Morir siendo testigo de la belleza suprema


Por: Alejandro Manrique

Obra: “La muerte en Venecia”
Autor: Thomas Mann                                                                     
Año: 1913
Edición: El País, 2002.


La novela “La muerte en Venecia” del premio nobel Thomas Mann narra el tránsito psicológico abrupto, doloroso, caótico y hasta mortal que sufre el personaje Gustav von Aschenbach en Venecia, ciudad a la que ha decidido viajar para hacer un alto y una pausa en su vida. Escritor célebre y afamado, culto y refinado, Aschenbach es consciente que ha trabajado ardua y rígidamente durante toda su vida para lograr su tan merecida posición social y reconocimiento artístico, pero reconoce, con más de cincuenta años de edad, que su férrea disciplina mental y espiritual le habrían impedido expandir sus horizontes geográficos, emocionales y acaso estéticos. Decide así emprender un viaje a un lugar cercano pero al mismo tiempo exótico: Venecia.

Algunas complicaciones y vivencias durante su trayecto hasta el hotel y durante los primeros dos días revelan la personalidad y el carácter rígido y duro, acaso arisco, del personaje: se incomoda en sus interacciones sociales, con el clima, con la ciudad, pero es el descubrimiento de un adolescente polaco de gran belleza física, Tadzio, lo que finalmente le retendrá en esa ciudad, un lugar que, poco a poco, se empieza a revelar como contradictorio: Venecia representa un ideal de gran belleza romántica por su espacio arquitectónico pero al mismo tiempo un lugar mortal debido a la epidemia que ha arribado y que es escondida por las personas locales para no afectar el negocio del turismo.

Nos llama la atención el afán, deseo y búsqueda elevada de Aschenbach tras los ideales de la belleza. Esa fijación, acompañada de una narración lírica con constantes evocaciones a la cultura griega clásica, permean a la historia de una gran sensibilidad pues el lector entiende que el espíritu soñador y excelso de Aschenbach lo empuja a poner a Tadzio en lo más elevado y en la escala superior de la belleza concebida desde el idealismo de la filosofía platónica: las ideas existen fuera de este mundo, de esta realidad y sólo cobran materia en nuestro mundo para revelar pincelazos de su grandiosidad. La idea de la belleza, fuera de este mundo, algo a lo que no se puede acceder ni observar en sí misma, ha bendecido y rociado a Tadzio con su presencia y gracia, convirtiéndolo en un ser humano, en materia física y mortal, con la belleza más absoluta. Ver a Tadzio es, en la práctica, y Aschenbach lo sabe, como conversar con los mismos dioses del Olimpo, como caminar sobre la superficie del sol, como morir, bajar hasta el Hades, y regresar a la vida. La admiración de Aschenbach por Tadzio es total y ha sido tan emotivo conocer algo así durante su vida, que Aschenbach pierde su norte, perspectiva y estabilidad emocional y termina sucumbiendo. Aschenbach se ha convertido, de pronto, en un acosador, en un viejo que se maquilla y tiñe el cabello porque pretende rejuvenecerse para llamar la atención del efebo griego con rostro de polaco mientras persigue y observa por las calles y en el hotel, ya sin vergüenza, al objeto de sus deseos (mentales, emocionales, no necesariamente físicos).

Aschenbach ha pagado el precio, siguiendo con la analogía griega, por querer montar a Pegaso y, como Belerofonte, querer ingresar al mismo Olimpo para convertirse en un dios. La avaricia siempre conlleva un costo. Aschenbach miró a la belleza en su cara, en su estado más puro y pagó el más alto precio: morir. Finalmente, la epidemia llega a tocar la puerta de Aschenbach luego de comerse unas fresas mientras intentaba esconderse durante una de sus persecuciones a Tadzio en la ciudad, y así, luego de nunca haberle hablado, en el momento en que Tadzio, luego de una trifulca con su compañero, camina solo en la playa, voltea a ver a Aschenbach y éste siente, percibe, observa cómo el efebo de belleza universal lo llamaba con la mirada y con sus gestos. Y en el momento en que Aschenbach se pone de pie para acercarse a él cae fulminado por la epidemia que se ha cobrado su vida, que ha sido el precio a pagar por ser testigo de la idea platónica de la belleza en su máxima expresión. Aschenbach termina pagando el precio más elevado: su vida a cambio de haber sido un mortal que pudo admirar la eternidad a través de la belleza.

En la novela, el narrador nos menciona que Aschenbach, durante una de sus reflexiones mirando el amanecer, elabora –se da a entender que la habría escrito luego de pensarla- un par de páginas cual ensayo sobre la belleza que ha sido inspirada en Tadzio y que sería leída y aplaudida por el público lector, lo que por un momento nos hizo creer, en la medida que la lectura avanzaba, que tal vez sería Tadzio el que encontrara la muerte, más aún cuando Aschenbach se encargó de transmitirnos la observación de que el adolescente era frágil y que, seguramente, no llegaría a convertirse en adulto. De haber sido Tadzio el que contrajera la epidemia y muriera, habría sido también interesante porque significaría que la idea de la belleza tampoco puede perdurar por siempre y que al menos se dejó ver, apreciar y aprehender por aquellos dispuestos a notarla, como fue en el caso de Aschenbach.

No obstante, los trazos y pinceladas narrativas de Mann nos llevaron, de manera coherente, consistente y ejemplar, al desenlace más significativo para la novela en sí misma: Aschenbach muere pagando el precio más alto: su vida por ser testigo de algo tan único y especial, algo tan divino como ser testigo de la belleza en su máxima expresión, así haya implicado que Aschenbach haya sufrido trastrocamientos en su psicología y personalidad. Entregó su psicología y su vida por un ideal, así no lo haya notado. Murió mirando a los ojos a la misma Afrodita.

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