Como te digo una «co» te digo la «o»: la poética de lo inaprensible o los narradores exasperantes de Farabeuf
Máster de
narrativa, Escuela de Escritores
Dolores
Almudéver, julio 2019
Farabeuf o
la crónica de un instante
Ilustración de Salvador Elizondo donde reinterpreta la fotografía del suplicio conocido como Leng-tché. |
Como
te digo una «co» te digo la «o»:
la poética de lo
inaprensible
o los narradores exasperantes de Farabeuf
1.
Un artefacto literario caleidoscópico
«Farabeuf
o la crónica de un instante dibuja
un espacio novelesco desbordante de incertidumbres», afirma Eduardo
Becerra en su prólogo a la edición de la novela de la editorial
Cátedra (ELIZONDO, 2016, pág. 31). Publicada en 1965, el escritor
mexicano Salvador Elizondo se permite en este texto componer un
artefacto literario caleidoscópico: usando reiteradamente los mismos
elementos o piezas que componen la narración de tres escenas
cruciales (una intervención erótico-quirúrjica, un paseo por la
playa y el suplicio chino de la
muerte por mil cortes), el
autor articula o reconstruye el relato de las mismas una y otra vez,
siempre con resultado distinto, en una constante búsqueda de un
significado ulterior que parece escapar a todos los narradores que
participan en este juego de lo inasible.
La prosa de Elizondo resulta, así, tan esquiva e inaccesible como la posibilidad de captar esos tres instantes sobre los que la novela regresa una y otra vez, armándose y desarmándose, en una especie de persecución imposible donde a veces el lector –que tal vez haya abierto el libro esperando una narración de corte clásico– tiene la impresión de estar jugando al ratón y al gato; desconcierto y ambigüedad narrativa que puede acabar llevándonos a la desesperación.
La prosa de Elizondo resulta, así, tan esquiva e inaccesible como la posibilidad de captar esos tres instantes sobre los que la novela regresa una y otra vez, armándose y desarmándose, en una especie de persecución imposible donde a veces el lector –que tal vez haya abierto el libro esperando una narración de corte clásico– tiene la impresión de estar jugando al ratón y al gato; desconcierto y ambigüedad narrativa que puede acabar llevándonos a la desesperación.
¿Qué ofrece de fiable o certero el relato de los narradores de Farabeuf? Apenas nada, puesto que en este texto lo importante no son los hechos, sino los significados o interpretaciones; la mirada a través del microscopio que revela lo que a simple vista no se ve y deja de lado la composición global (la acción) para reparar en las partículas mínimas (el análisis del instante y sus infinitas potencialidades). Este eterno retorno a la misma escena consigue, a ratos, sacar de quicio al público lector, que no solo no encuentra ninguna certeza en el relato sino que, además, debe acostumbrarse a no avanzar en la trama. Por el contrario, los narradores de Farabeuf, que parecen interpelarse y se obligan a recordar y repensar unos a otros, se dedican a dar vueltas y más vueltas sobre el mismo punto.
¿Cómo se consigna esta poética de lo inaprensible en la novela de Elizondo? A continuación, se analizan algunos elementos que conforman la narrativa del Capítulo I de Farabeuf o la crónica de un instante, a fin de comprobar cómo se construye sobre el papel ese juego literario, retorcido y exasperante, que el autor mexicano propone al lector, donde nada es preciso ni finito.
2.
Tal vez, acaso, quizá, es un hecho indudable, ¿recuerdas?
Los
narradores de Farabeuf
–seis en total, según explica Becerra bajo el epígrafe de Las
voces narrativas (ibídem,
pág. 31),
a los que cabe sumar pasajes textuales de distinta naturaleza y
procedencia– se caracterizan por establecer «un
diálogo incesante donde lo que prevalece es la abundancia de
preguntas y la ausencia total de respuestas definitivas», lo que
tiene como consecuencia que en la novela «todo se pone en duda»
(ibídem, pág. 32).
Esta
ambivalencia o falta de asertividad está presente en todas las voces
del texto, en mayor a menor medida, lo que hace difícil en ocasiones
distinguir con claridad a quién pertenece cada voz. Así, a pesar de
los cambios en el punto de vista que pretende construir el autor al
transitar entre un narrador y otro, lo cierto es que todas las voces
se asemejan, en tanto que emplean o muestran las mismas estrategias
para (des)armar su relato.
A
continuación, exponemos algunas de las estrategias discursivas que
convierten a los narradores de Farabeuf
en voces poco fiables (o altamente honestas acerca de su
desconocimiento de la realidad, según se mire):
a. Las preguntas retóricas:
El relato se inicia –y se
cierra– con una pregunta a un narratario ambiguo que se repetirá
constantemente a lo largo del texto; y para la cual no llegaremos a
encontrar una respuestas afirmativa:
▪ «¿Recuerdas..?» (ibídem,
pág. 99)
Del mismo modo, las páginas
de la novela están plagadas de interrogantes que impiden al lector
formarse una imagen clara de los sucesos, pues las digresiones
dirigidas a los propios personajes o formuladas por ellos
mismos frenan el ritmo del no-relato y crean un texto de
incertidumbres:
▪ «¿Está usted seguro de
no haber olvidado nada?» (ibídem, pág. 102),
▪ «Tú lo recuerdas ¿no es
así?» (ibídem, pág. 107), o
▪ «¿La reconocería usted,
maestro, en el momento preciso en que...?» (ibídem, pág. 125).
b.
La narración conjetural:
Es
también importante señalar la presencia de numerosas expresiones
que obligan al lector a tener presente constantemente que los hechos
relatados no son más que meras interpretaciones, como por ejemplo:
▪ «Es
posible, por lo tanto, conjeturar que...»
(ibídem, pág. 99)
▪ «puede
llevarnos a suponer que»
(ibídem, pág. 100)
▪ «Estoy
dispuesta a creerte, pero no puedo recordarlo porque para ti yo no
soy yo» (ibídem, pág.
114), o
▪ «...en
una imagen borrosa, en una presencia irrealizable...»
(ibídem, pág. 120).
En
la misma línea de esta narración hipotética, cabe resaltar que en
este Capítulo I abundan los sintagmas con la conjunción disyuntiva
<o>, que permiten a los narradores compartir sin complejo su
imprecisión cognitiva, tal y como sucede en estos ejemplos:
▪ «...después
de haber hecho saltar dos o tres piernas»
(ibídem, pág. 107)
▪ «se
trata o bien de una Asteria
rubens o bien de una Asteria
aurantiaca...»
(ibídem, pág. 111),
o
▪ «Yo
era la materialización de sus recuerdos o acaso un ser hecho de
olvido» (ibídem, pág.
120).
c.
Las construcciones oximorónicas:
A
menudo, los narradores de Farabeuf
afirman una cosa y su contraria, tal vez no en el significado propiamente dicho, pero sí
en la forma en que exponen la información. De este modo, se
desdibuja la realidad y se construye un discurso que suena
contradictorio y poco confiable, en tanto que una palabra o
expresión para excluir de forma indirecta a la otra:
▪ «Todo
ello desde luego
no hace sino aumentar la
confusión»
(ibídem, pág. 101):
El enfatizador de seguridad del discurso «desde
luego» se aplica a una oración afirmativa en torno a «la
confusión».
▪ «Tú
recuerdas
sus gestos llenos de fatiga ¿no
es así?»
(ibídem, pág. 106):
se introduce una oración en modalidad afirmativa para a
continuación cuestionarla; o,
▪«Yo
estaba hecha con las memorias que ella había olvidado y que ella
era la reencarnación de mis olvidos»
(ibídem, pág. 120):
se contraponen los conceptos de«memoria»
y «olvido»
y, asimismo, se crea un juego de espejos entre personajes.
d.
Los modalizadores del discurso: adverbios y locuciones de duda:
En
el Capítulo I de la novela, encontramos hasta 21 adverbios y
locuciones adverbiales de duda, como son «tal
vez» (x12), «acaso»
(x4) y «quizá»
(x5), que todas las voces narrativas usan como si se tratase de una
única voz, generando desconcierto en el lector:
▪ «Usted
quizá ya sabe por qué. Va a salir de aquí dentro en algunos
minutos y tal vez no vuelva nunca más...»
(ibídem, pág.
103)
▪ «¿Acaso
lo has olvidado?»
(ibídem, pág.
106),
o
▪ «Soy,
quizá, la última imagen en la mente de un moribundo»
(ibídem, pág.
114).
e. Los tiempos verbales:
el condicional de indicativo y el subjuntivo:
Un aspecto muy destacable
de la novela es el uso ocasional de tiempos verbales atípicos en el
relato clásico. En este caso, los verbos no fijan la realidad, sino
que la convierten en una potencialidad no consumada o la supeditan a
través del uso del condicional de indicativo y el PQP de
subjuntivo. Gracias al empleo de estas formas, los narradores pueden
contar no solo lo que (quizás) fue: también lo que podría o
pudiera haber sido.
▪ «Abriría
la puerta inmediatamente...» (ibídem, pág. 109)
▪ «Si
te hubieras vuelto
hacia mí...» (ibídem, pág. 111), o
▪ «No
hubiera presentido
la presencia de aquel hombre» (ibídem, pág. 119)
f.
El espejo, símbolo de la multiplicidad:
Por
último, cabe hacer referencia en este apartado a la omnipresencia
del objeto «espejo»
en este Capítulo I, palabra que se repite hasta 15 veces; así como
otras en relación a él como «reflejo» o «reflejada». Nombrando
de manera reiterada este objeto, los narradores refuerzan la
naturaleza inasible de la realidad, lo inaprensible del suceso
efímero, en tanto que cada instante se reproduce y multiplica.
De
algún modo, podría decirse que el símbolo del espejo es la
materialización o imagen nítida de lo que Elizondo trata de
demostrar en Farabeuf
acerca del lenguaje: se parece muchísimo a la realidad, pero no lo
es.
3.
El fin del disimulo
Puesto
que es difícil poder describir la aproximación ficcional de la
novela de Elizondo mejor que Eduardo Becerra, para concluir este
breve análisis en necesario tomar prestadas unas palabras que el
estudioso incluye al final de su estudio preliminar. Dice Becerra:
«La narración [de Farabeuf]
adopta entonces un tono conjetural omnipresente porque se sustenta en
las hipótesis e interrogantes que los narradores expresan acerca del
contenido oculto de los hechos»
(ibídem, pág. 71).
De
forma valiente, en esta obra Salvador Elizondo abandona por completo
el afán de aprehender la pulsión de un instante (de
una escena, de un vida) y presenta una narración multiperspectivista
que desafía ese acuerdo tácito que suscribimos todos los hablantes
(o escritores o lectores) acerca de la capacidad intrínseca del
lenguaje para recoger y reflejar todos los componentes que conforman
algo tan intangible e improbable como es
la realidad.
Con
todo, Farabeuf o la crónica de
un instante nos invita a crear
relatos sin pretensión de verdad ni certeza, en que el narrador
pueda autocuestionarse su propia autoridad y también la autoridad
narrativa de las voces que lo acompañan. Lejos, por una parte, de la
firmeza y ecuanimidad de los narradores omniscientes clásicos y, por
otra, del modelo aristotélico de narración lineal de la peripecia a
partir de la consecución de acciones, esta novela despliega ante
nosotros un artilugio literario que pone de relevancia que el poder
de la literatura no reside ya en su capacidad de ofrecer respuestas o
relatos cerrados; sino en su habilidad para formular interrogantes y
deconstruir los discursos que heredamos de una tradición que, a
menudo, asumimos como propia sin cuestionarla.
«Has
sido, no cabe duda de ello, la víctima de una confusión engañosa»
(ibídem, pág. 207), dice una de
las voces hacia el final de la obra a un destinatario impreciso.
Y, posiblemente, sea como fuere, así haya sido también para nosotros, tanto como narradores como lectores; ingenuos devotos de una ficción en proceso de desmantelamiento.
Exasperante.
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