En la búsqueda de un “Cosmos personalizado”

Por: Alejandro Manrique

Obra: Cosmos
Autor: Witold Gombrowicz
Años: 1965
Edición: Editorial Planeta, 1997.

La obra Cosmos, del escritor polaco Witold Gombrowicz, destaca por su rotunda originalidad y por el manejo desprendido, pero elegante y mordaz, de sus tratamientos sobre las temáticas de la psicología y mente humana, así como de aquellos rasgos de la existencia que se mueven dentro de lo paradójico, lo absurdo, lo arbitrario. Elementos que, acaso, sustentan la mencionad originalidad de su obra literaria y de Cosmos, en particular.

Cosmos narra la búsqueda delirante y enfermiza del protagonista por darle un sentido y orden a las cosas. Para él, el mundo y la vida están compuestos por una serie abrumadora e infinita de asociaciones, combinaciones y relaciones, como se observa en una de las reflexiones del narrador: “… era el caos y la estúpida superabundancia” (p. 206). En tanto y en cuanto se puedan develar y entender algunas de las asociaciones, combinaciones y relaciones, entonces se podrá dar un orden. Dicha búsqueda de aprehensión de significados mostrará que aquéllas a veces se hallan correlacionados pero otras tantas arrastradas en flujos de “sin sentidos”.

Es decir, el protagonista, al verse constante y continuamente aplastado por la información que la realidad le transmite, puede a veces llegar a formar sus propias asociaciones, explicaciones y significados, pero otras tantas se verá arrastrado por elementos que van más allá de su comprensión. Y en suma, al tratar desesperadamente de darle ese orden final a las cosas, el protagonista termina armando, construyendo y fantaseando un “Cosmos personalizado”. Vemos, por ejemplo, que en su búsqueda de dar armonía a las cosas a partir de la ejecución de acciones, Witold entiende que al matar y colgar al gato había tendido un puente que lo unía todo (p. 141). Asimismo, por momentos se cansa, aburre, abruma con la búsqueda de otorgar significados: “¡Basta con aquel afán de unir…! ¡con las asociaciones!” (p. 192).

Ante ello, se erige una pregunta esencial: ¿Una persona podría ser capaz de otorgar suficiente significado a las cosas que le rodean y así encontrar o erigir un orden de lo existente alrededor? Es decir, parafraseando y extrapolando el título de la obra, ¿se puede obtener un “Cosmos personalizado”? (que evidente y obviamente pueda resultar irrelevante o intrascendental para los demás).

Hagamos un ejercicio. Imaginemos una escena arbitraria de la vida cotidiana: un hombre sentado en una mesa de un restaurante tomando una taza de café mientras lee el periódico del día. De pronto, alza la vista y observa una pareja que conversa plácidamente. Se fija en las miradas: ambos se conectan con cariño. Y porque ellos se conectan tiene sentido que él esté en ese momento en la mesa tomando café, sintiendo que el líquido oscuro que bebe le permite paliar su ansiedad matutina y relajarse mientras lee. Y que la noticia que le entretiene, donde el Alcalde de su ciudad aparece en primera plana anunciando una medida de restructuración total del transporte público, le da placer porque ve los ojos del alcalde que lo miran fijamente a él, lo seducen, lo aligeran, lo tranquilizan; complementándose también las miradas de la pareja con la del Alcalde. El hombre también siente cariño. Con una sonrisa de satisfacción, el hombre dirige su mirada a la ventana y a través de ella ve una farola de luz en la esquina de la calle. Son las once de la mañana pero la luz está encendida. Es un desperdicio de electricidad, pero al hombre le llama la atención aquella luminosidad tan inusual y cálida. Incluso, acaba de notar cómo las ondas de luz (porque sólo él las ve) han dado directamente en el rostro de una mujer hermosa que también se encontraba mirando la bombilla de luz. La mujer duda por unos segundos, abstraída en sus pensamientos, gira ligeramente y se acerca a la ventana del restaurante. Observa a través de ella y sonríe al hombre. Rodea el local e ingresa por la puerta. Vuelve a sonreír al hombre y se acerca a la pareja que inicialmente se miraba. Se sienta con ellos. Son amigos. El hombre se encuentra estupefacto por la sucesión de hechos extraños. La pareja, luego de unos minutos, se despide, se para y parte. El hombre, viendo que la mujer se ha quedado sola, se alegra y decide que irá a saludarla. Se yergue y, mientras se aproxima, piensa: miradas-café-Alcalde-ventana-luz-mujer-sonrisa. Ha habido una asociación de elementos, una concatenación de sucesos que le han dado un orden inesperado pero necesario y hasta feliz a ese hombre que, sabiendo que su día se halla ya en paz, se aproxima a la mujer. Lo ocurrido hasta ese segundo es suficiente, es ordenado, es equilibrado, tiene significado, y lo que ocurra posteriormente estará echado a su propio destino y suerte.

¿Es el ejemplo dado un absurdo de la arbitrariedad? Pues claro que sí, pero justamente es revelador y necesario de transmitir porque exactamente en ello se basa Cosmos y su propósito: cualquier asociación, combinación y relación  de “cosas” pueden producir que una persona se ampare de ellas para otorgar un significado particular a dichas “cosas”. ¿Es absurdo? No importa. Lo relevante es la construcción de un “Cosmos personalizado” y que una persona se pueda recrear en él.

En la obra Cosmos, el narrador, que en realidad es el mismo Witold Gombrowicz, junto con su acompañante Fuks, encuentran un gorrión ahorcado en medio de la naturaleza, y empieza la problemática que, para nosotros, puede ser resumida en una sola línea: “La justificación de una combinación se podría encontrar siempre en millares de motivos ocasiones” (p. 202). Se instalan en la casa cercana y empieza la secuencia cronológica, simbólica y significativa de sucesos y hechos: la correlación de los labios de Lena y Katasia, el palito ahorcado, la tetera que produce el ahorcamiento del gato y su colgamiento, Ludwik ahorcado, las bocas del sacerdote y Jadeczka que vomitan, el diálogo-código Berg entre León y Witold, el sacerdote empujado, León masturbándose, el diluvio, Lena enferma y el narrador de vuelta a sus padres y su rutina. Aunque, la esencia de la arbitrariedad, que se convierte en sustancia elemental de orden al caos, y que sostiene a la obra literaria, es la secuencia reiterativa gorrión-palito-gato: “De pronto me alegre al pensar en el gato, que pendía como el palito, como el gorrión. Me alegró esa armonía” (p. 103).

Siguiendo esta línea argumentativa, ¿cuándo nace el “Cosmos personalizado”? ¿Cuándo se empieza a dar un orden inteligible? (respondiendo a nuestra pregunta inicial): Con la conjunción de los labios de Lena y Katasia. Vemos a Witold afirmando “… cuando por primera vez el labio de Katasia se escurrió junto al de Lena y provocó la primera vibración, aquella primera vibración, aprehensible, de la que derivó luego todo lo demás” (p. 195).

¿Cuándo es que Witold cierra el círculo y completa finalmente su “Cosmos personalizado”? Recordemos que cuando Witold encuentra el cadáver de Ludwik colgado del árbol, luego de recordar la secuencia gorrión-palito-gato, piensa que las cosas empiezan a tener un orden: “Todo encajaba a la perfección” (p. 220). Witold menciona que encuentra una lógica aunque ésta es “demasiado mía, personal, especial, privada” (ídem). E insiste en ello cuando se pregunta “¿Quimeras?, ¿alucinaciones?, bueno sí, pero el colgado pendía a mi lado, ¡pam, pam, pam, pam… a, b, c, d… uno, dos, tres, cuatro!” (p. 222). Con ello se reafirma la idea del “Cosmos personalizado” que Witold ha creado, incluso usando su propia asociación de códigos lingüísticos y semánticos.

Witold, luego de contemplar el cuerpo colgado de Ludwik, inserta un dedo en su boca. Ejecuta una acción (junto con la del gato) que ahora se presta como “oportuna” y que lo colma de complacencia. “Y por encima de todo, la íntima satisfacción de que las bocas se hubiesen unido con los “colgamientos”. ¡Era yo quien al fin había logrado esa unión! Finalmente. Sentí que había cumplido un deber” (p. 226). Vemos entonces que Witold cierra el círculo y construye su “Cosmos personalizado” a su talla y justa medida, así sea arbitraria, irrelevante, incluso insignificante para los demás. De eso se trata una armonía individualizada.

En conclusión, cada persona es la medida de las cosas, del universo, y cada uno tiene el poder de aprehender lo que le rodea y darle significado íntimo, aquel que nos permita constituirnos como entidades armónicas. Como el mismo Witold reflexiona: “¿Acaso no es cierto que cada vibración de nuestras vidas se compone de billones de pequeños destellos?” (p. 119). Pues claro que sí. Las vibraciones que dieron origen al universo, los destellos que diseminaron la vida. Cada uno es un “Cosmos personalizado”. Sólo hay que permanecer atento a la continua asociación-disociación de elementos.

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