El libro de arena: breve introducción a la simbología Borgiana - Aitor Díaz
1.
Resumen
El presente articulo tiene como objetivo enumerar algunos de
los principales símbolos de la literatura de Jorge Luis Borges y resaltar como
estos, de un modo u otro, aparecen reflejados en los cuentos de El libro de
arena.
Palabras
clave: Borges, sueño, laberinto, juego, espejos.
2.
Introducción
Mucho se ha escrito
sobre la literatura Borgiana. Es tal su influencia en otros autores que puede
considerarse una corriente literaria en sí misma, una corriente referencial y
cargada de simbolismo. Este hecho, no obstante, puede producir un alejamiento
de los lectores contemporáneos ya que estos, acostumbrados a un tipo de lectura
más sencilla, quizá se sientan aturdidos ante los enigmáticos textos de Borges.
Y de ahí que resulte conveniente establecer un pequeña guía de inicio a la simbología Borgiana. Si el lector conoce los
principales elementos de los textos del escritor argentino —estudiados en
multitud de ensayos y estudios—, puede que le resulte más fácil perderse en la
maravilla de sus relatos. Este articulo pretender dar un primer paso hacia esta
introducción, y el mejor modo de hacerlo es enumerando y analizando algunos de
estos símbolos fundamentales, como son:
·
Los juegos
·
El laberinto
·
La duplicidad (el otro, los
espejos)
·
El tiempo
·
Los sueños
(Nota: se han seleccionado estos cinco mitos por encontrarse entre
los más recurrentes).
3.
Mitología
Borgiana
3.1.
El enigma (el
juego literario)
Para Jorge Luis Borges,
la literatura es juego, farsa. Todo es paradójico, una gran burla; si nos
acercamos a los textos borgianos con esto en mente, si consideramos que estamos
jugando a las cartas con un maestro taur
o que nos enfrentamos a un sabio ajedrecista, nos daremos cuenta de lo
divertido que es el juego en sí. Borges coloca a las cartas, el ajedrez y la
literatura en la misma categoría. Todo se basa en permutaciones y variaciones
limitadas de movimientos o palabras, repeticiones sistemáticas, ciclos. Quizá
la historia (como la literatura) no existe, sino que lo único que hace es dar
vueltas y más vueltas —lo que entronca con la idea de tiempo cíclico, que se
desarrollará más adelante—, y lo único que permiten estas vueltas son el juego
y la burla. Con esta premisa es fácil entender cómo es posible que la mayoría
de cuentos de Borges sean enigmas, juegos de ingenio en los que Borges se
desafía a sí mismo y, ya de paso, también al lector.
“No puede ser pero
«es». El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la
primera, ninguna es la última” (El libro de arena, El libro de Arena, Página 150, DeBolsillo).
3.2.
El
laberinto
El laberinto, en todas
sus formas, es otra de las obsesiones de Borges. En ocasiones lo menciona
literalmente y cuando no lo hace es porque el mismo cuento, en su estructura,
ya constituye un laberinto en sí mismo. Dentro de El libro de Arena tenemos, por ejemplo, un cuento titulado: El congreso, que comienza siendo un
sencillo relato narrado en primera persona, en pasado, y que pronto se
convierte en un intrincado juego de nombres y roles de un misterioso Congreso
Mundial. Borges orquesta pasillos angostos para disfrute del lector, de bruscos
quiebros, que se construyen sobre sí mismos, hacia arriba y hacia abajo,
concéntrica y excéntricamente, y juega, vuelve a jugar una y otra vez hasta que
el laberinto adquiere entidad propia. Y si se diera el caso de que el entramado
no es bastante complejo, entonces recurre al laberinto definitivo: el tiempo.
“He aquí los hechos; los narraré con total brevedad. Don
Alejandro Glencoe, el presidente, era un estanciero oriental, dueño de un
establecimiento de campo que lindaba con el Brasil. Su padre, oriundo de
Aberdeen, se había fijado en este continente al promediar el siglo anterior […]
El primer Glencoe, al morir, dejó una hija y un hijo, que sería después nuestro
presidente. La hija se caso con un Eguren y fue la madre de Fermín.”
(El Congreso, El libro de Arena,
Página 37, DeBolsillo).
3.3.
Espejos, la
dualidad, el otro
El mismo carácter del
espejo, la variabilidad temporal y existencial de su función ya resultan
suficientes para explicar el interés que Borges siente por ellos. Se ha dicho
que son símbolos de imaginación —o de conciencia—, considerando esta como la
capacidad para reproducir los reflejos del mundo visible en su realidad formal.
Los espejos, como Borges, ponen en tela de juicio la existencia en sí misma, se
replantean la configuración del yo, generan al otro, al doble que tantas veces aparece en los relatos de terror,
al otro que viaja en el tiempo —como en el cuento El otro—, esa entidad extraña con la que nos podemos sentir
identificados y que resulta, al mismo tiempo, tan misteriosa. Son muchos
autores los que emplean los espejos para tratar de explicarse a si mismos y a
su obra, incluso el transcurrir del tiempo —véase Crónica de un instante de Salvador Elizondo, por ejemplo—, pero la
marca que estos objetos generan en la narrativa de Borges es profunda. El
espejo es símbolo de multiplicidad del alma, de su movilidad y adaptación a los
objetos que la visitan y retienen su interés, y Borges no puede más que
sentirse atraído, una y otra vez, por esta fragmentación cíclica e infinita.
“Nos despedimos sin
habernos tocado. Al día siguiente no fui. El otro tampoco habrá ido. He
cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber
descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro converso conmigo en
un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y
todavía me atormenta el recuerdo.” (El Otro, El libro de Arena, Página 19, DeBolsillo).
3.4.
Sueños
No hay relato de El
libro de arena donde no aparezca, al menos una vez, la palabra sueño. Lo
etéreo. El cuestionamiento de la realidad asociada a los ya mencionados
espejos, la paradoja; todo ello aparece una y otra vez en los textos borgianos.
Todo es real aunque de un modo extraño, no lo es. Los personajes protagonistas
—que suelen ser el propio Borges, o sus trasuntos—, viven aventuras que
desafían la imaginación. Entonces, ¿no estarán soñando? Puede, pues para Borges
la literatura no es más que eso, un sueño que creado en la mente del lector (y
del escritor). Ya lo advertía John Gardner en su ensayo Para ser novelista: el lector ha de caer en trance al leer, debe
entrar en un sueño vivido y continuo y la única labor del escritor es no
despertarlo. Borges sueña junto con sus lectores. Los invita a disfrutar de sus
fantasías, descubre los más recónditos escondites de su mente y lo hace sin
trampa, sin avaricia. Ahí está toda la información, todas las referencias, ¿qué
algo resulta extraño o confuso? Puede, pero si es así será por algún motivo y
este motivo, finalmente descubierto, no hará más que revelar la esencia misma
del relato, del sueño. Más de cinco veces cree el protagonista de El congreso estar soñando; en El otro, Borges conversa con su yo
pasado aunque también puede tratarse de un sueño, ¿y qué es Urlica sino una
placentera fantasía de noche de invierno? Sabiendo que Borges sueña en cada uno
de sus relatos es más fácil no perderse. Solo hay que permanecer atento y soñar
despierto.
“El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora
lo entiendo, la imposible fecha en el dolar.” (El Otro, El libro de Arena, Página 19,
DeBolsillo).
“—Todo esto es como un sueño —dije— y yo nunca sueño.
—Como aquel rey —replicó Ulrica— que no soñó hasta que un
hechicero lo hizo dormir en una pocilga.” (Ulrica, El libro de Arena, Página 26,
DeBolsillo).
3.5.
Tiempo
Otra de las obsesiones
de Borges (sino la principal) es el tiempo. El tiempo pasado, el tiempo futuro,
el presente y, sobre todo, el tiempo cíclico. Todo se repite una y otra vez sin
que nosotros, los humanos, podamos hacer nada para impedirlo. En El otro, Borges viaja al pasado para
charlar apaciblemente consigo mismo, para conocer cómo fue y, al mismo tiempo,
que su yo pasado sueñe con su posible encarnación futura. De igual modo, en Utopía de un hombre que está cansado se
vuelve a repetir el encuentro de dos hombres de distintas épocas separadas por
cientos de años y lo hacen sin el menor extrañamiento, como si fuera un
encuentro cotidiano. Así trata Borges el tiempo, como si fuera un amigo de toda
la vida, uno al que viera de década en década. Pero el tiempo fluye, inmutable,
sin que nadie pueda hacer nada al respecto, y como Borges es consciente de
ello, decide dejarlo libre, jugar con él, incluso soñarlo y en ningún momento
trata de contenerlo o dominarlo. Simplemente lo retrata con palabras concretas
y precisas, y escribe aquello que su amigo decide revelarle.
“Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del
espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.”
(El libro de arena, El libro de
Arena, Página 150, DeBolsillo).
“No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil.
Una doctrina filosófica es al principio una descripción verosímil del universo;
giran los años y es un capítulo —cuando no un párrafo o un nombre— de la
historia de la filosofía. En la literatura, esa caducidad final es aún más
notoria.” (Pierre
Menard autor del Quijote, Ficciones, Página 51, DeBolsillo).
“En mi escritorio de la calle México guardo la tela que
alguien pintará, dentro de miles de años, con materiales hoy dispersos en el
planeta.” (Utopía
de un hombre que está cansado, El libro de Arena, Página 116, DeBolsillo).
4.
Conclusiones
Al hilo de lo arriba
expuesto, se puede concluir que para Borges el universo es un caos donde los
seres humanos habitan marcados por las ficciones que ellos mismos elaboran. Según
Borges, el tiempo es la materia existencial con las que están hechas las cosas,
pero el tiempo no es lineal, sino circular. Todo se repite. Se pone en tela del
juicio el origen y la originalidad; un punto del pasado (o del futuro) habita
el presente, y el presente, a su vez, habita el pasado y el futuro.
El compromiso para
Borges es que cada ser humano forje su destino a través de los mitos que cada
cual elabora. Para él, los sistemas filosóficos son ficciones, igual que los
cuentos, o la literatura. Es anti utilitarista. A Borges le puede interesar la
verosimilitud, pero no le interesa la verdad. La línea de pensamiento de Borges
es el juego; la paradoja. La literatura es una gran burla y, en la medida en que
no vale para nada, es útil. Y toda esta filosofía la plasma a través de sus
símbolos y jeroglíficos, tan presentes en todos sus cuentos.
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