La atmósfera narrativa en El corazón de las tinieblas



La atmósfera narrativa en El corazón de las tinieblas



Para Conrad, el artista, el escritor no dispone más que de las palabras, palabras desgastadas por el uso. Sin embargo, a través de ese material desgastado ha de buscar la manera de transmitir la verdad. Conrad afirmaba que el fin del escritor era emplear su arte para así lograr « […] la plasticidad de la escultura, el color de la pintura, y la sugestión mágica de la música – que es el arte de las artes»[1]. El uso cuidadoso del empleo de las palabras por Conrad se debe a un propósito consciente de querer lograr la plasticidad, el color y la sugestión a la que alude: «Mi tarea consiste en intentar lograr, mediante la fuerza de la palabra escrita, hacerte oír, hacerte sentir […] esto es, ante todo, hacerte ver»[2] Conrad usa diferentes tipos de recursos para crear la atmósfera narrativa de la novela tales como: el uso del impresionismo a través del lenguaje, la descripción del paisaje del Congo belga durante el colonialismo, el símbolo y la desfamiliarización entre otros.

De esta forma, como si de un cuadro impresionista se tratase, Conrad juega con las palabras como si fuesen colores en una paleta. A través de una atmósfera narrativa de calma ante el ocaso del día: «El día se acababa en una serenidad de tranquila e intensa brillantez. El agua relucía apacible; el cielo, sin una mancha, era una dulce inmensidad de luz inmaculada»[3] el autor consigue situar al lector ante el paisaje impresionista que persigue recrear mediante el uso de diferentes campos semánticos.


La desembocadura del Támesis se extendía ante nosotros como el principio de un interminable canal. En la lejanía, el mar y el cielo se soldaban sin juntura, y en el espacio luminoso las curtidas velas de las gabarras empujadas por la corriente parecían inmóviles racimos rojos de lona, de afilada punta, con reflejos de barniz. Una neblina descansaba sobre las tierras bajas que se adelantaban en el mar hasta desparecer. El aire sobre Gravesend era oscuro, y un poco más allá parecía condensarse en una lúgubre penumbra que se cernía inmóvil sobre la ciudad mayor y más grande de la tierra.[4]
[…]
Y por fin, en su caída curvada e imperceptible, el sol descendió, y de un resplandeciente blanco pasó a un rojo opaco, sin rayos y sin calor, como si estuviera a punto de extinguirse, herido de muerte por el contacto con aquella penumbra que se cernía sobre una multitud de hombres.[5]
[…]
El sol se puso; el crepúsculo descendió sobre el río, y empezaron a aparecer luces a lo largo de la costa. El faro de Chapman, un objeto de tres patas erigido sobre un llano pantanoso, brillaba intensamente. En el canalizo se movían luces de barcos; una gran agitación de luces que subían y bajaban. Y más hacia el oeste, en el curso alto del río, el lugar de la monstruosa ciudad estaba aún señalado ominosamente en el cielo, una sombra amenazadora a la luz del sol, un lóbrego resplandor bajo las estrellas.
—Y este también – dijo Marlow de repente- ha sido una de los lugares oscuros de la tierra.[6]

Esta descripción impresionista el autor la logra a través del empleo de adjetivos como: luminoso, rojos, blanco, rojo opaco,… que evocan el campo semántico de lo visual. También mediante el empleo de palabras como: desembocadura, canal, mar, cielo, aire, sol, estrellas, tierra… sitúa al lector en el mundo terrenal. Además, a través del empleo de palabras como: lúgubre penumbra, herido de muerte, lóbrego, oscuros… se percibe lo oscuro, lo amenazante, lo tenebroso que va a acontecer. Esa combinación de luz y oscuridad la mantendrá el autor durante toda la novela para subrayar la ambigüedad entre la bondad de la colonización británica frente a la perversidad de los nativos africanos. No obstante, Conrad se valdrá de la ironía en muchas ocasiones para enfatizar esta errónea ambigüedad: «yo formaba parte de la grandiosa causa de estas altas y justas acciones»[7]

La atmósfera narrativa que recrea Conrad en El corazón de las Tinieblas está ligada al periodo histórico en que vive el autor. A principios del siglo XIX, los europeos sólo disponían de factorías costeras o de pequeñas colonias en África. Sin embargo, la repartición del continente africano entre las metrópolis se producirá a medida que los intereses económicos, las rivalidades políticas, así como el espíritu de aventura crecían entre las potencias europeas. En un artículo titulado «Geography and Some Explorers» publicado en 1924, Conrad se muestra horrorizado ante la barbarie que se estaba produciendo en la colonización del Congo. Escribiría: «A great melancholy descended on me. […] the vilest scramble for loot that ever disfigured the history of human conscience and geographical exploration. What an end to the idealized realities of a boy's daydreams!»[8]

Este sueño de la infancia del autor lo verterá dentro de la novela:

—Cuando era pequeño tenía pasión por los mapas. Me pasaba horas y horas mirando Sudamérica, o África, o Australia, y me perdía en todo el esplendor de la exploración. En aquellos tiempos había muchos espacios en blanco en la tierra, y cuando veía uno que me parecía particularmente tentador en el mapa (y cual no lo parece), ponía mi dedo sobre él y decía: «cuando sea mayor iré allí»[9]
[…]
—Cierto que por aquel entonces ya había dejado de ser un espacio en blanco. Desde mi niñez se había ido llenando de ríos y lagos y nombres. Había dejado de ser un espacio en blanco de grato misterio, una mancha blanca sobre la que un muchacho edificaba sus sueños fantásticos. Se había convertido en un lugar de tinieblas.[10]

La explotación y la intolerancia colonialista se refleja en la novela a través de un personaje narrador, Marlow. Este muestra la angustia y la perplejidad ante el desconocimiento que tenía el hombre blanco frente a un territorio inexplorado sin saber contra qué o quién se iba a enfrentar: «Penetramos más y más en el corazón de la oscuridad. [...] cuando luchábamos por doblar un recodo, vislumbrábamos […] un revuelo de extremidades negras, una masa de manos dando palmadas, de pies pateando, de cuerpos tambaleándose, de ojos girando bajo la inclinación del pesado e inmóvil follaje. [...] El hombre prehistórico nos estaba maldiciendo, suplicando, dándonos la bienvenida, ¿cómo saberlo?»[11] Sin embargo, Marlow observa que «no eran enemigos, no eran malhechores…; nada más que sombras negras». Es una poderosa descripción del nuevo mundo que estaban explorando y colonizando. Un escenario y entorno desconocido por el hombre civilizador ante una nueva raza. Conrad muestra con la siguiente descripción: «había atado un trozo de estambre blanco alrededor de su cuello. […] Ese trozo de hilo blanco del otro lado de los mares tenía un aspecto sobrecogedor alrededor de su cuello negro»[12] tres aspectos claves en la colonización: al colonizador, la procedencia de este y al colonizado.

Otra forma de describir la atmósfera es a través del empleo del símbolo. De acuerdo con el diccionario de términos literario de Demetrio Estébanez un símbolo es «un signo cuya presencia evoca otra realidad sugerida o representada por él»[13] Conrad lo empleará al describir el río Congo:


[…] había en él un río grande y poderoso […] parecido a una inmensa serpiente desenroscada, con su cabeza en el mar, su cuerpo en reposo curvándose a través de un extenso país y su cola perdida en las profundidades del continente. […]  Remontar aquel río era regresar a los más tempranos orígenes del mundo, […] Un arroyo seco, un gran silencio, un bosque impenetrable. El aire era cálido, espeso, pesado, perezoso.[14]

Este símbolo está asociado a la tentación, al mal y al conocimiento oculto. Así pues, lo une al primitivismo con el que el colonizador se va a encontrar: «remontar aquel río era regresar a los más tempranos orígenes del mundo»[15] A continuación describe cómo era el aire que respiran al adentrarse en la selva «cálido, espeso, pesado»[16] e incluso lo personifica al emplear el adjetivo «perezoso»[17] Una descripción atmosférica potente donde consigue crear una unión entre el paisaje y su entorno.

Esta descripción contrasta con la que el autor hace del río Támesis descrito a través de los logros y éxitos de la nación inglesa a lo largo de la Historia:

El viejo río permanecía imperturbable en toda su extensión ante el ocaso del día, después de siglos de buenos servicios prestados a la vieja raza que poblaba sus orillas, extendiéndose con la tranquila dignidad de una vía de agua que conduce a los más remotos rincones de la tierra. Contemplábamos la venerable corriente.[18]

La idea de extrañamiento o desfamiliarización, asociada a las teorías de los formalistas rusos acerca del lenguaje literario, se produce al añadir un elemento que resulta extraño y poco familiar en la narración. Conrad empleará este concepto teórico al introducirlo en la descripción atmosférica de la novela, un lugar donde los sucesos y comportamientos extraños e inquietantes interrumpen nuestra habitual percepción del mundo. Este hecho genera en el lector un elemento de sorpresa y extrañeza:

[…] me encontré con un hombre blanco, en una elegancia de atuendo tan inesperada, que en el primer momento le tomé por una especie de visión. Vi un cuello almidonado, unos puños, una chaqueta de alpaca, unos pantalones blancos como la nieve, una corbata clara y unas botas embetunadas. No llevaba sombrero. Pelo a raya, cepillado, con brillantina, bajo una sombrilla forrada de verde, sostenida por una gran mano blanca. Era algo asombroso y tenía portaplumas detrás de la oreja.[19]

En otro contexto no habría nada inusual o notable acerca de este hombre, pero lo yuxtapone con los trabajadores muriendo:

Se veían negras sombras acurrucadas, tumbadas, sentadas entre los árboles, apoyándose en los troncos, asiéndose a la tierra, apenas visible en la débil luz, en todas las posturas del dolor, el abandono y la desesperación. Otra mina hizo explosión en el acantilado, seguida de un ligero temblor de tierra bajo mis pies. El trabajo continuaba. ¡El trabajo! Y éste era el lugar donde algunos de los ayudantes se habían retirado a morir.[20]

De hecho, como el mismo Marlow explicara en el barco:

Tengo la sensación de estaros contando un sueño, pero inútilmente, porque ningún relato de un sueño puede transmitir la sensación del sueño, esa mezcla de absurdo, sorpresa y aturdimiento en un temblor de rebelión agónica, esa sensación de ser capturado por lo increíble, que constituye la esencia de los sueños…[21]


En este trabajo se muestran algunas de las diferentes técnicas que emplea Conrad a la hora de crear la atmósfera narrativa. Sin embargo, lo que hace que El corazón de las tinieblas sea una novela referente es la manera de unir y mezclar esos elementos para crear una atmósfera unida y poderosa.




Bibliografía
CONRAD, J. El corazón de las tinieblas. Madrid: Cátedra: Letras Universales. 2016.
DEMETRIO ESTÉBANEZ, C. Breve diccionario de términos literarios. Madrid: Alianza editorial. 2015.

Webgrafía
NARBONA, R. Revista sociocultural de Valencia: los ojos de Hipatia.





[1] Conrad, Joseph. Prefacio, The Nigger of the “Narcissus”. A Tale of the Sea, Londres. 1945.
[2] Ibíd., p. 127
[3] CONRAD, J. El corazón de las tinieblas. Madrid: Cátedra. Letras Universales. 2016.
[4] Ibíd., p. 125/126
[5] Ibíd., p. 127
[6] Ibíd., p. 129
[7] Ibíd., p. 150
[8] CONRAD, J. “Geographic and Some Explorers” National Geographic. 1924.
[9] CONRAD, J. El corazón de las tinieblas. Madrid: Cátedra. Letras Universales. 2016.
[10] Ibíd., p.134
[11] Ibíd., p. 184
[12] Ibíd., p. 152
[13] ESTÉBANEZ CALDERÓN, D. Breve diccionario de términos literarios. Madrid: Alianza editorial. 2015.
[14] CONRAD, J. El corazón de las tinieblas. Madrid: Cátedra. Letras Universales. 2016.
[15] Ibíd., p. 181
[16] Ibíd., p. 181
[17] Ibíd., p. 181
[18] Ibíd., p. 127
[19] Ibíd., p. 152/153
[20] Ibíd., p. 151
[21] Ibíd., p. 169


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