visto que sabemos a qué elementos de Cosmos debemos dotar de valor simbólico durante la lectura por medio de la repetición de los mismos de manera obsesiva y por las propias reflexiones de Witold personaje. ¿Y por qué mecanismo al final de Símbolos y Signos no podemos evitar buscar un valor simbólico a la tercera llamada y a la mermelada de sabor manzana? También por acumulación. Lo que hace Nabokov es acumular signos y símbolos a lo largo del texto, de manera que no somos capaces de no preguntarnos por el sentido detrás de cada palabra. En cierta manera, Signos y símbolos pone la reflexión en el lector, que debe de buscar significado y debe de reflexionar si dicho significado existe o lo busca fruto de su propia «manía referencial». En Cosmos, sin embargo, es el narrador en el que reflexiona sobre su propia manera de ordenar el caos.



Antes de las conclusiones de este trabajo, quiero aludir al título de Cosmos, ya que funciona igual que el de Signos y símbolos. Es una pista, es una palabra abstracta y totalizadora que siembra en el lector la necesidad de encajar el texto dentro de ella, y vuelve a indicarnos que lo que vamos a leer es un ejemplo del concepto mayor que se enuncia. El campo y la casa de huéspedes es una parte del cosmos de igual manera que la historia de los ancianos y el hijo internado con una enfermedad mental es una pequeña representación de los signos y símbolos que establecen orden en el caos.



Hemos visto con ejemplos como los dos textos tratan del mismo tema, la generación de significado para ordenar una realidad caótica. También hemos comprobado que utilizan el recurso de la acumulación para informar al lector de los elementos con contenido simbólico, si bien de manera distinta (símbolos distintos en el caso de Signos y símbolos y el mismo significante en el caso de Cosmos).

Se puede también concluir que en lo que más difieren los dos textos, más allá de aspectos obvios como la longitud y el tono, es en el juicio patológico sobre el fenómeno de la construcción de símbolos que dejan traslucir. En Cosmos se vive la obsesión sobre fragmentos de realidad como algo inherente al ser humano, totalmente inevitable y totalmente normal, mientras que en Signos y símbolos se trata de una enfermedad que padece el hijo y quizá también el lector en un estadio más grave, como si Cosmos fuera un texto informativo sobre los símbolos arbitrarios que construye Witold de manera consciente y Signos y símbolos una prueba diagnóstica para que el lector se enfrente a su propia enfermedad.

Comentarios

Entradas populares