Una Reunión con Cortázar
La obra y vida de Julio Cortázar (Bruselas,
1914-París, 1984) puede dividirse en tres etapas marcadas por cambios y
reafirmaciones. Reunión forma parte de su tercera etapa en la que el
escritor «descubre la pasión de la política activa y expresa su total adhesión
a la revolución castrista».[1]
Este relato marcará un momento de inflexión en su obra literaria en la que el
problema de lo político pasará a estar cada vez más presente. El triunfo de la
Revolución cubana se convirtió en un espacio de debate en Latinoamérica sobre
la función del intelectual y de cómo las obras podían contribuir a este proceso
revolucionario cuya extensión parecía inmediata.
En Reunión, Cortázar da la voz al Che
Guevara al hacer ficción un hecho histórico que tomará de Pasajes de la
guerra revolucionaria (1963) de Ernesto Che Guevara (1928-1967). Este libro
está formado por una serie de crónicas del Che durante la gesta liberadora de
Cuba: los acontecimientos vividos durante el desembarco, así como la confusión
de los primeros días en Sierra Maestra. Comandante del Ejército Rebelde, el Che
ha sido uno de los líderes más importantes y carismáticos. Sin embargo, el interés
del escritor, a través de este relato, no sólo es destacar la relevancia de la
guerrilla y la práctica revolucionaria, sino el papel que podría desempeñar la
literatura en un proceso de transformación social tan radical. La reescritura
como proyecto por parte de Cortázar de la anécdota de la guerrilla del modelo
testimonial del Che perseguía un fin creativo: identificarlo con la alta
cultura. No obstante, el Che Guevara y Cortázar tienen dos formas de entender
la escritura: una basada en la documentación y consignación de la realidad y en
el carácter casi fotográfico de esta, a diferencia de la otra, basada en la
exploración de la subjetividad y del lenguaje y de situar los acontecimientos
en el interior de la consciencia.
El cuento se abre con un epígrafe del propio Che
Guevara extraído de La sierra y el llano (1961). Sirve para que el
lector localice el hipotexto sobre el que se basa el relato ya que los nombres de los protagonistas históricos
serán sustituidos por nombres ficcionales: el Che Guevara toma la voz del propio
narrador, Fidel Castro aparece como Luis «Luis (que no se llamaba Luis, pero
habíamos jurado no acordarnos de nuestros nombre hasta que llegara el día»[2],
Camilo Cienfuegos como el Teniente y Raúl Castro como Pablo.
Enfrentándose a las dificultades y privaciones
que pensaban infranqueables, el yate Granma llega a tierra cubana el 2 de diciembre
de 1956 con 82 expedicionarios a bordo. Desembarcaron entre mangles y ciénagas
por donde tuvieron que transitar alrededor de dos kilómetros. A esto habría que
sumar los malestares de la travesía por mar: «Ya no estábamos en la maldita
lancha, entre vómitos y golpes de mar y pedazos de galleta mojada, entre
ametralladoras y babas, hechos un asco, […]». [3]
Comenzaron a avanzar buscando internarse en las montañas de Sierra Maestra «la
meta final, llegar a la Sierra y reunirnos con Luis si también él conseguía
llegar»[4],
pero fueron sorprendidos por tierra con el fuego de los fusiles enemigos y por
aire, con los bombardeos de la aviación en Alegría de Pío. A dieciséis días del
desembarco, se produce el reencuentro entre Fidel Castro y Raúl Castro en un
lugar llamado Cinco Palmas. A partir de ahí, el naciente Ejército Rebelde se
dirige a Sierra Maestra y comienza una lucha para derrocar al tirano.
Cortázar entrelaza la experiencia guerrillera
con el cuarteto de Mozart: La caza. Con ello, el escritor pretende crear
un espacio de permeabilidad entre la creatividad estética y la lucha política: «Pienso
en mi hijo pero está lejos, a miles de kilómetros, en un país donde todavía se
duerme en la cama, y su imagen me parece irreal, se me adelgaza y pierde las
hojas del árbol, y en cambio me hace tanto bien recordar un tema de Mozart que
me ha acompañado desde siempre, el movimiento inicial del cuarteto La caza,
la evocación del halalí en la mansa voz de los violines, […] Lo pienso, lo
repito, lo canturreo en la memoria, y siento al mismo tiempo cómo la melodía y
el dibujo de la copa del árbol contra el cielo se van acercando, traban
amistad, […]».[5]
No solo establece una relación directa entre la revolución y el cuarteto de
cuerda sino que representa la figura del líder revolucionario como «la de ser
un músico de hombres, […] el canto que trabará amistad con la copa de los
árboles, con la tierra devuelta a sus hijos».[6]
Cortázar lo conceptualiza como una figura capaz de convertir el caos social que
estaba viviendo Cuba en una realidad con sentido.
El escritor crea una imagen onírica: la
transformación del rostro de Luis en una máscara y conecta el cuento con lo
irracional, con lo surrealístico en contraste con lo realístico del relato:
«[…] tuve como una visión: Luis junto al árbol, rodeado por todos nosotros, se
llevaba lentamente la mano a la cara y se la quitaba como si fuera una máscara.
Con la cara en la mano se acercaba a su hermano Pablo, a mí, al Teniente, a
Roque, pidiéndonos con un gesto que la aceptáramos, que nos la pusiéramos. Pero
todos se iban negando uno a uno, y yo también me negué, sonriendo hasta las
lágrimas, y entonces Luis volvió a ponerse la cara y le vi un cansancio
infinito mientras se encogía de hombros y sacaba un cigarro del bolsillo de la
guayabera».[7]
A pesar de la definición que aparece en el diccionario de símbolos de Cirlot
sobre lo que una máscara facilita: « […] el traspaso de lo que se es a lo
que se quiere ser […] La máscara equivale a la crisálida»[8],
todos se niegan a portarla. Todos se niegan a ser Luis.
Al final, se produce el encuentro tan deseado y
temido de que no se llegase a producir: «Nadie mencionaba a Luis, el temor de
que lo hubieran matado era el único real».[9]
Cortázar introduce un diálogo con tono de humor cuando intentan hacer alusión
al origen de cada uno:
«—Así que llegaste, che —dijo Luis
Naturalmente, decía «che» muy mal
—¿Qué tú crees? —le contesté, igualmente mal». [10]
Se cierra el cuento con una alusión a la Cuba
socialista, una estrella que simboliza la independencia y la libertad: «Pero
bastaba mirar la copa del árbol para sentir que la voluntad ordenaba otra vez
su caos, le imponía el dibujo del adagio que alguna vez ingresaría en el
allegro final, accedería a una realidad digna de ese nombre […] y después vi
inscribirse una estrella en el centro del dibujo, y era una estrella pequeña y muy azul, […] brillaba demasiado en
el centro del adagio, demasiado en el
centro de las palabras de Luis como para que alguien pudiera confundirla con
Marte o Mercurio».[11]
Cabe señalar que más allá de unos
acontecimientos históricos, lo que el autor buscaba era articularlos dentro de
la alta cultura para explicar y comprender la lógica invisible de la lucha. Una
Cuba bajo la dictadura de Fulgencio Batista, mencionado en el relato como el
«babuino»[12],
y apoyada por los EE.UU. Una Cuba en la que triunfará la Revolución en 1959. A
su vez, enmarcada en un contexto histórico de Guerra Fría (1947-1991) en el que
las ideologías comunistas penetrarían en Latinoamérica y se crearían multitud
de guerrillas con objetivos revolucionarios.
Bibliografía
CORTÁZAR, J. Todos los fuegos el fuego. Barcelona: Editorial Edhasa. 2012.
CORTÁZAR, J. Todos los fuegos el fuego. Barcelona: Editorial Edhasa. 2012.
MIGUEL OVIEDO, J. (Selección de) Antología
crítica del cuento hispanoamericano del siglo XX, 2. Madrid: Alianza
editorial. 2017.
CIRLOT, J.A. Diccionario de símbolos.
Madrid: Editorial Siruela. 2018.
[1] MIGUEL
OVIEDO, J. (Selección de) Antología crítica del cuento hispanoamericano del
siglo XX, 2. Madrid: Alianza editorial. 2017.
[3] Ibíd., p.77
[4] Ibíd., p. 79
[5] Ibíd., p. 84/85
[6] Ibíd., p. 86
[7] Ibíd., p. 81
[8] CIRLOT, J.A. Diccionario de símbolos. Madrid: Editorial Siruela. 2018.
[9] CORTÁZAR, J. Todos los fuegos el fuego. Barcelona: Editorial Edhasa. 2012.
[10] Ibíd., p.97
[11] Ibíd., p.98
[12] Ibíd., p.79
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